actualidad

El escritor y filósofo Javier Gomá reflexiona sobre el virus después de sufrirlo en primera persona, "Cuando esta puñetera pandemia pase, recuperaremos esa dulzura de vivir"

Después de sufrir el virus en primera persona, el filósofo y escritor reflexiona sobre el complicado momento que vivimos y lo que sacaremos en claro de esta experiencia.

IXONE DÍAZ LANDALUCE

Dice Javier Gomá que, en épocas calamitosas, el trabajo de los filósofos consiste en dar razones para la esperanza. Y en un momento en el que la realidad es tan difícil de digerir y gestionar, no hay mejor excusa para charlar con uno de los intelectuales más respetados (y clarividentes) de nuestro país. Gomá (Bilbao, 1965), que se licenció en Filología Clásica y Derecho antes de doctorarse en Filosofía, dirige la Fundación Juan March desde 2003 y es letrado en excedencia del Consejo de Estado. Y pese a un currículum tan deslumbrante como ecléctico, él se considera, sobre todo, escritor. Su obra está vertebrada sobre dos ideas esenciales: la ejemplaridad y la dignidad, a la que dedicó su último ensayo ( Dignidad, Galaxia Gutenberg). Después de haber superado la Covid-19, hablamos con él sobre los ejemplos más luminosos que nos ha dejado esta crisis. Pero también sobre las lecciones que, con un poco de suerte, la humanidad aprenderá de este terrible momento.

Mujerhoy: ¿Cuál es el estado de ánimo de un filósofo como usted en un tiempo tan complejo como este?

Javier Gomá: En la dimensión personal, pasé el virus y, aunque estoy mucho mejor, he tenido secuelas severas. Pero soy práctico y, si los males han pasado, prefiero mirar al futuro con ilusión. En el plano general, percibo gran desánimo. Que todo el mundo lleve mascarilla ha convertido el mundo en un lugar fantasmal. Nos han privado de la alegría de vivir, de ese lujo que es el ocio activo que hace que tu vida sea más digna, significativa, hermosa y consciente.

¿Exageramos cuando decimos que la distancia social nos deshumaniza?

Hasta ahora, hemos vivido una tendencia casi imparable hacia la prosperidad. Nunca antes la sociedad había sido un peligro o el hombre un lobo para el hombre. Ahora puedes ser cómplice de una muerte. Somos más dignos en la medida que hacemos cosas que no sirven para nada: dar un abrazo, ir al teatro, leer poesía, ver un atardecer... Pero para eso, tienes que emanciparte de la supervivencia. Y la enfermedad te recuerda que estamos en estado de supervivencia, no solo individual. Una de las lecciones de la pandemia es que la humanidad está en peligro.

Que todo un país aceptara encerrarse para proteger a una minoría es un himno a la dignidad".

¿Nos creíamos invencibles? ¿Nos habíamos olvidado de nuestra vulnerabilidad?

Sabíamos que el individuo es frágil, lo nuevo es que la humanidad en su conjunto es una especie digna de protección. ¿Quién nos dice que en cinco años no vendrá una pandemia más grave? Nos sentíamos dominadores de la naturaleza a través de la tecnología. Éramos los amos del universo. Y ahora, los amos del universo están amenazados por un virus invisible.

Dedicó su último ensayo a la dignidad. ¿Cuál ha sido su máxima expresión en esta crisis?

En la ejemplaridad del hombre y la mujer sin relieve, que cumplen con sus obligaciones sin alharacas ni histrionismo, hay una grandeza semejante a la del héroe griego. Durante el confinamiento nada hubiera sido posible sin el fontanero, la funcionaria de correos, el obrero... Además, no hay que olvidar que el confinamiento consiste en que se arruina la clase productiva en beneficio de la clase improductiva. Y que todo un país aceptara encerrarse en su casa y arruinar sus negocios para proteger a una minoría es un himno a la dignidad.

La muerte ha estado omnipresente en esta crisis. En muchos casos, en soledad. ¿Cómo nos recuperamos colectivamente de esa herida?

Nos han hurtado la despedida y la sociedad necesita ceremonias para solemnizar el recuerdo, canalizar el dolor y socializarlo. Pero suelo distinguir entre muerte y mortalidad. La muerte es el hecho biológico que compartimos con las hormigas y que es omnipresente: en los telediarios, el cine, los videojuegos... La mortalidad es la conciencia de tu naturaleza frágil. La pandemia nos puede ayudar a recordar que debemos aprender a ser mortales.

¿Qué puede hacer la filosofía por nosotros en tiempos tan oscuros?

Habrás oído que la filosofía nos ayuda a ser ciudadanos críticos. A mí eso me da una pereza monumental. Ya somos una sociedad criticona. La filosofía debe hacernos ciudadanos gozosos. Y una dosis de esperanza siempre hace el bocado más sabroso. Cuando llegas a cierta edad, te rodean los lúcidos cínicos y amargos. Y el arte de vivir consiste en restaurar las fuentes del entusiasmo, pese a que la vida te recuerda nuestro final y la sociedad insiste en las razones para la desesperanza. Y ser esperanzados es relativamente sencillo.

¿Por qué?

Porque vivimos el mejor momento de la historia. Cuando lo digo, los listos ponen cara de escepticismo. Pero hago una pregunta y enmudecen: ¿en qué época te gustaría vivir si fueras pobre? O si estuvieras enfermo o parado, si fueras viejo o niño, extranjero, homosexual. La respuesta es: hoy, hoy, hoy.

Esto nos lleva a la pregunta machacona que nos hacemos todos desde hace seis meses. ¿Aprenderemos algo de la experiencia?

Creo que sí. La primera experiencia traumática de la humanidad en su conjunto puede desarrollar extraordinariamente nuestro sentimiento de pertenencia a una misma especie. Solo existe una raza, la humana, y un principio que la sostiene: la dignidad. Todo eso será secundario frente a lo fundamental, que es que somos una entidad cosmopolita. Obviamente, es una lección a largo plazo.

Dice que nos tiene que enseñar a vivir de otra manera, ¿cómo?

Para mí el arte de vivir es un cóctel en el que hay que poner un poco de insumisión, que nos permita vivir con la ingenuidad de querer cambiarlo todo, transformando la naturaleza en cultura. Pero también con una reconciliación, una especie de deportividad. La condición humana consiste en edificar una torre sobre arenas movedizas. Convives con el azar. Hasta el código genético es una combinación azarosa. Y la pandemia multiplica esa sensación. Pero eso no debe llevarnos a la melancolía, la desolación o la indolencia. ¡No, no, no! Ojalá nos enseñe a combinar mejor la pasión por algo y la deportividad por su pérdida.

Ahora, el debate público está enredado en el complejo equilibrio entre seguridad sanitaria, economía y libertades individuales. ¿Cómo se deshace ese nudo?

Todos los grandes pensadores han propuesto un ideal acompasado a su tiempo. Pero luego, en las situaciones concretas, el ideal no existe y entonces, como decía Aristóteles, la virtud fundamental es la prudencia, la equidad, el tacto. No las soluciones salomónicas. En este caso, conjugar esos principios es cuestión de tacto. Sin salud no hay economía, pero sin economía tampoco hay salud. Porque si nos empobrecemos colectivamente no habrá sanidad pública y la privada sufrirá muchísimo.

¿Cree que alguna ideología sale reforzada de esta crisis? El valor de lo público ha ganado enteros...

La pandemia genera un gran problema práctico y eso favorece a quienes son capaces de gestionarlo y perjudica a quienes proponen ideología. No necesitamos más ideología, sino buenas soluciones. Si tengo un dolor de muelas, no quiero un retórico, sino un dentista. Otra cosa distinta será cuando terminen los ERTES, crezca el paro y eso produzca resentimiento. El resentimiento es un vivero para la manipulación. Ahora, es el tiempo de los gestores, pero cuando la pandemia sanitaria remita, la catástrofe económica será pasto de demagogos.

Conspiranóicos y populistas suelen hacer el agosto en situaciones de gran incertidumbre. ¿Dudar abiertamente de la ciencia es un signo de retroceso?

Una cosa es lo que diga Miguel Bosé y otra, lo que diga Trump. La misión fundamental, casi excluyente, del político es obtener el poder. Trump es indecente e indecoroso, pero también es desconcertantemente eficaz. Otra cosa es la gente como Bosé. Son minoritarios, pero representan la necesidad que algunos tienen de pensar que alguien en el mundo está al cargo, aunque sea para fastidiarnos. Pero la conspiración es imposible.

¿Por qué?

No porque nadie lo intente, sino por la naturaleza humana. La principal hipótesis que explica el mundo es la chapuza. Es como esa teoría que dice: “Donde la estupidez explica las cosas, no busques razones sofisticadas”. Pero eso molesta y angustia a mucha gente. Prefieren alguien al mando, aunque sea malo. Les parece más reconfortante. Porque, quizá así, tiene solución.

Esta pandemia también ha dejado al descubierto las costuras de nuestras democracias. ¿Cómo se explica que una emergencia añada más polarización en lugar de más cohesión?

La hipótesis remota es que la sociedad contemporánea no sabe soportar el descontento. Por eso, no es casual que surja el populismo, que se nutre de la crispación. En España, el reparto de poder está fragmentado y eso complica las cosas. Además, somos una democracia joven y nos cuesta adaptarnos a la imperfección del sistema. Pensábamos que la democracia nos haría felices, cuando de ella solo debemos esperar convivencia. La emoción y la intensidad la tienes que buscar por tu cuenta. Pero aquí la política te promete euforia: nacionalismos, independentismos, populismos... Aprender a ser libres también consiste en no escandalizarse todo el día con lo que hacen los políticos. Siempre estamos moralizando la política y es de una extrema vulgaridad moral. Hay que reconciliarse con la imperfección. La ajena y la propia. Yo hago lo que puedo; las instituciones hacen lo que pueden. De nuevo, la deportividad.

Cuando por fin la pandemia remita, ¿cree que sabremos gestionar la vuelta a nuestras costumbres o nos podrá la ansiedad?

El otro día, leyendo a Talleyrand decía: “No ha conocido la dulzura de vivir, quien no haya vivido en el antiguo régimen”. Y creo que cuando esta puñetera pandemia pase, recuperaremos esa dulzura de vivir y que cada uno la vivirá como pueda.

Por cierto, ¿qué deberíamos desechar de la vieja normalidad?

El exceso de seriedad, la falta de juego y deportividad. Nos reconciliamos con la imperfección a través del deporte, el juego y el humor. Los tres relativizan nuestra tendencia al totalitarismo. Al totalitarismo del ego, de la muerte, de la política y de la economía. La política es aquello que, si le dejas, se convierte en poder total. La economía es aquello que, si le dejas, se convierte en mercancía total. La muerte es aquello que, si le dejas, suprime todo el sentido de la vida. Y el ego es aquello que, si le dejas, lo ocupa todo. Frente a eso, está la reconciliación de no tomarse nada demasiado en serio. La vida es un misterio que no tiene explicación teórica, sino solución práctica. La pandemia nos va ayudar a desarrollar un cierto arte de vivir que incluirá una reconciliación con la imperfección.

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

¿Qué me deparan los astros?