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Mi vida como alérgica

Somos el ejército (14 millones, nada más y nada menos) que pañuelo en mano dominaremos la tierra. O la estornudaremos. Porque ser alérgico no es nada fácil.

Una mujer, con mascarilla para prevenir las alergias. / GTRES

Silvia Vivas
SILVIA VIVAS

Debuté como una vedette en esto de las alergias a la tierna edad de tres años (hoy sería una loser, las alergias infantiles se han adelantado, ya hay bebés de seis meses alérgicos a la leche, al huevo, al pescado y a lo que haga falta que me habrían escupido el chupete a la cara). En aquella época para ir al médico te daban un numerito y a mi pobre madre y a mí nos tocó el día de marras el 71. Pero la psicofonía asmática, los labios amoratados y los ojos como dos huevos duros obraron el milagro y la mujer que tenía el preciado número 1 nos lo cambió. Ese día comprendí que hay gente buena en el mundo y que la fuerza era poderosa en mí. Y con el tiempo comprendí otras cositas de lo que significaba pasar el resto de tu vida con el picor y el ahogo por bandera.

1. La fama cuesta y el urbason duele. Soy consciente de que los que viven con los pulmones a pleno rendimiento o sin hincharse como un globo porque le han dado dos besos al feliz dueño de un perro no saben lo que es un urbason. No pasa nada, yo os lo explico. El urbason es lo que te pinchan en el mismísimo trasero cuando las cosas se han salido de madre y vas por la vida en modo 'walking dead'. Su característica fundamental es que duele. Mucho. Tanto que la enfermera se suele disculpar después de ponértelo. Tanto que si el Grey ese de la sombras lo hubiera probado se le hubieran quitado las tonterías antes de empezarlas.

2. Los alérgicos estamos enfadados con la vida. ¿Y por qué este invierno interior? ¿Este "no me, no me, que te, que te"? En mi caso tengo 12 alergias. Empecé con una y se me daba tan bien que no supe cuándo parar. Soy alérgica a las plantas con flores y a las sin flores, a los ácaros del polvo, al pelo de perros, gatos y, sorprendentemente, caballos, a los componentes de la mayoría de los cosméticos, detergentes y suavizantes (escoger un desodorante o cambiar de champú es una fiesta), al melocotón, a la piña y al melón y, las más exóticas y no por ello menos divertidas, al sol y al frío. Esto se traduce en que todos los días de mi vida me pica algo en mayor o menor medida, todos los días me salen ronchas en mayor o menor medida, todos los días moqueo en mayor o menor medida, todos los días me ahogo en mayor o menor medida, y para controlarlo puedo o bien quedarme en casa y esperar a que me den una beca alergia que hoy por hoy no existe o tomarme unas pastillas que incluso cuando el médico te dice "estas no dan sueño"... dan sueño. Vamos, que cuando me cruzo contigo por el pasillo, estoy dormida. Y tú vienes, Y me hablas. Y me dices “¿tienes alergia?”.Y no, no me despierto de buen humor. La mayoría del tiempo me siento como Herrejón en este Vine.

3. Los alergólogos no son de este mundo. En serio, no lo son. Son gente preparada. Estudian siglos. Hacen unas historias clínicas de siete tomos. Cada entrevista con un alergólogo dura tres vidas. Te pregunta lo que comes, lo que te pones, cómo duermes, si te gustan los días de lluvia y viento... Parece que están enamorados de ti, pero no, solo te quieren por tu alergia. Tienen una mente prodigiosa y nervios de acero, tranquilizan madres con bebés ronchosos, hacen relaciones extrañas e imposibles y aciertan (en serio, yo conocí a un alérgico al atún que sólo tenía reacción si había un gato en la sala. Me imagino las noches sin dormir que tuvo que pasar ese alergólogo dando vueltas en la cama y pensando, “¿por qué se sigue ahogando este desgraciado?”, y lo averiguó). Pero a nivel usuario dan unos consejos de caca con ojos. A veces dan ganas de decirles, dale una vueltita a esto. A los tres años uno me recomendó que envolviera mis juguetes en papel celofán y los guardara en otra habitación. A los 6 que no tuviera libros. A los 10 que no fuera al parque ni corriera por la calle. A los 15 que fuera en manga larga en agosto y con sombrilla. A cualquier edad que echara a mi perro de casa (yo le dije que en mi casa había más ácaros que perros y que prefería a este último). Y suma y sigue. Pon el colchón al sol, no ventiles por la mañana ni por la tarde, no bajes la ventanilla del coche, no vayas al campo, no salgas de casa, no barras... En serio, dadle una vueltita a esto.

Y además...

4. Ventolín es dios. Y pulmicort turbuhaler su profeta. Si la lejía puede viajar desde el futuro para decirte cómo quitar esa mancha de tomate de la camiseta que te costó dos euros (tírala o úsala para dormir, pero echa a esa friki de tu casa), me vais a permitir que yo viaje desde la prehistoria para deciros cómo era la vida antes del ventolín. Porque hubo una vida antes del ventolín. Una vida que olía al eucalipto que mi madre ponía por toda la habitación y al vicks vaporub que me untaba con la esperanza de que respirara mejor. Una vida en la que dormía sentada. Una vida en la que estaba exenta de gimnasia porque no podía ni andar rápido. Una vida en la que me zampé todas las obras de Julio Verne. En resumen, una vida mortalmente aburrida y con olores raros. Pero llegó él, con su azul grimoso y sus chús chús y a golpe de inhalación pude jugar al rescate, irme de campamento y aprender a nadar. Eso sí, al de gimnasia no le dije nada y seguí exenta de hacer deporte hasta el instituto que a mí lo de correr dando vueltas siempre me ha parecido una tontería.

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

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