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¿De qué hablamos cuando hablamos de acoso?

2017 ha sido el año el año en que las mujeres han alzado su voz: amparadas por el movimiento #MeToo, millones de víctimas de acoso sexual han señalado a sus agresores y pedido el fin de la cultura del abuso. Sin embargo, algunas mujeres discrepan. Al menos, 100 francesas –entre ellas, Catherine Deneuve– que han firmado un manifiesto contra lo que consideran una “caza de brujas”. ¿Divide y vencerás?

Reese Winterspoon, Eva Longoria, Salma Hayek y Ashley Judd, vestidas de negro en la gala de los Globos de Oro, como protesta contra el acoso. / getty

Beatriz García Manso
BEATRIZ GARCÍA MANSO

Todavía resonaban las palabras de Oprah Winfrey en la noche de los Globos de Oro. Fue la ceremonia más reivindicativa de su historia, en la que actores y actrices vistieron de negro para protestar contra la desigualdad de género y los abusos sexuales en la industria, en un momento en el que los cimientos de Hollywood tiemblan bajo la voz de las mujeres que los denuncian.

La proclama tenía las trazas de los discursos que inflaman los corazones y ofrecen algo en lo que creer. “Quiero que todas las niñas que están viendo esto sepan que hay un nuevo día en el horizonte. Amanecerá y será gracias a mujeres magníficas y a hombres que van a luchar unidos para convertirse en líderes y para llegar a ese momento en que nunca haya que decir: “Yo también”. Ovación en pie. Ojos llenos de lágrimas. Esperanza.

Pero lo que el amanecer trajo consigo llegó en las páginas del diario Le Monde: un centenar de mujeres del mundo del arte, la ciencia, el periodismo y el cine francés (la actriz Catherine Deneuve, la cantante Ingrid Caven, la escritora Catherine Millet, la cineasta Brigitte Sy...) firmaban una columna posicionándose en contra del movimiento #MeToo. Ese que nació el pasado octubre, a raíz del escándalo del productor Harvey Wenstein y todos los que se destaparon después, y a través del que se han hecho públicos cientos de miles de casos de acoso y agresión sufridos por mujeres de todo el mundo.

En las páginas de Le Monde se leía: “#MeToo ha generado en la prensa y en las redes sociales una campaña de delaciones y acusaciones públicas de individuos que, sin haberles dejado la posibilidad ni de responder ni de defenderse, han sido puestos en el mismo nivel que agresores sexuales. Esta justicia expeditiva ya tiene víctimas, hombres sancionados en el ejercicio de su oficio, forzados a dimitir, etc., pero cuyo único error fue tocar una rodilla, tratar de robar un beso, hablar de cosas “íntimas” durante una cena de trabajo o mandar mensajes de connotaciones sexuales a una mujer sin que la atracción fuera recíproca”.

Libertad o delito

Las firmantes se manifiestan abiertamente en contra de lo que consideran como un “puritanismo” desatado tras el aluvión de denuncias por agresión sexual, como la que hizo Salma Hayek, que en una carta al diario The New York Times definió al productor Harvey Weinstein como “su monstruo”. “Para él, yo no era una artista, ni siquiera una persona. Era una cosa: una nadie, solo un cuerpo”. ¿Se referían a esto las francesas?

“Respetar a la mujer, sus derechos y decisiones –incluidas las afectivas–, es el verdadero reto para lograr una sociedad más libre, justa e igualitaria –dice al respecto Ángeles Carmona, vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del CGPJ–. Insistir en ello es defender el respeto, la libertad y la igualdad y no significa, en mi opinión, hacer “puritanismo sexual”. Nunca podré situar el acoso en el entorno de la libertad”.

La polémica está servida... ¿Qué opinan ellas?

Almudena Ariza, periodista: "Una mujer sabe diferenciar entre acoso sexual y seducción. No veo puritanismo en el movimiento #MeToo, sino una revolución necesaria y alentadora". / getty

La filósofa feminista Ana de Miguel, autora de Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección, está de acuerdo. “Al leer el manifiesto tuve una sensación de déjà vu. Ya lo he visto antes. Es la estrategia que se ha usado siempre contra los avances de las mujeres. Y no me extraña, porque no solo es el #MeToo, hay un sistemático avance de jóvenes y no tan jóvenes que se están rebelando contra la injusticia e implicándose en el feminismo”.

Ya sucedió, cuenta, cuando las sufragistas luchaban en Inglaterra por el derecho al voto. Cuando se vio que la cosa iba en serio, que sus reivindicaciones eran justas y que su visión iba calando, se azuzó a otras mujeres en contra del sufragio femenino. “Este tipo de reacciones siempre busca dividir y que digan: “Mirad, sois cuatro y no os ponéis de acuerdo”. Señal de que el movimiento #MeToo tiene la fuerza necesaria para convertirse en un punto de inflexión. Está destinado a convertirse en una referencia; y en cualquier conquista se necesitan referentes”, asegura.

El golpe viene de Francia, la cuna de un feminismo que nació cuando esa revolución que defendía la igualdad de los seres humanos (el célebre “Liberté, egalité, fraternité”) negó, tras su triunfo en 1789, el acceso femenino a los derechos políticos. Au revoir igualdad, au revoir libertad.

Una larga historia

Fue una francesa, Olympe de Gouges, quien redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (y fue guillotinada por ello). 160 años después, Simone de Beauvoir, escribió El segundo sexo, considerado por muchos la Biblia del feminismo. De su puño y letra nació también el Manifiesto de las 343 en el que, en 1971, un grupo de mujeres relevantes se expuso a ir a la cárcel admitiendo haber abortado y pidiendo la despenalización de la interrupción del embarazo.

Si las mujeres avanzan, dividámoslas. Ya se ha hecho antes".

Ana de miguel, filósofa.

El manifiesto se publicó en la portada de Le Nouvel Observateur, con la foto de las firmantes, a las que se apodó las 343 salopes [343 zorras]: Françoise Sagan, Jeanne Moreau, Marguerite Duras... y Catherine Deneuve. Cuatro años después, Simone Veill, ministra de Sanidad del Gobierno de Jacques Chirac, defendió ante la Asamblea Nacional la ley que lo despenalizaba, que se aprobó pese a las multitudinarias protestas y la oposición de miembros de su propio partido.

Hoy, casi medio siglo después, Catherine Deneuve es probablemente la más célebre de todas las firmantes de un texto en el que se dice: “Defendemos una libertad de importunar, indispensable para la libertad sexual” o “La violación es un delito. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”. La actriz ya dio mucho que hablar la pasada primavera, al defender en televisión a Roman Polanski, acusado de haber violado a una menor hace más de 40 años: “Siempre le han gustado las chicas jóvenes. Siempre he pensado que la palabra violación era excesiva”, dijo.

Fuera de dudas

¿Acaso es tan difuso es el límite entre seducción y acoso? “En absoluto –responde tajante Marisa Soleto, jurista experta en políticas de igualdad y directora de la Fundación Mujeres–. No conozco ningún caso en el que un galanteo torpe haya terminado en denuncia de acoso sexual y en una sanción para un hombre. La principal constante en los casos de abusos, acoso y agresiones sexuales es que las víctimas no denuncian. Esa afirmación no es creíble y, además, es imprudente: daña la credibilidad de las mujeres que denuncian. Sí conozco muchos casos en los que agresiones sexuales graves contra mujeres quedan impunes o son socialmente puestas en duda de forma brutal”.

Tras la polémica, Deneuve ha matizado sus palabras y ha pedido disculpas a las víctimas".

El Parlamento Europeo ya dejó claro hace dos décadas, cuando legisló al respecto, que el acoso sexual no se limita a tocamientos o actos sexuales consumados; son insinuaciones, comentarios, gestos soeces que generan un entorno hostil y que la mujer percibe como ofensivos, degradantes o intimidatorios. El acoso sexual es siempre, sobre todo, un abuso de poder, como puntualiza Victoria Ortega, presidenta del Consejo General de la Abogacía Española: “Quien acosa se siente superior a su víctima y se vale de esta superioridad. El bien jurídico que se protege en el Código Penal es la libertad de obrar en el ámbito sexual. Y algunos hombres entienden esa libertad en sentido unidireccional,: se creen “con derecho” a flirtear y este comportamiento se presenta socialmente como “halagador” para las mujeres. Las relaciones deben ser siempre libres por ambas partes e igualitarias, y la mujer debe poder rechazar cualquier comportamiento que le desagrade sin miedo a las consecuencias. Nunca debería haber consecuencias”.

Sin embargo, es el miedo a las represalias lo que silencia una experiencia que cada mujer vive en la clandestinidad. A eso se suman los mitos de la libre elección y de la violencia machista que niegan, minimizan y justifican el delito. La impunidad de estas actitudes –tanto el acoso como la violencia de género– se sustenta en la dificultad de prueba, en la poca credibilidad que se da a quien se atreve a contarlo (el 94% de los casos se desestima antes de llegar ante un juez) y en una tolerancia social que se asienta sobre roles atribuidos a hombres y mujeres, y sobre una identidad masculina basada en la dominación y la demostración de poder.

“El acoso sexual –dice Ángeles Carmona, vocal del CGPJ– es una muestra arrogante de machismo; se basa en la supuesta supremacía física del hombre sobre la mujer, que otorga al varón patente de corso para poder ser insistente, denigrar, atacar la intimidad, resaltar solo el aspecto físico e incluso humillar a la mujer con comentarios soeces”. Ana de Miguel lo corrobora: “El mandato aprendido por las mujeres a lo largo de cientos de años de patriarcado ha sido: traga y calla. Y ese manifiesto nos dice: no oséis moveros del lugar que la sociedad os ha asignado, no pongáis en problemas a los hombres, quiénes sois vosotras para amenazar su impunidad. Lo adornan, pero el mensaje es: “Callad vuestra jodida boca, que todo siga igual”.

¿Un debate estéril?

El 2017 finalizó con la palabra “feminismo” convertida en el vocablo del año según el diccionario Merriam-Webster. Los responsables de la edición del diccionario constataron que las consultas sobre feminismo se habían incrementado en un 70%; especialmente en momentos clave, como la marcha de las mujeres, el éxito de la serie The handmaid’s tale o el estreno de la película Wonder Woman. Y, sobre todo, a partir del escándalo Weinstein y el destape de los trapos sucios de Hollywood con la campaña #MeToo.

El acoso no es solo un acto sexual. Son gestos y palabras; y ante todo es un abuso de poder".

En un momento en el que el asunto se encuentra, pese a quien pese, sobre la mesa, las firmantes del texto francés dicen no sentirse representadas por un feminismo que “al abrigo de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio a los hombres y al sexo”.

Este movimiento ha vivido un intenso debate interno a lo largo de toda su historia, en la que diversas corrientes se han enfrentado ideológicamente, enriqueciendo tanto el pensamiento como sus reivindicaciones. “Sin el debate no llegaríamos a entender bien cómo se reproduce la desigualdad –asegura Ana de Miguel–. Las objeciones son necesarias, así progresa el conocimiento. La disensión es inherente a todas las organizaciones sociales y políticas, otra cosa es la trivialización, la banalización y el vaciamiento de significado de lo que es el feminismo. Ese texto no expone argumentos, sino descalificaciones e insultos”.

En un intento de aplacar la polémica y la indignación desatadas, Catherine Deneuve ha matizado sus palabras: “Evidentemente, nada en el texto pretende presentar el acoso como algo bueno. Si así fuese, no lo habría firmado” y se ha disculpado con las víctimas.

En España el debate tiene su propia personalidad. Aquí, a la indignación por los Weinstein del mundo se ha sumado la reacción social de apoyo a la víctima de las agresiones sexuales de la Manada, al grito de: “Hermana, yo sí te creo”.

Y en este contexto, la tribuna de 100 intelectuales francesas no suena precisamente bien. “Si hay campañas que denuncian abusos contra las mujeres y reivindican nuestros derechos, y a la vez surgen voces que ponen en duda la veracidad de las mujeres, se produce un debate estéril y nada productivo que solo persigue desviar la atención de la cuestión principal”, afirma Marisa Soleto. La jurista asegura que, leyendo la tribuna de Le Monde sintió “en lo personal, pena y cansancio; en lo social y colectivo, ha sido un recordatorio de lo mucho que nos queda por hacer”.

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

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