actualidad
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En el cine de Sofia Coppola, hay silencios cargados de significado, languidez, música cool. Los rayos de sol entre las hojas. Piscinas. Chicas instaladas en una permanente extrañeza. Chicas guapas, que no saben que lo son. Chicas que están solas pero, a pesar de todo (la guillotina, la estupidez, Tokio, el aburrimiento, los otros), encuentran una manera propia de pasárselo bien. En 'Las vírgenes suicidas', en 'Lost in traslation', en 'Somewhere', la melancolía es la forma. ¿Y el fondo? Probablemente, la hilatura casi invisible de los vínculos. Sus ritos banales (ver una película juntos, comer pasta...).
Sofía Coppola es eso que tanto aman los franceses: una mujer con una camisa blanca, que no cambia el corte de pelo que tiene (suponemos) un sofisticado mundo interior. Sutilmente femenina, sutilmente fashion, sutilmente sexual, sutilmente ambiciosa, sutilmente feliz. Al contrario que su descomunal padre, un genio que ha olvidado cómo hacer cine, Sofia habita un entorno de puntos suspensivos. Al fin y al cabo, una camisa blanca es como un lienzo en blanco, un espacio libre para la especulación.