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Enfermas de prisa, por Isabel Menéndez

Queremos dominar el tiempo, pero no somos omnipotentes y acabamos presas de la ansiedad. Reconocer nuestros límites es crucial para no caer rendidas bajo el tren de la prisa.

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"El que mucho abarca poco aprieta", se decía Sara recordando las palabras de su abuela. Se encontraba parada en el arcén de la carretera, con un nudo en el estómago, mientras se le pasaba el susto. Un coche había rozado el suyo, arrancándole el retrovisor, porque Sara no había visto un ceda el paso. Había cometido una imprudencia. El otro conductor se dirigió a ella chillando: "¿Pero qué hace? Hay que mirar. Podríamos habernos matado. ¿En qué iba pensando?".

Esa era la pregunta clave. Sara tenía la cabeza llena de cosas. Iba atenta a un curso de inglés que llevaba grabado en el móvil y preocupada porque le habían llamado del colegio de su hijo. Querían hablar con ella, pero no le habían dicho nada más. No se le ocurrió decírselo a Andrés, el padre, para ir juntos. Salió del trabajo a tanta velocidad que chocó con el cristal de una puerta porque creía que estaba abierta.

Se pasaba el día corriendo. Allí, en el arcén de la carretera, después de haber puesto su vida en peligro, pensó que estaba enferma y que la prisa con la que vivía era el síntoma de que había dejado de controlar su vida. Estaba dominada por lo que "hay que hacer". Respondía a todo lo que le pedían, pero esto la iba alienando. Quería cambiar. Decidió acudir a una terapia psicoanalítica y allí, entre otras cosas, descubrió que siempre se había sentido un poco abandonada por su madre, una mujer depresiva que dejó su trabajo para cuidar de sus hijos. Sara, que era la pequeña, sabía que nunca abandonaría su empleo, pero también quería compensar el desamparo infantil ocupándose de sus hijos con cierta angustia.

La enfermedad de la prisa aparece cuando queremos hacer demasiadas cosas en el menor tiempo posible. Enredadas en múltiples tareas, acabamos agotadas, sin disfrutar de lo que hacemos, sin hacerlo nuestro. Con frecuencia, acabamos dándole vueltas a lo que tenemos que hacer antes de acabar la tarea anterior, pero ya no pensamos en lo que queremos hacer y desde luego tampoco en por qué hacemos lo que hacemos. Queremos dominar el tiempo, llenarlo de actividades y pasamos a ser dominadas por una ansiedad difusa e incómoda que no sabemos cómo se ha instalado en nuestra vida.

Las claves:

  • En la vida las cuestiones importantes requieren tiempo. Las mujeres somos propensas a la prisa, porque nos hacemos cargo de multitud de tareas.

  • La prisa tiene relación con una negación de las tensiones emocionales que se producen cuando no podemos organizar un equilibrio entre lo que tenemos que hacer y lo que queremos hacer. Defender nuestro tiempo interno, dedicado a reconocer nuestros deseos, imposibilidades, contradicciones y placeres, es una manera de no caer bajo el tren de la prisa.

Agotamiento y estrés

Algunos actos anuncian la posible enfermedad: no ser capaz de esperar en una cola, por ejemplo, apretar en un ascensor varias veces el botón del piso al que vamos, terminar las frases de la persona con la que hablamos porque nos parece que tarda en expresarse. Cuando la enfermedad se instala, el agotamiento y el estrés se apoderan de nosotras.

Creemos que dominamos nuestro tiempo, pero más bien estamos dominados por movimientos inconscientes. Si llenamos nuestro tiempo con más actividades de las que nuestro psiquismo puede procesar, es porque no conocemos nuestros recursos ni nuestras limitaciones. La prisa no responde solo a una presión externa, también es un intento de huir de una presión interna que no somos capaces de asumir. Es un síntoma que nos señala una dolencia psíquica.

Los conflictos emocionales y la incapacidad para asumir nuestras carencias y para mirar hacia dentro a fin de enfrentarnos a nuestros deseos y conflictos, hacen que deseemos no pensar. Tras la enfermedad de la prisa se oculta la idea de que somos omnipotentes, una fantasía infantil que puede estar al servicio de negar la muerte, que nos pone límites.

Además, puede estar tapando la necesidad desesperada de que nos quieran, porque no nos creemos merecedores de ello si tenemos limitaciones.

En la actualidad, la mujer se siente presionada por el exceso de tareas. El ámbito fundamental de las mujeres que nos precedieron fue el doméstico. Limitadas en sus posibilidades por razones culturales, soñaron con que sus hijas tuvieran horizontes más abiertos, fueran independientes. Pero habría que preguntarse si la creencia inconsciente en una madre omnipotente evita que la conciliación entre trabajo y familia sea mejor.

La exigencia a las mujeres es más alta. También lo es la culpa que sienten, pues además de ser madres han adquirido una situación de poder en la sociedad. Tenemos derecho a ambas cosas y debemos elaborar los conflictos que nos lleven a una autoexigencia demasiado alta.

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