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No es fácil, siendo mujer y siendo india, erigirse como una de las mentes más brillantes de la ciencia estadounidense. Sin embargo Priyamvada Natarajan (Coimbatore, India, 1969) ha conseguido eso y más: científica, divulgadora, profesora de Física Teórica en la Universidad de Yale –donde además preside la Women Faculty Forum para acabar con los sesgos de género–, Natarajan ha logrado posicionarse como una de las principales cosmólogas [una rama de la Astrofísica que estudia el universo y su evolución], internacionalmente reconocida por su estudio de los agujeros negros y la materia oscura.
Su “romance” con la astronomía, como lo llama ella, empezó en su infancia en India, cuando vio el cometa Halley a través de un telescopio. Desde entonces, ha sido “una exploradora” que intenta “entender y darle sentido a las cosas más grandiosas del universo”. Reconociendo del mundo que habitamos una “cierta humildad cósmica. Ya que somos uno entre muchos, no somos tan especiales”.
Su foco de interés han sido sobre todo los agujeros negros, esos “lugares físicos sin retorno”, vastas regiones en el espacio que tienen campos gravitacionales tan grandes que ninguna materia o radiación puede escapar y que, según ella, “representan el límite de nuestro conocimiento”. Un tema al que históricamente se han dedicado muy pocas mujeres. “Hoy sabemos que los agujeros negros existen en el centro de casi todas, si no todas, las galaxias. Nuestra propia galaxia, la Vía Láctea, alberga un agujero negro cuatro millones de veces mayor que nuestro Sol. Son los brillantes gases que caen en ellos succionados por su profunda gravedad (…) los que los hacen visibles como cuásares, uno de los fenómenos más luminosos del universo”, explica en su libro Mapping The Heavens.
En el momento de la entrevista, Priya está de paso por Barcelona, donde ha estado participando en un ciclo de debates sobre fronteras del conocimiento, en el marco de la exposición Cuántica, organizada por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
Su mirada mantiene el brillo del asombro, el mismo que debió de sentir de niña cada vez que abría alguno de los 32 tomos de la Enciclopedia Británica e iba directa a los mapas —una de sus pasiones—: nuevos o antiguos, terrestres o celestiales, ya entonces fascinada por explorar lo conocido e intuir lo desconocido. Priyamvada busca, dentro y fuera, con ojos curiosos más allá de lo visible. Porque es en lo invisible donde desgrana los mecanismos sutiles que rigen el universo. Tanto en el universo íntimo, donde el yo se expande infinitamente; como en el cosmos, donde la materia oscura, que es “materia que tiene masa pero no emite, refleja ni absorbe luz, y que sabemos que está ahí por la gravedad que confiere a las cosas”, sigue siendo uno de los grandes interrogantes.
Lleva dedicada a la Física Teórica desde que voló desde Nueva Delhi al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) siendo todavía adolescente, cuando apenas empezaba a hacerse una idea de lo que era el mundo. Se lo había recomendado su mentora, la directora del planetario en Nueva Delhi, después de advertir su facilidad para resolver problemas numéricos: muy pronto, siendo todavía colegiala, la jovencísima Priya estuvo programando una imagen del cielo de Delhi para un periódico nacional. “En los 80 aprendí a programar de forma autodidacta. Soy una privilegiada y tuve un Commodore 64 cuando nadie en India tenía ordenador”. Aquel fue un acercamiento temprano a algo que le llevaría varias décadas: intentar visibilizar la parte oculta (el 95%) del universo, estudiando la flexión de la luz procedente de galaxias distantes y haciendo mapas de la materia oscura invisible que causa estas desviaciones.
Su llegada a EE.UU. coincidió con el comienzo de su vida adulta. “Todavía puedo recordar la emoción que sentí cuando recibí el telegrama [de admisión en el MIT]”. La ilusión se sumó a otro tipo de sensaciones más complejas e inciertas. “Nunca había tenido una cuenta bancaria, o una libreta de cheques. Era muy joven. Además no había cajeros automáticos en India en aquella época. Pero estaba encantada de tener la oportunidad de ir al MIT, y mi entusiasmo intelectual me ayudó a hacer lo que fue una profunda transición cultural”.
Reconoce que tuvo la suerte de nacer en una familia intelectualmente estimulante, que le ofreció desde niña un entorno lleno de libros y de gente diversa que contribuyó a su curiosidad por el mundo. “Mis padres eran extremadamente sociables y generosos. Acogían a todo tipo de pensadores, escritores y artistas. Yo nunca sabía quién se sentaría con nosotros a cenar ese día y era muy emocionante. Es algo que intento reproducir ahora en mi casa”.
Estudiar astrofísica siendo mujer era una auténtica rareza por entonces. Apenas las había en el MIT, una universidad técnica especializada en ciencia e ingeniería. Siguió sin haber casi mujeres en el departamento de física de Cambridge, Inglaterra, cuando fue a cursar su doctorado. La eligieron investigadora en Astrofísica del Trinity College de Cambridge y fue la primera mujer en lograrlo. Cuando se incorporó luego a Yale, donde “la ratio de género era mucho mejor”, se dio cuenta de que si es difícil para una mujer lograr un puesto fijo, todavía lo es más para una de otro origen étnico.
Toda su carrera académica ha transcurrido entre lo que ella llama los “principales bastiones del poder masculino” —los departamentos de Astrofísica de las universidades de élite en EE.UU. y Europa—, lo que le permitió conocer muy de cerca el sexismo, el racismo y la discriminación de género en el ámbito académico. “Si eres mujer, mujer de color u hombre de color, hay una discriminación encubierta, por lo que no puedes llamarles la atención fácilmente. Hay sesgos implícitos, escrutinios y la expectativa de que vas a fallar en algún momento. Por otra parte, sigue siendo bastante difícil que una mujer a la que le gusta la Física o las Matemáticas pueda seguir su carrera hasta el doctorado. La vida académica ofrece un trabajo flexible que es totalmente compatible con tener una familia, pero el tiempo que lleva llegar hasta ahí coincide justo con los años que tenemos de capacidad biológica para reproducirnos, y eso disuade a muchas mujeres”, explica.
Además, como minoría étnica, defiende la diversificación cultural en la ciencia como algo urgente y necesario. “El bagaje cultural da forma a las preguntas en las que estás interesado. La ciencia es la misma, pero las preguntas que uno se hace están influidas por su cultura. Las ideas nuevas radicales surgen de hacer asociaciones que en un principio no parecen obvias. Por eso necesitamos diversidad en la ciencia”.
Uno de los secretos mejor guardados de la científica es su amor por la poesía y las artes visuales. Unos intereses que la alejan de la mayoría de sus colegas, dice, pero que no resultan del todo sorprendentes. ¿No se dedican tanto la poesía como la física teórica, al fin y al cabo, a identificar relaciones invisibles que son difíciles de percibir con nuestros sentidos en la dinámica de lo diario? Priyamvada asiente de inmediato y se entusiasma: “Sí, eso es, exactamente. Y necesitas a alguien que llame la atención sobre esas conexiones. En poesía necesitas al poeta para que te guíe, para que te dé nuevos ojos con los que mirar al mundo. Es inevitable que, haciendo lo que hago, la poesía y el arte formen parte de mi vida”.
Justo esa mañana había estado en la Fundación Miró admirando a uno de sus artistas predilectos. “Me encanta Miró. Y es justo eso: veo algo muy similar en el proceso y el salto conceptual que tienes que dar para hacer arte abstracto. Tienes que intentar capturar la esencia y traerla concentrada. Eso es muy parecido a lo que yo hago, ya sea construyendo modelos o creando ideas teóricas”.
Es esa creatividad, según ella, lo que resulta más gratificante en la investigación científica. “La mayor recompensa en la ciencia no es monetaria ni son los premios, sino la habilidad de descubrir cosas por una misma. Cada día en tu trabajo estás resolviendo cosas y es un reto, porque pones a prueba tus limitaciones cognitivas. Pero también hay un elemento de juego, como en el arte. Esta curiosidad ha sido una parte fundamental de quién soy yo. También conlleva una frustración, pero de la colisión entre esa frustración y el impulso por resolver problemas nacen las mejores ideas”.
Según la cósmica india, para seguir siendo creativos en la ciencia hay que tener una actitud similar a la de los artistas. “No te puedes quedar atrapada en la carrera de ratas ni pensando en conseguir tal o cual premio, porque entonces ya no estás haciendo buena ciencia. La ciencia es muy competitiva. A mí esta actitud me ha ayudado a prosperar en ella sin comprometer mis ideales. Es algo difícil, pero creo que, cuanto menos lo buscas, con más naturalidad llega”, señala Priyamvada. Su inconformismo también le llegó de forma natural, fruto de la independencia que trae su condición de outsider. Extranjera en el norte de la India, siendo del sur; extranjera en EE.UU.; extranjera cuando se trasladó a Cambridge (Inglaterra) para cursar su doctorado; extranjera siendo mujer en el masculino mundo de la astrofísica; extranjera siendo una científica con amplias inquietudes culturales... Cuando dice esto, sus colegas le recuerdan que ella es ahora parte del establishment: dirige un departamento, forma parte de comités, da charlas, influye. Pero el sentimiento de pertenencia no es fácil de conquistar. “Yo sigo sin pertenecer, a un nivel fundamental. Pero me he dado cuenta de que ese sentimiento es en realidad empoderador, no es una desventaja. Porque te libera de la presión de conformarte. Tienes la angustia existencial, pero, ¿sabes qué? Vives la vida a tu manera”, reconoce.
Quizá por eso está esperanzada con las pequeñas transformaciones que estamos viviendo. Las cosas están empezando a cambiar a favor de las mujeres. Priyamvada se entusiasma, se asombra, se alegra ante los pequeños triunfos que está viendo en el ámbito científico. Sabe que su regocijo es el de todas.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.