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Nunca pensé que la adolescencia se llevara tan mal con la infancia. Crecemos odiando aquello que hemos sido, o por lo menos, negándonos a aceptarlo. Se nota cuando de una carpeta del ordenador surgen fotos de hace 10, 12, 15 años. Fotos que inmortalizan fiestas infantiles de cumpleaños, el carnaval de la clase de los cangrejos o el primer paseo en bici sin estropicio.
Los niños protagonistas de esas fotos, actualmente adolescentes, reaccionan de un modo negativo que puede ir del enfado ruidoso a la más callada (y falsa) indiferencia. Atrás quedaron las épocas en que se reían con sus monadas; ahora se enfadan conmigo por mostrarlas y creo que también un poco con ellos mismos por haberlas cometido. Y eso sin entrar en terrenos íntimos, como esas imágenes del primer baño que todos tenemos o los vídeos donde aparecen ejercitando algún talento temprano, como el canto o el baile. Entonces, directamente, no pueden soportarlo. Nos acusan de estar poniéndoles en ridículo y se van dando un portazo.
Los psicólogos señalan que la adolescencia también es el momento de pasar revista a toda la infancia y de sacar trapos sucios. No es extraño enterarnos de cosas que pasaron hace varios años justamente ahora, y saber también que nuestros hijos o hijas las vivieron como grandes traumas. También es la ocasión para odiar lo que antes parecía agradable, para cambiar de opinión sobre profesores antiguos o sobre viejos compañeros de clase. En definitiva, parece que este borrón y cuenta nueva es un preludio de algo importante: ese día en que, ya adultos de verdad, les gustará verse cuando eran niños o bebés.
Es una tormenta pasajera, pero mientras dura parece completamente devastadora. Se trata de sobrevivir a ella poniendo a salvo lo esencial, y de reírse luego de los estragos que ha cometido. En fin, un capítulo más de esta etapa de la exageración y el sobresalto.
El mayor empieza a hablar de apuntarse a la autoescuela. Hace sus cábalas, calcula el tiempo, se ilusiona. Se imagina yendo y viniendo a su aire. Pronuncia la palabra libertad. He aquí el quid de la cuestión: desde que nacemos, queremos largarnos. Educar es enseñarles cómo hacerlo con éxito. Que lo consigan también es un poco mérito nuestro.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.