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Tormenta pasajera, por Care Santos

"Crecemos odiando aquello que hemos sido, o por lo menos, negándonos a aceptarlo".

maite niebla

Nunca pensé que la adolescencia se llevara tan mal con la infancia. Crecemos odiando aquello que hemos sido, o por lo menos, negándonos a aceptarlo. Se nota cuando de una carpeta del ordenador surgen fotos de hace 10, 12, 15 años. Fotos que inmortalizan fiestas infantiles de cumpleaños, el carnaval de la clase de los cangrejos o el primer paseo en bici sin estropicio.

Es un capítulo más de exageración y sobresalto, pero mientras dura parece devastadora”.

Los niños protagonistas de esas fotos, actualmente adolescentes, reaccionan de un modo negativo que puede ir del enfado ruidoso a la más callada (y falsa) indiferencia. Atrás quedaron las épocas en que se reían con sus monadas; ahora se enfadan conmigo por mostrarlas y creo que también un poco con ellos mismos por haberlas cometido. Y eso sin entrar en terrenos íntimos, como esas imágenes del primer baño que todos tenemos o los vídeos donde aparecen ejercitando algún talento temprano, como el canto o el baile. Entonces, directamente, no pueden soportarlo. Nos acusan de estar poniéndoles en ridículo y se van dando un portazo.

Los psicólogos señalan que la adolescencia también es el momento de pasar revista a toda la infancia y de sacar trapos sucios. No es extraño enterarnos de cosas que pasaron hace varios años justamente ahora, y saber también que nuestros hijos o hijas las vivieron como grandes traumas. También es la ocasión para odiar lo que antes parecía agradable, para cambiar de opinión sobre profesores antiguos o sobre viejos compañeros de clase. En definitiva, parece que este borrón y cuenta nueva es un preludio de algo importante: ese día en que, ya adultos de verdad, les gustará verse cuando eran niños o bebés.

Es una tormenta pasajera, pero mientras dura parece completamente devastadora. Se trata de sobrevivir a ella poniendo a salvo lo esencial, y de reírse luego de los estragos que ha cometido. En fin, un capítulo más de esta etapa de la exageración y el sobresalto.

Libertad

El mayor empieza a hablar de apuntarse a la autoescuela. Hace sus cábalas, calcula el tiempo, se ilusiona. Se imagina yendo y viniendo a su aire. Pronuncia la palabra libertad. He aquí el quid de la cuestión: desde que nacemos, queremos largarnos. Educar es enseñarles cómo hacerlo con éxito. Que lo consigan también es un poco mérito nuestro.