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¿Por qué seguimos enganchadas a Dinastía?

El culebrón de los 80, con sus cardados, sus mangas jamón y sus tejidos tornasolados sigue siendo un icono de la opulencia. Un mito pop que nos fascina y que la moda ha decidido adoptar casi sin ironía.

Las archienemigas de Dinastía. En la versión de Netflix los personajes son 20 años más jóvenes. d.r.
¿Por qué seguimos enganchadas a Dinastía?
Nerea Pérez de las Heras

Es un hecho. En enero de 2020 no estamos en condiciones de distinguir si lo que ha hecho Versace en la campaña Holiday Saga es irónico o no. La última colección de la casa italiana está poblada de tejidos tornasolados, vestidos de noche de raso, mangas jamón y cardados. Es decir, es pura Dinastía, esa serie creada por el matrimonio de guionistas Richard y Esther Shapiro, que contaba la historia de los Carrington, una rica familia de Denver que había hecho fortuna gracias al petróleo y estaba inspirada (según ellos) en Yo, Claudio.

Como en todo culebrón que se precie, en Dinastía (1981-1989) hubo incestos, hijos ilegítimos e, incluso, personajes que reaparecían convertidos en milicianos de la guerrilla.

Sarah Baker y Helena Christensen, en la campaña de Versace. d.r.

En nuestra época, de la mano de la artista Sarah Baker, Versace ha recreado en la publicidad de su colección Holiday Saga la estética de esas historias de amor, traición, intrigas y mansiones con escalinata de mármol, que remite a Dinastía. Un mito de opulencia que no es que nos siga fascinando, sino que en 2020 ha alcanzado un pico de popularidad insoslayable. ¿Por qué? Laura Suárez, doctora de Filosofía y profesora de Sociología de la Moda aventura una respuesta. “El triunfo de la opulencia como ficción estética es una revisión de la fantasía elitista del glamour ochentero y noventero, que pone fin a la literalidad de la ropa de los últimos años y trae consigo una vieja idea de feminidad clásica”.

Nos siguen encandilando esos estilismos, esas maneras histriónicas... Así que siempre tenemos a mano, como un talismán, el gif del bofetón de Joan Collins a Linda Evans (Alexis y Krystle). Las dos tan icónicas, desatadas ejerciendo su privilegio por todas las que, por razones de urbanidad, no podemos saltarle los pendientes chandelier a la otra punta de la habitación a nadie.

Los años del pelotazo

Dinastía sigue siendo la reina de las mangas de jamón, pero tampoco es que necesitemos una saga de petroleros de Denver para buscar referentes éticos y estéticos de la opulencia de culebrón. En España, la verdadera edad de oro de las hombreras y la ostentación fueron los años del pelotazo. Las chaquetas armadas de Marta Chávarri, las fiestas de Marbella, los tejidos metalizados de Isabel Preysler o los cardados de Nati Abascal no tienen nada que envidiar a Alexis Colby y sus enemigas. De hecho, muchas influencers veinteañeras de hoy pasarían desapercibidas en una portada del Hola de entonces.

Portada de Hola de 1987, con Aline Griffith, la duquesa de Alba y Nati Abascal. d.r.

Pero esto no va de nostalgia, hablamos de un fenómeno actual y transversal, que florece en todas partes: la atracción hacia la iconografía de la riqueza obscena. En los altares de la cultura urbana, la trapera catalana Bad Gyal les explica a sus entrevistadores que esas uñas kilométricas están ahí para enviar el mensaje de que ella se gana muy bien la vida sin usar las manos para nada. La Zowi (una artista hispanofrancesa de trap) canta: “Toy comprando en Serrano, ¿o es que no lo ves?/ La gente me ve pasar, dice: “¿Esa hoe quién es?”/ Tengo dinero pa’ mi entierro, ¿es que no lo ves?”.

Mientras, en el mainstream, Rosalía ruega en un quejío que retumba globalmente: “Dios nos libre del dinero”. Pero lo canta vestida de Versace y con las manos cuajadas de oro. En Netflix se ha hecho un remake de Dinastía; y Succession, otra serie sobre una familia de magnates de tintes shakespearianos, triunfa estos días en los Globos de Oro y en HBO.

La cantante Rosalía. getty

Eso sucede en la tele, mientras en la calle, la fast fashion democratiza el exceso: mangas de farol, corpiños de terciopelo, abullonados, fruncidos, brocados y plisados. En medio de la cuarta ola del feminismo, resulta que en 2020 vamos por ahí vestidas como un meme de Dinastía. Es decir, hacemos apropiacionismo cultural de la tribu urbana más inaccesible y antigua: los ricos.

La tendencia es tan transversal que incluso algunos ricos de verdad parece que van disfrazados de ricos. Y sí, Melania Trump, te miramos a ti. La escritora Fran Lebowitz dice que los Trump representan el ideal de riqueza que tiene una persona pobre. La familia más poderosa del universo conocido se salta el protocolo más básico del estatus: que la clase consiste en no alardear.

Si el tema de la próxima Gala del MET fuese estar forradas, a nadie se le ocurriría aparecer en la alfombra roja con un jersey de cashmere de Loro Piana (a 1.200 € el ejemplar). Al común de los mortales no nos interesa imitar el auténtico estilo de los ricos del mundo real, siempre corporativos y sobrios, sin logos a la vista, y tan parecidos a los protagonistas de Succession. En realidad, la clase es algo abstracto y excluyente, mientras la opulencia es una caricatura accesible a 29,90 € en Zara. Y nos encanta.

Publicidad de Yves Saint Laurent de los 80. d.r.

Estéticamente, nunca hemos estado más lejos del grunge y más cerca del barroco. La razón, según Juan Dorado, profesor de Teoría Política es que “al triunfo del puritanismo le sigue siempre la insurrección barroca, es decir, el retorno a una sensibilidad que se niega a ser codificada”. Algo que nos sucede (paradójicamente) cuando los analistas económicos auguran una crisis más despiadada que la de 2008 ¿Casualidad? Probablemente, no. Porque es posible que nunca hayamos tenido tan lejos el estilo de vida de Dinastía que tanto nos complace y tan barato es imitar.

HORÓSCOPO

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Sagitario

Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.