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hablamos con alberto anaut

Anaut, la banda española con alma negra que te va a enganchar con su último disco, Perro verde: «Ser valiente es necesario»

La banda madrileña Anaut, que tanta alma le ha puesto a nuestra escena musical con su alabada mezcla de rhythm and blues, folk y rock, acaba de presentar su cuarto álbum, Perro verde, el primero que suena en español y a pop. Nos lo cuenta Alberto Anaut, que lleva la guitarra y la voz cantante.

Alberto Anaut acaba de presentar el cuarto disco con su banda, Perro verde. JOSE AGUILAR

Su tío es el periodista Alberto Anaut (1955-2023), fundador del festival PHotoEspaña, la empresa cultural La Fábrica o la revista Matador. Un mago de la gestión cultural de creatividad inagotable. Esto le llevó a él también a participar, en cierto modo, de un ambiente de bohemia exquisita y con personajes emblemáticos de la movida madrileña, como la creadora de la mística doméstica Ouka Leele o el iconoclasta por antonomasia Alberto García-Alix. Solo que a este otro Alberto Anaut, en realidad Alberto Palacios Anaut (Madrid, 1982), la pasión visual y fotográfica, suya también, se le volvió música toda, hasta terminar cursando estudios de jazz en Ámsterdam.

Así que cuando llegó la hora de formar banda, el apellido materno se lo puso fácil. No era un Rodríguez. Doce años después, Anaut, el trío con Gabri Casanova a los teclados y Javi «Skunk» Gómez a la batería, está presentando en sociedad su cuarto disco, Perro verde, pero el primero que suena en castellano y a pop-rock. Un hasta pronto a su anglofilia. Algo que Alberto ya venía practicando con su otra formación, Combo Paradiso; nota a pie de página, tampoco se la pierdan.

La guitarra y la voz corren de su cuenta, aunque aparte toque el piano, la batería y hasta la trompeta. Los tres discos anteriores de Anaut, 140 (2013), Time goes on (2016) y Hello there (2018), hunden sus raíces en lo más profundo de la música americana, al compás del rhythm and blues, el soul, el folk y, de forma inevitable, el rock.

La verdad es que Alberto Anaut algo de perro verde sí que tiene. Un monstruo sobre los escenarios cuando rompe a cantar su alma más negra, tal vez poseído por el espíritu de Etta James, Ray Charles o Ella Fitzgerald. Su banda le sigue, y son una fiesta. Buen rollo escénico antológico y actitud años 50. Esto es lo que nos ha contado sobre las musas a su alrededor y este nuevo álbum que presentaron en el Club Matador, otro guiño a Alberto Anaut I, la realeza de la cultura.

MUJER HOY. Cuarto disco ya de la banda, ¿cómo lo definiría?

ALBERTO ANAUT. Es un disco de una banda que ha hecho tres elepés en inglés, con referencias de la música norteamericana y, digamos, negra. El primero en castellano y que ha cambiado un poco el estilo para adaptarse al cambio de idioma.

¿Y el nombre, Perro verde?

Pensamos en hacer un disco que se llamara así por si era el único en español de nuestra carrera. Aunque, llegados a este punto, vamos a seguir. No tiene marcha atrás.

Lo de cantar en nuestro idioma, ¿obedece a un deseo personal o a la presión del mercado?

Es un poco todo. Yo empecé con Combo Paradiso, una banda que tengo con Julián Maeso, Adrián Costa y Juan Zelada, que también son cantantes. Los cuatro venimos de la música americana y británica, y llegó un momento que dijimos: «¿Por qué no hacemos una banda en español?». Me di cuenta de que llega de otra manera al público. Cantan los estribillos y es otro nivel de acercamiento. Y ya que estaba haciendo el esfuerzo de escribir en español, que hay que generar otra estrategia de trabajo, pensé en continuar con mi propia banda. De hecho, Julián también ha sacado un disco en español. Hemos hecho todos una transición. No sabemos si definitiva, pero ahí está.

Esto ha llevado consigo una transición al pop-rock.

Yo creo, fíjate, que el cambio estilístico viene dado porque no queríamos cantar música americana en español. Ha habido que buscar entre la música que nos gusta qué puede funcionar en nuestro idioma. Por eso, el disco se acerca más al pop-rock.

Javi Skunk, Alberto Anaut y Gabri Casanova, el trío Anaut. JAIME LAHOZ

De todos modos, su voz parece estar hecha para el rock o el soul. Hay un gran contraste entre escuchar una canción del nuevo disco y luego, por ejemplo, When your days grow long, con esa voz negra.

Cada estilo tiene su manera de cantarlo, igual que la canción francesa se canta de una manera casi hablada. Ese ejercicio de adaptación me ha venido muy bien. Tiene que ver también con saciar la curiosidad de qué puedes hacer, con no aburrirte e intentar hacer algo distinto, ponerte nuevos retos. Eso siempre es bueno para un músico.

Imagino la sorpresa de la gente que les está conociendo con Perro verde cuando suene en un concierto algo de lo anterior.

En los conciertos vamos a mezclar el repertorio. Justo estos días estamos con los ensayos generales para empezar la gira. Pero la banda es las dos cosas, y ahí está esa transición que tiene que haber. Por una parte, el repertorio antiguo, que son los temas que la gente que nos sigue conoce y hay que tocar, y por otra lo nuevo. Tengo mucha ilusión de ver el efecto que produce.

Dónde podrás escuchar a Anaut este verano

¿Y cómo se plantean esta gira? ¿De festivales?

Sí, ahora mismo es lo que hay, porque en verano, en este país, las salas paran mucho. Con el tiempo que hace es muy difícil meter a la gente dentro. Estaremos en el Surfing the Lérez de Pontevedra (6 de junio), en el Korterraza de Vitoria (27 de junio), en el Gigante de Guadalajara (28 y 30 de agosto) y en el Enclave de Agua de Soria (24 de julio), que es un festival de músicas negras, donde ya fuimos en 2013 con nuestro primer disco. Sobre todo, hay festivales y estamos preparando la gira de invierno, a partir de octubre.

Háblenos del nombre de la banda. ¿Es un homenaje a Alberto Anaut? 

Sí, sí, sí. Es mi tío y por partida doble, porque era hermano de mi madre y se casó con Carmen, hermana de mi padre. Además de mi padrino. Y, de hecho, me llamo así porque él se lo pidió a mi madre ya que nunca tuvo hijos. Entonces, también soy Anaut, aunque mi primer apellido es Palacios.

A la hora de bautizar a la banda lo tuvo claro.

Esta banda se creó cuando yo estaba estudiando en Países Bajos y la llamé así porque no es un apellido al uso, no es Martínez. Fue un proyecto muy personal. Pero con Gabri y con Javi Skunk llevo un montón de años tocando y, aunque nos seguimos llamando Anaut, somos una banda.

¿De qué manera le influyó su tío, una persona que dinamizó tanto el mundo cultural?

Lo suyo, evidentemente, eran palabras mayores. Los tres hermanos hemos acabado haciendo tareas creativas, y seguro que algo les debemos a mis padres. Pero mi tío, aunque mi tía también, era la persona creativa que nos enseñaba otra manera de vivir y nos presentaba, yo qué sé, a Alberto García Alix o a Ouka Leele, gente así. A mí me parecía lo más normal del mundo. Eso es una suerte brutal, por supuesto. Y, bueno, mi tío me compró una trompeta cuando le dije que quería aprender a tocarla.

¿A qué edad?

Estaba en la universidad (en la Carlos III de Madrid, estudiando Comunicación Audiovisual), tendría 19 años y empecé a tocar en una banda de punk con la trompeta. Imagínate qué salto. Claro que me influyó vitalmente con su manera de ver la vida. Siempre buscaba soluciones para que todo saliera adelante. Y eso es algo interesante, aunque sea para abrir una mercería o un ultramarinos. No tiene por qué ser nada de la cultura. Ser valiente es necesario.

Alberto Anaut dándolo todo con la guitarra. LES

Además, el disco lo presentaron en el Club Matador, que tanto tiene que ver con su figura.

Lo fundó con otra gente, no fue una iniciativa solo de él, pero me pareció un homenaje muy chulo. Evidentemente, con su pérdida, el apellido ha ganado peso. Mucha gente me preguntaba: «¿Pero tu padre no se enfadó por llamarte Anaut y no Palacios?». Hombre, Palacios es un chorizo. (Risas).

El Club Matador aboga por una sociedad más culta y cosmopolita, ¿participa Anaut de este propósito?

Desde luego que sí. A veces llegas a sitios, cantas en inglés y parece que estás fuera del tiesto. Pero tocando en una sala en un pueblo enano, ves a gente como si tuvieran sed y les estés dando de beber. Y es porque no pasan por allí bandas tocando Otis Redding o rhythm and blues. Siempre hay gente inquieta y culta o que lo necesita para vivir, y la hay en los sitios más recónditos. Nosotros no consideramos que toquemos música culta, porque no es jazz ni clásica, pero sí es una música a la que no se suele tener acceso diario en directo.

Por qué tienes que seguir a la banda madrileña Anaut

¿Sus escenarios naturales son las salas, tipo Joy Eslava? 

Sí, y salas más pequeñas. La 16 toneladas en Valencia, la Hell Dorado en Vitoria... Siempre hay una sala de nuestro rollo. La música negra, al final, en España se toca en las salas de rock. Hay una especie de cultura común, que viene del northern soul de Inglaterra, que son rockers pero amantes de Otis Redding. Es curioso, una escena entre blancos y negros, y los mods también tienen mucho que ver. Solo intentamos hacer la música que nos mola, porque uno acaba tocando donde le dejan tocar.

¿Cuándo se forma la banda? 

Yo fui a estudiar al conservatorio de Ámsterdam cuatro años y allí empecé a montar temas. Mi proyecto de fin de grado fue un disco, que hicimos con un navarro, un catalán, un palermitano y un tío de Toledo, que es Gabri, con el que sigo tocando, porque estudiamos juntos en Pamplona y en la Escuela de Música Creativa de Madrid. Aquello parecía un chiste. Y cuando acabé la carrera en 2013, vine a la Caracol, grabé el disco y unos meses después hicimos la presentación. Ya llevamos 12 años.

¿Cómo ha visto cambiar la escena musical en todo este tiempo? 

Ha ido tristemente a peor, no por talento ni por capacidades de la gente, porque cada vez se estudia más y se tiene más acceso a información. Pero, a nivel profesional, sí que veo salas donde tocábamos habitualmente, como el Junco, que han cerrado. La Caracol también ha cerrado y ha reabierto millones de veces. Me da la sensación de que Madrid está en un buen momento cultural, pero que la música siempre va por detrás. Está dejando de ser cultura para ser divertimento. Al menos, la música moderna; la clásica va por otro lado.

¿Se sienten parte de la escena alternativa?

Sí, pero no por gusto. Somos una banda autoproducida, que nos pagamos la promo de nuestro bolsillo. Una especie de empresa cultural y, en este sentido, supongo que una banda alternativa porque no tenemos a ningún gigante detrás.

Alberto Anaut en plena actuación con Trío Bravo, el proyecto paralelo de los tres músicos de Anaut. LES

¿Se puede vivir de la música? 

El público, en general, tiene una percepción de que ser músico es ser intérprete. Pero hay millones de campos de la música que no se conocen tanto. Todas esas series que vemos en las grandes plataformas tienen un compositor o una compositora detrás. Lo mismo que en cada anuncio hay una persona que ha hecho la música. Se puede vivir, pero hay que ser polivalente: un poco compositor, un poco intérprete, un poco productor, profesor. Al final, si te abres a diferentes mercados se puede hacer y hay que tener muy claras las expectativas a ese respecto. En mi opinión, tenemos cada vez menos margen de acción individual. La industria se ha metido ahí y es muy difícil cambiar algo. Esto es un mercado y uno entra en la rueda esperando aportar su voz, pero sin el público no somos nada. Necesitamos seguidores.

Del boom de los festivales al auge de la música urbana

En su caso concreto, ¿es polivalente?

Escribo música para mi banda y toco la guitarra en otros trabajos. Con Germán Salto, con el trío de Julián Maeso o con la banda de Juan Zelada. También soy profesor en el Centro Superior de Música Creativa. Además, estoy haciendo la serie de Creadores, un programa de entrevistas a gente de la cultura, que empecé con mi tío y está en Prime Video.

¿Qué le parece del boom de festivales? 

Me parece muy bien que una forma de ocio sea ir a ver música. ¿Cómo voy a estar en contra de eso? Pero se tendría que buscar una manera de que no fueran en contra de las salas. Porque las salas son el tejido cultural de una ciudad, y cuando un festival enseña al público que por 80 pavos puede tener tres días de conciertos, resulta muy difícil que pague 15 para ir a ver uno solo, por poco que sea. Vamos contra nosotros mismos. De hecho, hay bandas que no hacen salas porque venden muchos tickets en festivales.

¿Quién es el público de Anaut? 

Según Spotify, gente entre 35 y 45 años. Mira, ayer, por ejemplo, estuve en el concierto de JD McPherson y no había jóvenes. Veías a gente de 70 años, pero a nadie de 20. Los que van a las salas están entre los 35 y los 55. No es una queja, pero me preocupa, no ya por mí, sino porque tengo alumnos que tocan de lujo, componen muy bien, pero a ver quién les va a ver. Los de veintitantos está en otra película, porque de la música urbana sí que hay un boom. Veo desinterés, no sé si será que me estoy haciendo mayor, pero considero que hay poca inquietud musical.

¿Qué opina del auge de la música urbana?

Es otro circuito, otros festivales, otra movida. Que la gente vaya a ver música siempre está bien. Que sea reguetón o tal... Yo preferiría que escucharán otra cosa, pero por algo hay que empezar. Y quien es curioso acabará encontrando a los grandes músicos.

Así se inspira un músico para componer una canción

¿Quiénes diría que son esos grandes músicos? 

Deben de ser Beethoven, Bach, Brahms (ríe), pero a mí la música que me gusta es la que se hace entre los cincuenta y los setenta en Norteamérica y Gran Bretaña. Esos son para mí los grandes músicos de la música popular, incluyendo el country, no solamente el pop, y también las músicas negras, que yo vengo de ahí, del rhythm and blues y del soul. Esa es la música con la que me he educado como músico, que va desde el jazz hasta el reggae. Si me preguntas por nombres, Etta James, Ray Charles, Ella Fitzgerald, Johnny «Guitar» Watson, Sam Cooke. Es que hay millones, no se acaba nunca. Uno empieza a escuchar y, una vez termina con los grandes nombres, sigue con los más pequeños y alucina con el nivel. O sea, hay grandes intérpretes de segunda fila que son igual de buenos que los de primera. La música negra es infinita.

¿De dónde le viene esta pasión por la música?

Mi madre trabajaba en el Hospital Clínico en Madrid y me llevaba a una guardería que debía de ser bastante progre para la época y cuidaban mucho la parte artística, pintábamos mucho, escuchábamos mucha música. Y una profesora le dijo que tenía buen oído porque ningún otro niño terminaba las canciones a esa edad. Ese es el primer recuerdo que tengo del Alberto músico. Además, mi padre tenía una guitarra en casa y, cuando no me podía dormir, me tocaba un par de temas fumándose un pitillo. Era otra época. A los ocho años empecé a tocar la guitarra en la escuela de mi barrio y eso me llevó a meterme en bandas. Como nadie cantaba, pues empecé a cantar. Siempre he estado relacionado con la música. Nunca me ha supuesto un esfuerzo.

A la hora de componer, ¿qué le inspira?

Generalmente, me influye lo que esté escuchando en ese momento. Me sorprende cómo permea. De repente, un día cristaliza en tu cabeza y buscas esos sonidos. Porque componer, al final, es tomar decisiones continuamente, y terminas escogiendo un acorde que te remite a algo que resuena en ti. Ahí es donde la música habla por encima de uno mismo. En cuanto a la letra, casi todo lo que he escrito son cosas que me pasan. No soy un poeta. No tengo esa capacidad para hablar de lo que no he vivido. Aprendo de lo que vivo, como todos los seres humanos.

¿Su último descubrimiento musical? 

Me gusta mucho Theo Lawrence, que es un tío francés que hace country y parece yanki absolutamente, de pronunciación y de estilo. Es increíble.

Ya para terminar, ¿hay algo que se pueda comparar a la música? 

La comida. Pienso que tienen mucho en común. Están los guisos que te hacían en casa y lo que tú les aportas. Es decir, la música con la que te has criado es básicamente lo que te ponía tu madre o tu padre de comer. Y después uno intenta innovar con el jengibre o con la cúrcuma, que son ingredientes que ellos no usaban. Los sabores y los sonidos están directamente relacionados. Te hacen sentir bien, te llenan. Es muy evidente esa conexión.

No se puede vivir sin comer y tampoco sin música. 

Exacto, eso he dicho. Aunque para cada uno la música es una cosa. En Países Bajos, yo me escandalizaba porque para la gente comer era un trámite. No tenían ese disfrute. Ellos comían delante del ordenador porque querían salir a las cinco y se comían un panecillo con un trozo de salami y un trozo de pepino. Y yo decía: «Pero ¿cómo? Un país tan culto, ¿cómo podéis comer así?». Es que no les interesaba. Y hay que respetarlo, cada uno tiene sus motivaciones en la vida. Hay mucha gente que pone la música en ese lugar. Vamos, que si tú quieres usar la música para para subir cuatro pisos en un ascensor, pues esa es tu decisión.

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