dinero
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Ya lo dijo Woody Allen: «El dinero no da la felicidad, pero proporciona una sensación tan parecida que sólo un auténtico especialista podría verificar la diferencia». Ironías aparte, en los últimos años un estudio científico detrás de otro han confirmado que, efectivamente, el bienestar financiero y la felicidad son conceptos que, a menudo, se dan la mano.
Un estudio elaborado en Princeton en 2010, quizá el más famoso publicado hasta la fecha, puso incluso cifras a la correlación: el dinero aumenta la felicidad hasta alcanzar el umbral de los 75.000 dólares de ingresos anuales; a partir de esa cifra, el impacto apenas resultaba significativo, según el trabajo dirigido por el premio Nobel de Economía Angus Deaton.
Una idea con la que Arthur C. Brooks, doctor en Ciencias Sociales y uno de los mayores expertos del mundo en la ciencia de la felicidad, coincide: «A niveles bajos, el dinero mejora el bienestar. Sin embargo, una vez que te ganas la vida de manera sólida, no es probable que un multimillonario sea más feliz que tú», escribía hace unos meses en su columna semanal de The Atlantic.
Para Brooks, famoso por impartir un célebre curso de Harvard sobre felicidad y liderazgo, esta se cimienta sobre tres pilares fundamentales: el disfrute, la satisfacción y el propósito. El disfrute entendido no como simple placer sino como la habilidad de compartir las cosas que te gustan con otras personas para construir buenos recuerdos.
La satisfacción, en cambio, está regulada por las expectativas y funciona igual que el clásico dicho popular: no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita. Brooks, de hecho, lo convierte en fórmula matemática: «Tu satisfacción es lo que tienes dividido por lo que quieres», escribe. Por último, el propósito tiene que ver con darle sentido y significado a la vida, una cuestión filosófica que para el autor debería resolverse contestando a una pregunta doble: «¿Por qué estoy vivo y por qué estaría dispuesto a morir hoy?
Para llevar la teoría a la práctica, el experto propone tres formas de utilizar nuestro dinero para comprar, al menos, un cachito de felicidad. «No importa dónde nos situemos en la escala de ingresos, con un poco de conocimiento y práctica cualquiera de nosotros puede utilizar el dinero para ser más feliz», dice.
Uno: en lugar de gastar tu dinero en cosas materiales, que con el tiempo terminan devaluándose o pueden dejar de interesarte, invierte en experiencias. Puede ser un concierto o una cena fuera de casa. Pero también unas vacaciones o un viaje para visitar a un amigo al que hace tiempo que no ves. Lo más importante es que lo disfrutes en compañía. Y que conviertas ese momento en un recuerdo duradero que puedas revisitar con frecuencia.
Dos: si te lo puedes permitir, compra tiempo. O lo que es lo mismo, paga para librarte de tareas y responsabilidades que consumen tu día a día y que encuentras tediosas. Un ejemplo clásico es reservar parte de tu presupuesto a contratar una empleada doméstica que se encargue de darle un repaso a la casa una vez a la semana. Brooks recomienda utilizar ese tiempo para quedar con un amigo o pasar un rato en familia.
Y tres: en la medida de tus posibilidades, utiliza tu dinero para ayudar a los demás y hacer alguna donación periódica. Los estudios académicos también coinciden en esto: cuando se tienen ingresos estables, donar dinero a una ONG o ayudar económicamente a alguien que lo necesita no solo estimula la autoestima, sino también la secreción de la serotonina, la dopamina y la oxitocina, popularmente conocidas como las hormonas de la felicidad.