ESTO VA EN SERIO (O NO)
ESTO VA EN SERIO (O NO)
Bill Keaggy es artista, escritor y, desde hace más de veinte años, colecciona listas de la compra abandonadas. Cree que esos papeles arrugados, olvidados en carritos o entre las patatas, son microrrelatos que cuentan vidas enteras. Desde que descubrí su trabajo, no he vuelto a mirarlas igual. Ni tampoco a la propia compra. Hacerla se ha convertido en un acto de introspección. Un ritual desde el que me contemplo.
Empiezo por la fruta, como aconsejan los manuales de salud, y observo los aguacates como si pudieran resolver algo más que los balances de algunas cafeterías. Paso por las verduras y meto kale, porque alguien dijo que era bueno. Me detengo ante semillas y raíces milenarias: chía, cúrcuma, maca andina. Y siento que mi carrito se llena no solo de fibra y antioxidantes, sino de esperanza. Esperanza de longevidad, de claridad mental, de un intestino en paz, de una vida donde la elección saludable pesa más que cualquier otra.
Pero, en el pasillo de las galletas, mi plan se tambalea. Aparece la vida real: no la de Instagram ni la de los pódcasts de bienestar, sino la de los martes a las ocho, con hambre, cansancio y unos zapatos que estoy deseando quitarme. Pienso en la cúrcuma, la avena, la bebida vegetal que promete salvar el planeta... y en la certeza de que si meto ese paquete de galletas rellenas, me lo voy a comer. No porque esté triste, sino porque están buenas.
Y, de repente, recuerdo los días de azúcar y televisión a cualquier hora, los helados con chicle dentro y los carritos que parecían esculturas de Duane Hanson, llenos de ultraprocesados, sin que supiéramos que tenían la capacidad de conquistar el paladar y sabotear las arterias al mismo tiempo. Días en que nadie te pedía que fueras la mejor versión de ti, solo que no mancharas el sofá. Hoy, hasta el pan tiene narrativa. No tengo una conclusión. Solo sé que ahí estoy: intentando equilibrar cuerpo y mente, mientras sujeto algo que crujía en los noventa y venía con regalo.