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Cuando duermes, tu piel inicia un proceso de reconstrucción que parece de alta ingeniería: elimina toxinas, compensa los niveles de lípidos, restaura la hidratación, multiplica las células, repara el ADN de las que han sufrido agresiones externas y activa los fibroblastos para que produzcan colágeno y elastina.
Las cremas de noche amplifican los engranajes de esta maquinaria con activos que mejoran su rendimiento. A partir de los 30, son esenciales para levantarte por la mañana con la cara descansada.
Las mascarillas aportan estos mismos ingredientes en dosis concentradas. Pero no están pensadas para usar a diario, sino para compensar necesidades en momentos de estrés o agotamiento.
Su textura, heredada de los sleeping pack coreanos, permite aplicar una capa generosa que, por su tecnología, no se va a quedar en la almohada. Al contrario: crea una película de protección sobre la piel para que sus activos penetren mejor y rindan al 200%.