tratamiento facial
tratamiento facial
Del kobido podría decirse que es el «little black dress» de los masajes, un favorecedor vestido negro que lo mismo funciona para un desayuno de empresa que para un «afterwork». Lo que pretendo decir es que todas deberíamos tener de fondo de armario un tratamiento facial con efecto lifting como este, que remodela el óvalo facial, armoniza los rasgos y quita años. Que además es para todas las edades (cuenta con clientas fieles de dieciséis años, me dicen) y beneficia a todas las pieles.
Ya que voy a darme el capricho de este gran básico de belleza no me vale uno cualquiera, quiero el mejor, así que pregunto a mis compis periodistas de belleza y me topo con un nombre: Nangala, y a los mandos Paula Baratta, una experta que no sale mucho en prensa pero que es bien conocida en los círculos «beauty».
No es nueva: lleva ejerciendo como terapeuta en el madrileño barrio de Canillas, distrito de Hortaleza, más de dos décadas. Formada en la Escuela Japonesa de Shiatsu, donde conoció el kobido, siguió estudiando esta técnica ancestral en Amsterdam y creó Sculpt, una metodología propia en la que lo combina con masaje corporal y guasha.
Se trata de una técnica japonesa de masaje facial que trabaja en total 16 músculos de rostro y cuello a través de 47 manipulaciones diferentes. «Combina movimientos suaves y enérgicos, así como percusiones para mejorar la circulación sanguínea y promover un aspecto rejuvenecido de la piel. Se centra en estimular los puntos de acupresión y revitalizar la energía», cuenta Paula, añadiendo el chascarrillo de que en Japón, si lo pides, muchos ni lo conocen. «Lo utilizaban las emperatrices pero se fue perdiendo. Lo cierto es que se ha desarrollado en Europa».
Primera sorpresa: pienso que voy a realizarme un tratamiento facial y la experta me pide que me quede en braguita (lo entiendo tras el espectacular masaje corporal a cuatro manos que disfruto mientras actúa la mascarilla). También me advierte, por si pensaba ir acto seguido a algún sarao, que voy a salir de allí con el pelo sucio. «Nuestro masaje está enfocado en la salud, queremos ir más allá de la estética, que aporte beneficios de bienestar», añade.
El masaje arranca con lo que la experta llama un «prekobido». Incluye un estiramiento de piernas y pies con toallas calientes que me resulta de lo más relajante, limpieza de la cara con una agradable mousse y activación facial con enérgicos movimientos de fricción. «La delicadeza es relajante, pero si yo quiero trabajar y aportarte beneficios no puedo ser tan suave. ¿Cómo si no voy a activar la circulación», reivindica. Le pregunto si kobido y lifting japonés son lo mismo y efectivamente lo son.
Tras la toma de contacto vamos a la «masa madre» del masaje, un espectáculo de movimientos rápidos y precisos que la experta acompasa con ambas manos en cuello, cara y ¡orejas!, lo cual me produce un enorme placer. Hay palmoteos que resuenan como pequeños bofetones y amasamientos intensos que recuerdan al masaje corporal «Royal Touch» pero en versión facial, donde se provoca una hiperemia para liberar las toxinas de los tejidos (este movimiento logra arrastrarlas).
Se trabaja primero un lado y luego el otro –más que nada para poder ejercer más presión– insistiendo en las inserciones musculares (aquí la masajista va «recogiendo» la piel como si quisiera unirla en un mismo punto). «Que nos preocupa, que se cae todo, ¿verdad? Pues yo lo subo. Por eso se llama lifting japonés».
El masaje se realiza con producto todo el rato. Sobre una base de jojoba –un aceite regenerador que no se queda como una película, sino que penetra– se añaden gotas de aceites esenciales con efecto reafirmante. «Te darás cuenta de que voy impregnando tu piel constantemente. Trabajo el tejido para hacer de él una esponja capaz de absorber todo lo que le pongas». No me resisto a tocarme la cara y no hay en ella ni rastro de grasa. La experta también me pasa la famosa guasha al observar que tengo un poco de retención: «El movimiento de arrastre mueve la sangre y ayuda a eliminar líquidos. Este drenaje hará que la piel esté más receptiva a los principios activos de la mascarilla. Es de extracto de perlas: reafirma, calma y nutre«.
Mientras la mascarilla actúa, suena la puerta. Entra otra terapeuta y recibo un increíble (e inesperado) masaje a cuatro manos en piernas y abdomen. «Es reafirmante, anticelulítico y reductor para mejorar la retención», me explican tras advertir que sufro «bastante retención». «Tienes que beber agua, reducir el consumo de sal y practicar deporte». ¡Pero si yo solo vine a hacerme un kobido!, pienso para mis adentros. Al finalizar, se me retira la mascarilla y me aplican una ampolla rica en activos rejuvenecedores.
«A veces por cansancio, por enfado o por la razón que sea se transforman las facciones. Lo que hace esta técnica es armonizarlas, devolver los volúmenes al rostro y moldear el óvalo facial. ¿Sabes cuando la gente te pregunta qué te has hecho en la cara? Con el kobido pasa mucho. Se nota», ilustra la experta.
Y es que en realidad lo que consigue este masaje es llevar la sangre y el oxígeno a la piel. «Cuando hay más volumen de circulación sanguínea llegan más nutrientes a las células. De ahí la reparación de los tejidos: se da una mayor producción de colágeno y elastina que repercute en la elasticidad, con el resultado de un cutis más bonito». Compruebo que el efecto lifting dura varios días.
El precio del masaje kobido es de 160 euros / 90 minutos. En cuanto a las sesiones, depende del tiempo y de la economía. Hay quien se lo hace cada quince días a modo de mantenimiento de tratamientos médico estéticos como las infiltraciones de ácido hialurónico y luego están los auténticos fans, que acuden una e incluso dos veces por semana.
-El efecto lifting y la luminosidad son inmediatos, pero es que también noto que se han rellenado las arruguitas del código de barras. La clave está en la hiperemia: al activarse el riego sanguíneo, las pequeñas arrugas se llenan de sangre y se suavizan.
-El tratamiento vale lo que cuesta. Como en la buena cosmética, pagas por el producto, no por el «packaging».
-Es más que un masaje facial. Sales relajadísima. El kobido no deja de ser una especie de gimnasia pasiva que estimula la producción de serotonina y endorfinas, las hormonas relacionadas con el bienestar y la felicidad.
-Vocación de cuidado: «El masaje es nuestro fuerte. Nos gusta cuidar a la gente», comentaba Paula al principio del tratamiento. Y así es, no defrauda.
-Pocos «contras» se encuentran a este completo tratamiento. Por nombrar uno, el no estar avisada de que sales con el pelo un poco aceitoso tras el manoseo.
-También hay personas (a mí no me pasó) que pueden sentir agujetas en el rostro al día siguiente, sobre todo si en la cara hay más grasa. Y es que el masaje trabaja a un nivel profundo.
El kobido es un masaje clásico que se puede encontrar a precios más o menos módicos (en torno a 60 euros, 1 hora) en numerosos salones de estética. Lo que lo hace especial, sin embargo, es utilizarlo de base de un protocolo más completo, como ha hecho Paula Baratta al convertirlo en método propio (en centros renombrados como es el de Felicidad Carrera cuesta más o menos lo mismo, 140 euros, 90 minutos).
Otro masaje que consigue remodelar el óvalo facial sin aparatología es kinesiolifting, si bien en este se trabaja en seco, sin aceites. Las maniobras son distintas, basadas en «ochos», y no resultan tan enérgicas como en el kobido.