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Kirk Douglas: el último inmortal cumple 100 años

Ya solo nos queda él, la última leyenda de una época deslumbrante en que los sueños se construían con celuloide. Actor imponente, de una fuerza y una masculinidad arrolladora, y también un hombre contradictorio, mujeriego y distante con sus hijos.

Kirk Douglas en la película 'Cactus Jack'. / Gtres

CARLOS ALCELAY

Un día me dirigía en coche hacia mi casa de Palm Springs cuando observé a un marinero que hacía autoestop. Paré, subió y cuando me reconoció dijo asombrado: “¿Pero sabe usted quién es?”». La anécdota plantea una pregunta que el propio Kirk Douglas ha intentado contestar en sus varios libros autobiográficos, pero que tiene respuestas contradictorias según a quién se formule: la encarnación del sueño americano o un insufrible egocéntrico; con voluntad de hierro o de intolerancia ofensiva; generoso hombre de familia o padre ausente; marido ejemplar o mujeriego incorregible.

Probablemente cada uno de esos calificativos sea atinado, como lo son también estas otras cualidades: actor poderoso, cautivador, de una abrumadora energía contenida pero siempre a punto de estallar en pantalla. Una leyenda que el 9 de diciembre celebrará su centenario sabiendo que es el último de una época cinematográfica.

«La prueba de que algo vale la pena es su capacidad para resistir el paso del tiempo –aseguraba Douglas en una entrevista–. Quizá alguna de mis 20 películas favoritas, como 'Senderos de gloria', continúen recordándose dentro de algunos años. No me creo un gran hombre, aunque he hecho un tremendo esfuerzo. Es lo único que se puede pedir a una persona». Quizá sus hijos mayores le hubieran pedido algo más. «Fue antes una estrella que un padre», reconocía Michael Douglas hace unas semanas al diario The Guardian. Hubo daños colaterales en esa obsesión por el éxito que nació de una infancia miserable y de una aversión hacia lo que él era, un niño judío hijo de inmigrantes rusos, capaz de transformar la ira en voluntad por modificar su destino.

El hijo del trapero

Con un empleo de dependiente se pagó los estudios en el instituto de su ciudad, Ámsterdam (estado de Nueva York), en el que enseñaba Louise Livingston, quien le descubrió la literatura y el arte, además de los primeros placeres del sexo con 14 años. La universidad fue una ilusión que se pudo permitir al convencer al decano de la St. Lawrence University de costearse la matrícula a cambio de trabajar allí primero como jardinero y luego como bedel.

En esos cuatro años destacó por ser el campeón de lucha libre y por su talento en la interpretación, bagaje suficiente para después obtener una beca en la American Academy of Dramatic Arts (AADA) de Nueva York. Su intensidad sobre el escenario llamó la atención de varios productores de Broadway, de la misma forma que su seductora masculinidad fascinaba a las mujeres, entre ellas Betty Perske, una jovencita de 16 años que no le había olvidado cuando se convirtió, unos años más tarde, en Lauren Bacall.

Él también buscó un nombre artístico para enterrar el suyo, Issur Danielovitch Demsky. Se inspiró en su admirado Douglas Fairbanks y recién bautizado, comenzó una carrera teatral que se vio interrumpida por la Segunda Guerra Mundial. Estaba sirviendo en la Marina cuando a sus manos llegó un número de la revista 'Life' en cuya portada aparecía Diana Hill, una belleza con la que ya había coincidido en la academia de arte dramático.

Asegura el actor que en ese momento decidió casarse con ella. Tardó un año en conseguirlo (1943). Diez meses después nació Michael; tres años más tarde, su hermano Joel. «Como suele decirse, los opuestos se atraen –explicaba el primogénito en The Guardian–. Mi madre tenía una inclinación por los chicos malos, así que había un atracción animal entre ellos, pero no estaban hechos el uno para el otro».

La separación

La llamada de Hollywood propició una separación que alivió a los dos de una convivencia tormentosa. Lauren Bacall, ya una estrella precoz y recién casada con Humphrey Bogart, convenció al productor Hal Wallis para viajar a Nueva York y conocer a Douglas, que había vuelto a Broadway tras la guerra. Wallis le ofreció competir por el papel protagonista de 'El extraño amor de Martha Ivers' con otros dos jóvenes prometedores, Richard Widmark y Montgomery Clift.

Aquel terminaría siendo su primer trabajo en el cine, al que le seguirían títulos como 'Carta a tres esposas' (1948) y el 'Ídolo de barro' (1949), papel por el que conseguiría la primera de sus tres nominaciones al Oscar. La nueva vida en Los Ángeles puso un final definitivo a su matrimonio con Diana, que tuvo como colofón numerosas aventuras.

En la autobiografía 'El hijo del trapero', Douglas hace balance de las más conocidas . De Bacall comenta: «Sospecho que experimentaba por mí una especie de enamoramiento de colegiala». También describe las visitas de Marlene Dietrich: «Venía a casa, preparaba sopa y me mimaba. Era sexo afectuoso».

Y reconoce su romance con Lana Turner, «aunque ella estaba liada con Fernando Lamas, un hombre terriblemente celoso». En esa relación de amantes además figuran Pier Angeli, Rita Hayworth, Joan Crawford, Gene Tierney, Mia Farrow y Faye Dunaway. A varias de ellas las conoció después de casarse en 1954 con la belga Anne Buydens, una agente de prensa que le sirvió de traductora durante su visita a Francia para rodar 'Acto de amor'. Parece que él no ha tenido secretos para Anne y que ella ha sabido sobrellevar las debilidades de su marido, lo que ha ayudado a forjar una unión inusualmente sólida en Hollywood que ya dura 62 años.

La nueva etapa en su vida

Los dos hijos que han tenido, Peter y Eric –fallecido por una sobredosis a los 46 años–, encontraron en su padre la cercanía que sus dos hermanastros siempre echaron de menos. Michael y Joel vivían con su madre en el otro extremo del país y visitaban al actor de vez en cuando en Palm Springs, por donde se dejaban ver amigos como Burt Lancaster, Frank Sinatra y Tony Curtis. Mientras, Diana rehacía su vida junto a otro actor, Bill Darrid.

« Era un gran tipo y fue una gran influencia para mí –reconoce Michael–. Kirk solía referirse a él como ‘mi padre sustituto’. Asumió la responsabilidad de cuidar y educar a los hijos de otro hombre. P or eso mi hermano y yo siempre nos sentimos más unidos emocionalmente a Bill». Tras su segunda boda, Douglas inició su mejor etapa personal y profesional.

Decidió crear su propia productora para elegir los guiones y ejercer un control creativo sobre las películas. Imponía sus ideas con la misma tozudez visceral que transmitían sus personajes en películas como 'El loco del pelo rojo' (1956), 'Duelo de titanes' (1957) o 'Los vikingos' (1958), lo que le granjeó enemistades notables. Robert Mitchum le detestaba por considerarle un farsante, John Wayne no soportaba su empeño en defender posiciones izquierdistas y la columnista Sheilah Graham le describió como un «fanfarrón, egocéntrico, incapaz de soportar las críticas... si es que alguien se atreve a hacérselas».

La guerra con Kubrick

Pero ninguna batalla fue tan cruenta y tan fructífera como la que libró con el director Stanley Kubrick. «No tienes que ser simpático para ser brillante. Puedes ser un mierda talentoso, y viceversa, puedes ser un encanto sin el menor talento. Kubrick es más del tipo mierda con talento», afirmó el actor.

' Senderos de gloria' (1957) fue su primer encuentro. Kubrick era un director novel y Douglas ya había asumido su papel de protagonista y productor obsesivo. El resultado fue una joya cinematográfica que mitigó su mala relación personal. 'Espartaco' (1960) les volvió a reunir. El proyecto era un reto por su elevado coste y por la dirección de un reparto repleto de egos (Laurence Olivier, Peter Ustinov, Charles Laughton, Jean Simmons, Tony Curtis y el propio Kirk).

El realizador elegido fue Anthony Mann, pero abandonó a las pocas semanas porque Douglas entendió que no tenía el talento suficiente. Con reticencias llamó a Kubrick. Los conflictos entre ambos convirtieron el rodaje en una contienda que Douglas ganó por la mínima.

El director siempre renegó del resultado, a pesar de que aquel himno épico a la rebelión y la derrota contenga todos los atributos de una obra maestra. 'Espartaco' hizo de Douglas un mito inalterable y un referente político al desafiar la infame caza de brujas que padecía Hollywood poniendo el nombre del apestado guionista Dalton Trumbo en los títulos de crédito.

El hijo del trapero ya había logrado un lugar entre los elegidos. No importa que su carrera sobreviviera con dificultad al cambio generacional de los 60 y que se deslizara por una decadencia en los 70 y 80. Nada podía disminuir una figura que hoy celebra a sus cien años ser el último de los inmortales.

21 de marzo-19 de abril

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