celebrities

Marita Lorenz, la espía que amó a Fidel Castro

Con solo 19 años se quedó embarazada del dictador y estuvo al borde de la muerte. Meses después, la cía la envió de vuelta a cuba para matar al comandante: no pudo hacerlo porque se había enamorado de él. Esta es la historia de la mujer que amó a dos tiranos, se relacionó con el acusado de matar a JFK y ahora será llevada al cine.

Marita Lorenz junto a Fidel Castro en una de las pocas fotografías que existen de ambos juntos. / Cordon press

Miriam Rubio
MIRIAM RUBIO

Tenía solo 19 años cuando pisó Cuba por primera vez. Era febrero de 1959 y el Berlín IV, el barco que capitaneaba su padre, Henrich F. Lorenz, atracó en el puerto de La Habana. Horas después de su llegada, un grupo de hombres uniformados se acercó en una lancha y subió a bordo del velero.

Un hombre alto, que fumaba con parsimonia un habano pidió registrar la embarcación. Le concedieron su petición y la joven Marita recorrió el barco guiando a sus peculiares invitados desde la cubierta hasta la sala de máquinas. Al llegar a los camarotes el hombre del puro le cogió las manos y la besó. El encuentro fue fugaz. A pesar de la fogosidad, apenas cruzaron un puñado de frases antes de que los hombres abandonaran el barco. Pero Marita ya nunca olvidaría a quien asegura que es el hombre de su vida: Fidel Castro.

Aquel fue el primer encuentro entre los dos amantes, pero no sería el último. Su historia ya ha sido contada por su protagonista en el libro 'Yo fui la espía que amó al comandante' y llegará dentro de poco al cine. Hollywood prepara ya una película en la que Jennifer Lawrence encarnará a la protagonista de esta historia que previsiblemente se estrenará en 2017.

Retorno al Caribe

Como decíamos, aquella fue la primera vez que Marita y Fidel se vieron y parecía que el encuentro nunca volvería a repetirse, pero la historia continuó. Solo unos días después de que Marita regresara a Nueva York, donde residía desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con sus padres, un alemán y una americana que sobrevivieron a la Alemania nazi, el teléfono sonó. Era Fidel pidiéndole que cogiera un avión y se reuniera con él. Solo 24 horas después, ‘la alemanita’, como él la llamaba, estaba a bordo de una aeronave de la Cubana de Aviación rumbo a la Habana.

Comenzaron así diez meses de pasión entre Fidel y Marita que, por supuesto, no contaban con el beneplácito de los padres de la joven, vinculados al servicio secreto americano desde que huyeron de Europa. Tal era su oposición al romance que, en mayo de 1959, la revista 'Confidential' publicó un artículo en el que Alice June Loflanda, madre de Marita, denunciaba que Castro había secuestrado a su hija.

Pero aquello, tal y como se ha encargado de dejar claro la protagonista cada vez que tiene oportunidad, no era cierto . Había ido por voluntad propia y vivía con él en la suite 2408 del hotel Hilton, aneja a las que ocupaban Raúl Castro y el Che Guevara.

Allí se desarrolló su relación y desataron sus pasiones y eso que según reconoció Marita en otra entrevista reciente, Castro no era demasiado buen amante. Quizá sea una característica inherente a los dictadores. Y de eso, de pasiones y dictadores, Marita sabe más que la media, porque también mantuvo una relación con el venezolano Marcos Pérez Jiménez.

Pero Castro para ella fue único. En una entrevista reciente con la agencia Efe Marita aseguraba que Fidel la llamaba «la primera dama de Cuba», sin embargo, nunca hablaron de matrimonio. Él le decía que ya estaba casado con Cuba y ella se mantenía a su lado. Y todo pese a que la CIA, con Frank Sturgis como delegado, se habían aproximado a ella para salir de Cuba, algo a lo que ella se negó de manera rotunda.

Siete meses después de instalarse junto a Fidel, Marita se quedó embarazada. No habría boda, pero iba a tener un hijo con Castro, que entonces tenía 33 años. En plena gestación, una noche Marita cayó al suelo. Solo había tomado un vaso de leche. El comandante estaba ausente, así que uno de sus hombres la llevó a urgencias.

Tal y como relata en sus memorias, lo siguiente que recordaba era despertarse en un hospital de Nueva York. Ni rastro de su hijo. En el centro le dijeron que creían que había sufrido un aborto a causa de un parto forzado. Pero ella nunca lo creyó. Para ella su hijo había nacido durante el tiempo que estuvo en la isla. Pero para cuando despertó no había ningún bebé a su lado. Quienes sí estaban eran dos agentes del FBI que querían reclutarla para intervenir en Cuba. Y con ellos, su madre. Ellos le encomendaron una misión: matar a Fidel.

Lograron convencerla para llevarla a cabo. Así que solo unos meses después de su partida, Lorenz volvió a Cuba, igual de enamorada, pero cargada con veneno para acabar con Castro. «Puse las pastillas en un tarro de crema facial», contaba en esa entrevista con la agencia Efe.

A su llegada las pastillas se habían deshecho y mezclado con la crema, conformando una pasta amorfa que acabó arrojando por el sumidero, no sin cierto alivio. «No se iba por el desagüe y tuve que empujarlo, hasta que despareció. Entonces me sentí libre», relataba al diario 'El País' hace unos meses. Parecía que la misión se había ido al traste.

Pero Fidel sabía que su visita no era casual, que había vuelto para asesinarle. «Agarró su pistola, me la entregó y me dijo: ‘Aquí tienes, puedes matarme’. Le dije: ‘no quise matarte la primera vez, no quiero hacerlo una segunda’», relataba. Sintió alivio de nuevo, pero duró poco. Sus jefes de la CIA no estaban contentos: en una entrevista con un medio americano asegura que le echaron en cara que si ella hubiera tenido éxito, nunca hubieran lanzado la operación sobre la bahía de Cochinos para intentar –de manera manifiestamente fallida– tomar el control de la isla.

Hijos de un dictador

Sea como fuere, no se arrepiente de no haber cumplido la misión. «No lamento no haber matado a Fidel», comentaba a El País. Es más, está orgullosa de no haber asesinado al padre de su hijo. Porque asegura que está vivo. «Dos décadas después, Fidel me presentó a Andrés, el hijo que me arrebataron en aquella mesa de operaciones. ¿Alguien puede imaginar qué supone eso para una madre que salió de Cuba con el vientre vacío?», escribe en su libro.

Lo único que sabe de él es su nombre, que es médico y que vive en Cuba. Desde su nacimiento hasta ahora, madre e hijo solo se han visto una vez, en 1981, cuando Marita logró regresar a la isla por última vez. Es el precio por alejarse de Fidel. También por convertirse en espía. En la espía que amó al comandante, pero también a otro dictador, porque en 1961 conoció al venezolano Marcos Pérez Jiménez.

Él había huido a Miami y allí comenzaron una relación que tampoco duraría mucho pero que, de nuevo, le daría un vástago. De aquella unión nació una niña, Mónica, que no pudo pasar mucho tiempo con su padre, que fue extraditado a Venezuela en 1963. Pérez había previsto cubrir las espaldas de madre e hija ante su eventual regreso forzoso a su país, pero el abogado que defendía a Pérez regresó a Caracas y se llevó con él los fondos destinados a Marita y Mónica.

Lorenz no se lo pensó dos veces y subió con su hija a un avión en dirección a Venezuela para correr peor suerte que la del dictador: las secuestraron y las abandonaron en la selva junto a una tribu de yanomamis. Pero Marita, una superviviente nata, también logró salir de aquello. Volvió sana y salva con su hija de 14 meses a Estados Unidos y siguió con lo que mejor se le daba: el contraespionaje.

Así se vio metida en otro de los grandes capítulos de la historia del siglo XX, el asesinato de John Fizgerald Kennedy. Ella, como muchos otros, ha calificado el asesinato del presidente de conspiración. Su opinión serviría de poco si no fuera porque conoció a Lee Harvey Oswald, el hombre acusado de matar al presidente.

Ambos se encontraron en Florida, en 1963, en una velada con anticastristas en la que fueron varios los que manifestaron su animadversión contra Kennedy por lo sucedido en Bahía Cochinos. Oswald estaba allí, entre ellos. Su relación no fue estrecha, pero después de esa noche los hechos se precipitaron cambiando la historia. El 22 de noviembre de ese año, JFK era abatido a tiros en Dallas. ¿Fue Lee Harvey? Se preguntó el mundo. También Marita, que ha apuntado en varias ocasiones que es difícil que Oswald trabajara solo.

La normalidad de una espía

Después de tanto sobresalto, intentó llevar una vida normal, pero no es tarea sencilla para una hija de espías que tiene dos hijos con dos dictadores. Marita acabó relacionándose con mafiosos, hasta que conoció a su marido, Louis, un agente del FBI con el que volvió a ser madre. Una vez más, la estabilidad le duró poco. En 1975, una serie de artículos destacaron su historia y pusieron su foto en el periódico. Pensó que era el fin, así que deambuló sin rumbo, sin dinero y sin perspectivas. Volvía a alejarse de una vida rutinaria, aunque ella nunca supiera lo que era eso. No en vano, Marita, la hija de Alice Jane Laflanda y Henrich F. Lorenz, sufrió los conflictos y desde bien joven: nació en la Alemania nazi.

Tras la guerra, ya en Nueva York, sus padres se pusieron al servicio del gobierno estadounidense. Con ellos tuvo el primer contacto con el mundo del espionaje, la única materia que ha dominado con maestría, además de amar al hombre equivocado.

Marita, la ‘alemanita’ de Castro, tiene hoy 76 años y vive en un minúsculo apartamento acompañada únicamente por su perro, su gato, su tortuga y un pez naranja. No teme a la muerte. Su único anhelo es volver a Alemania con el menor de sus tres hijos. Él va a dirigir un museo que, como manda lo que ya es casi una tradición familiar, estará consagrado al espionaje y contraespionaje, una temática que tiene dominada.

Gracias a ella conoció a Castro, que acaba de fallecer, y de quien dice que fue el gran amor de su vida. Aseguraba a Efe que si no le hubiese conocido, «habría sido una secretaria aburrida», algo improbable, dado su currículo. Puede que no hubiera amado al comandante, pero seguro que aun sin él, la alemanita habría encontrado el camino para ser espía.

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiera. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

¿Qué me deparan los astros?