La suya era la viva imagen de quien parece que nunca se va a marchar. Parecía que siempre había estado ahí y de tanto estar, se había quedado sin ser cuestionado en cualquier entorno que requiriera un poco de cordura y sensatez. Y es que José María Íñigo tenía esa capacidad de argumentar las cosas de manera tan coherente, que era difícil estar en desacuerdo.
Algo que no abunda en los medios de comunicación, y por desgracia en ningún lugar, es el sentido común. Y José María Íñigo tenía el don de aplicarlo de manera fantástica con su palabra. Esa palabra que ha sido su gran amiga y aliada para dar excelencia a esta profesión. La palabra concisa y el término exacto con los que dejarnos pensativos y reflexionando. Parecía terminar diciendo «ahí lo dejo». Y todo ello acompañado por un tono cálido pero sin concesiones.
Nadie quedaba impasible tras ser acariciado por su voz. Nada resultaba igual dicho con la cadencia de quien ahora nos deja un hueco enorme en el sentimiento. Un sentimiento algo melancólico para los que hemos crecido con su maestría y hemos aprendido a su lado. Pero también de rabia por no querer aceptar que se va uno de los grandes. Siempre su gesto cariñoso y su humor socarrón.
Te echo de menos para, si me lo permites, hacerte mío para siempre"
Paisano querido, ciudadano del mundo, te echo de menos para si me lo permites,hacerte mío para siempre. Estabas presente, en las mañanas de Radio Nacional con Pepa, haciendo de los fines de semana, algo excepcional de ‘un día cualquiera’. Para cuestionar anglicismos con cierta ironía o recomendarnos una tasca en algún lugar de nuestra geografía. Porque él era amante de lo nuestro después de haber visto mucho por el mundo. Íñigo hacía suya la tranquilidad, cada vez que entraba en un estudio, fuera cual fuera. Y además de todo eso, José María era capaz de darte cobijo con la sonrisa de sus ojos.
Recuerdo muchas anécdotas con él, cuando ejercía de jurado en un programa que presentaba yo en el canal de Castilla la Mancha TV, un concurso de jóvenes talentos del que salieron algunos artistas que han seguido su carrera, como Auryn. Pero quizá donde más me arropó fue el día que John Cobra decidió que era más que nadie y una vez terminada su intervención, se dedicó a insultar al público de la gala de elección de nuestro representante en Eurovisión.
A José María le faltó tiempo para acallar al aspirante y echarme un capote mientras yo intentaba serenarlo y aguantaba mis ganas de decir de todo. Alguien me gritaba por el ‘pinganillo’ o auricular interno que había que echarlo del escenario pero aguanté el tipo hasta que fue el jurado, es decir el señor Íñigo, quien le dejó unas cuantas cosas bien claras a este chico que pasó a la historia de las redes por su salida de tono. Entonces TVE hacía unas galas en las que se elegía quién sería el que viajara al Festival. Y en el jurado del plató de los Estudios Buñuel, tenía entre otros a Íñigo, Mónica Naranjo o Pilar Tabares.
Eran otros años y otra época pero José María era ‘siempre el mismo de siempre’. Y eso es lo que le ha hecho ser tan querido. Porque representaba las cosas buenas de esta profesión. Nos aferramos a todo lo vivido gracias a él porque las hemos vivido de verdad y porque nos ha hecho creer en ellas. ¿Y ahora qué? Solo nos queda seguir sintiéndote cerca, como a ti te hubiera gustado, Maestro.
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