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Abdicación: España lo hizo en 16 días, Japón lo hará en 700

Almudena Martínez-Fornés
ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS

El Emperador Akihito de Japón tendrá que esperar hasta 2018 para ver cumplido su deseo de abdicar. Ese es el tiempo que durarán los trámites parlamentarios necesarios para aprobar una ley que permita el relevo, según los cálculos del gobierno nipón. Visto desde fuera parece una crueldad prolongar tanto tiempo la permanencia de un jefe de estado que en diciembre cumplirá 83 años y tiene una delicada salud. Sin embargo, al propio Akihito le parece adecuada esa fecha para abdicar en su hijo, el príncipe Naruhito, que ya tiene 56 años. El retraso se debe, en parte, a que la constitución japonesa no contempla la posibilidad de abdicar. Y como reformar la norma conllevaría un tiempo mayor, se ha optado por aprobar una ley específica destinada a que Akihito pueda abandonar el trono del crisantemo.

El proceso no es exacto al que se siguió en España hace dos años y cinco meses, pero sí muy parecido. La Constitución de 1978 establece que las abdicaciones en general se resolverán por una ley orgánica, pero como esta norma nunca se ha llegado a aprobar, también hubo que redactar una ley específica para el caso concreto de don Juan Carlos. Otra similitud muy importante es que, igual que ocurrió entonces en España con don Felipe, Japón dispone de un príncipe heredero valorado y preparado para asumir la jefatura del estado. Algo que no ocurre, por ejemplo, en Tailandia.

Sin embargo, la principal diferencia con Japón son los tiempos: en España solo transcurrieron 16 días desde que el Rey anunció su deseo de abdicar y esta se formalizó, mientras que en Japón transcurrirán dos años y medio. Los nipones podían haber seguido el ejemplo español, pero han preferido seguir su propio camino e incluso han creado una comisión de expertos que deberá aportar sus ideas sin un plazo definido. En realidad, son dos claros ejemplos de cómo la monarquía se adapta a las diferentes circunstancias. En la España de 2014, aun asfixiada por la crisis económica y sacudida por la irrupción del populismo, la coyuntura aconsejaba un rápido relevo en la Corona. Aunque después la realidad demostró lo contrario, muchos entendidos en cuestiones monárquicas temían que los críticos aprovecharan el supuesto momento de debilidad que suponía una abdicación para encender los ánimos contra la Corona. Por eso, el Rey esperó a que estuviera preparado el respaldo legal de su decisión antes de anunciarla ante la opinión pública.

En Japón la situación es distinta. En un país en el que el último emperador que abdicó lo hizo hace 200 años, una noticia de este tipo no solo necesita una base legal sino también que transcurra el tiempo suficiente para que incluso los nipones más reacios asimilen la decisión personal de Akihito y le permitan dedicarse al final de su vida a cultivar las aficiones científicas que siempre le han atraído, como es el estudio de los peces. En otras palabras, una vejez tranquila.

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