La alopecia de Carolina de Mónaco que desató las alarmas tras la muerte de Stefano Casiraghi

Siempre es noticia. Especialmente ahora que las apariciones de Carolina de Mónaco son cada vez menores. La vida de la princesa Grimaldi ha sido objeto del escrutinio público desde su nacimiento, no en vano era hija de uno de los príncipes más mediáticos del mundo, Rainiero de Mónaco, y de Grace Kelly, una de las estrellas de Hollywood más celebradas y musa de Hitchcock.

Con motivo del reciente 70 cumpleaños de su exmarido, Ernesto de Hannover, se ha revisitado su relación y las distintas publicaciones de tendencias y crónica social están revisando en estos días su estilo capilar. Desde la melena natural de su juventud, los rizados ochenteros, los tocados sofisticados, la dejadez que mostró en la boda de Felipe y Letizia, o la asunción de las canas como signo de envejecer con prestancia y sin retoques estéticos.

Hay un episodio que algunos pasan por alto, pero quedó guardado en la memoria colectiva, cuando perdió su cabello y se mostró en público completamente calva. Fue posterior al golpe más terrible de su vida, la muerte de su marido, e industrial italiano Stefano Casiraghi, en un accidente de off-shore en la bahía de Montecarlo el 3 de octubre de 1990. Tenían tres hijos, no se habían podido casar por la iglesia, porque no había conseguido la nulidad de su primer matrimonio con Philippe Junot, y hacía solo ocho años de la muerte de su madre en un accidente de tráfico.

Se refugiaba entonces en algunos de sus mejores amigos, como la socialité y diseñadora Inès de la Fressange, con quien se encontraba en París, cuando le comunicaron la terrible noticia. También el prestigioso actor Vincent Lindon, con quienes algunos le atribuyeron una relación sentimental. Una información que llevó a los tribunales y le costó caro a quienes lo publicaron. También tuvo cerca a Roberto Rossellini, quien había perdido prematuramente a sus padres, el mítico director del neorrealismo italiano, en 1977, y a su madre, la triplemente oscarizada Ingrid Bergman, cinco años más tarde.

Carolina de Mónaco decidió apartarse de todo y hacer su duelo con sus tres hijos en Saint-Remy de la Provence, en Francia. En plena naturaleza y apartada del mundanal ruido, intentó que le sanaran las heridas del alma sin acudir a las fastuosas fiestas del principado, muy diezmado en sus filas, y sin la atención permanente de los medios de comunicación. Una fotografía suya valía mucho dinero, porque se encontraba en un momento de máxima expectación mediática.

Fue entonces cuando aparecieron unas fotografías suyas en la portada de la revista italiana Oggi. Con el pelo completamente rasurado se habló de una alopecia provocada por el estrés emocional que vivió en esa época, pero su delgadez también provocó que preocupase la salud de la glamourosa princesa, que no tardaría demasiado en recuperar su imagen habitual.

Después llegaría un momento complicado mediático para la princesa, su relación sentimental con Ernesto de Hannover, entonces casado con una gran amiga de la princesa monegasca, Chantal Hochuli. Fue un escándalo de proporciones gigantescas y una parte de su círculo se posicionó del lado de Hochuli, quien se encontró con una situación personal muy delicada. Carolina, además, se casó embarazada de su hija Alexandra.

Los escándalos protagonizados por Ernesto de Hannover no parecieron hacer mella en la estabilidad de Carolina de Mónaco, que ha demostrado una enorme templanza en las extremas situaciones que la vida le ha obligado a vivir. Nunca trascendió la fecha de su separación y a día de hoy siguen sin divorciarse. La prueba es que Carolina sigue firmando como Princesa de Hannover, un tratamiento superior al derivado de su condición de princesa Grimaldi, Su Alteza Serenísima.

Carolina lleva una vida mucho más de perfil bajo en los últimos años, como la llevan sus cuatro hijos, los tres habidos con Stefano Casiraghi, Andrea, Carlota y Pierre Casiraghi, y Alexandra de Hannover. De hecho, el principado no vive sus mejores momentos en términos de popularidad porque la pareja formada por Alberto y Charléne no parece concitar el mismo interés que las hermanas Grimaldi, cuyas vidas han sido propias de una novela. También hay que tener en cuenta que los tiempos son otros y que las nuevas generaciones parecen menos interesadas en lo que acontece en este minúsculo principado.