Una princesa despechada, un pretendiente insistente y París: así fue el extraño romance entre la infanta Elena y Jaime de Marichalar al que se opuso el rey Juan Carlos I

Se vieron durante muchos meses, pero su boda se precipitó. Así consiguió Jaime de Marichalar vencer las dudas y resistencias de la infanta Elena: con regalos e insistencia.

La infanta Elena, resplandeciente durante los primeros años de su matrimonio con Jaime de Marichalar. / gtres

Elena de los Ríos
ELENA DE LOS RÍOS

Todo sucedió rápido, muy rápido. El romance entre la Elena de Borbón y Jaime de Marichalar, un verdadero desconocido en la época a pesar de provenir de una familia de rancio abolengo soriano, cogió a todos por sorpresa. Esta fue la cronología del que a la postre se convertiría en el único matrimonio de la infanta Elena, la hija mayor de Sofía de Grecia y Juan Carlos de Borbón y depositaria de todas las esperanzas casaderas de su tradicional madre.

La joven Elena se recuperaba de la ruptura con su gran amor a los 23: Luis Astolfi, el guapo jinete sevillano de 27 años al que le unía no solo la pasión, sino la pasión por la equitación. Estuvieron juntos tres años, pero la relación jamás se oficializó. El futuro romántico de la infanta parecía oscuro: tras dejarlo con Astolfi, no cuajó con Cayetano Martínez de Irujo ni con Alfredo Santos, Galera el arquitecto con el que salió, al menos un año, alrededor de 1993.

Así las cosas, Elena marchó a París y en la capital francesa cogió cuerpo su relación con un altísimo y atildado economista, al que había conocido en 1987 en un curso de literatura francesa. Se trata de Jaime de Marichalar, con el que ya había coincidido algo más tarde en un viaje a la India y a Nepal y con el que se vio discretamente mucho antes de que se conocieron su relación.

En París, la relación entre la infanta Elena y Jaime de Marichalar fue inevitable. Él tuvo una aliada de primer orden en Alba Portero, primera de la mujer de uno de los hermanos de Jaime de Marichalar y amiga de la infanta. Gracias a esta conexión, él pudo comenzar a seguirla en los concursos hípicos en los que ella participaba y fue fotografiado acompañándola a todas partes, llevándole las maletas y con su gesto serio característico.

A finales de 1993, los paparazzi ya tenían fotos de la pareja saliendo de algún hotel y la situación se hizo insostenible: a primeros de 1994, Zarzuela tuvo que admitir que entre la infanta Elena y Jaime de Marichalar existía, al menos, una amistad. El soriano tuvo que luchar contra viento y marea para que se reconociera su existencia, al menos como amigo. Contó con una aliada: la reina Sofía.

Por qué la reina Sofía apoyó a Jaime de Marichalar

La reina emérita Sofía fue la única que apostó por Jaime de Marichalar, por sus viejos modales castellanos y su saber estar. Sin embargo, Elena no terminaba de dar el paso de aceptarle como novio ni tampoco el rey emérito Juan Carlos parecía suscribir la idoneidad del soriano, al que veía demasiado rancio para su edad. La naturalidad campechana de los Borbón no conectó con la afectación del aspirante a novio de su hija.

Al final, fue la misma infanta Elena la que, con esa naturalidad que heredó de su padre, reveló la naturaleza de su relación con Jaime de Marichalar: el noviazgo se debía a «su cariño y tenacidad: no ha parado de intentarlo», confesó entre risas ante los periodistas que asistieron al anuncio de su compromiso, en noviembre de 1994. En aquel momento, ningún miembro de la familia del rey conocía aún a Jaime.

En la comparecencia de la pareja de enamorados y los reyes Juan Carlos y Sofía, la frialdad con Jaime de Marichalar era evidente: apenas cruzaron miradas ni palabras, mientras él aparecía aterrado por su entrada en la historia y, a la vez, enamorado. «La infanta es tan magnífica que sería larguísimo», dijo él cuando los periodistas quisieron saber cuáles eran las cualidades de ella que le había enamorado. «Eso habría que verlo», saltó sin embargo ella ante la misma pregunta.

La boda se celebró solo cuatro meses después, en la catedral de Sevilla. Para entonces, ya sabíamos que se llamaban mutuamente «oso» y «osa», pero hasta la llegada de Iñaki Urdangarín no se entendió del todo el efecto que Marichalar causó en la familia Borbón. Los reyes se deshacían en elogios con el jugador de balonmano, mientras que Marichalar solo encontró medias sonrisas.

Lo cierto es que tanto la infanta Elena como el rey Juan Carlos no las tuvieron todas consigo ante la boda. Una revista publicó poco después del anuncio del compromiso que ella estaba a punto de romper con todo. Lo cierto es que la pareja no compartía apenas nada: él era un apasionado de la moda, el protocolo y los rituales de la elegancia y ella, del deporte.

Dicen que Jaime de Marichalar se tomó su papel de yernísimo demasiado en serio y que no pudo conectar con la familia de Zarzuela, mucho más sencilla en el trato. Una anécdota que trascendió sobre aquellos primeros meses tras la boda ilustra bien la grieta que se hizo entre el soriano y su familia política. En un encuentro con sus íntimas del colegio en el verano del 95, al observar que una de sus amigas lleva zapatillas de lona blanca, la infanta Elena exclamó: «Qué gusto, hija. Yo me pongo cualquier zapatilla y Jaime me mata. ¡No puedo ni llevarlas en casa».

21 de marzo-19 de abril

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