Como buena aristócrata, buena periodista y buena conocedora de los entresijos de la vida de la princesa Carolina de Mónaco, la condesa Albina du Boisrouvray, madrina de Carlota Casiraghi, vale más por lo que calla que por lo que cuenta y eso que escribió su propio libro de memorias. Su acomodada cuna le dio la posibilidad de vestir de Ives Saint Laurent y posar con joyas de la reina Victoria Eugenia, pero una tragedia familiar lo arrasó todo.
La trayectoria de Albina du Boisrouvray parece una novela con final agridulce. La increíble fortuna que heredó a los 40 años y que ha «dilapidado» en intentar garantizar un futuro a los más pobres le llega de su abuelo materno, Simón Patiño. El magnate hecho a sí mismo ha sido descrito por su propia nieta como un Elon Musk del siglo XX, un hombre que logró amasar una fortuna extrayendo y comercializando estaño.
Como en su país de origen, Bolivia, las élites le cerraron el paso al Olimpo social a pesar de su increíble fortuna, Simón Patiño se mudó a París con su mujer, se codeó con la realeza e impuso a sus hijas una regla: que no se casaran con nadie que no tuviera un título nobiliario.
La madre de Albina, Luz Mila, consiguió seguir el precepto paterno y casarse con un noble emparentado con el príncipe Rainiero de Mónaco, el conde Guy du Boisrouvray. De ese matrimonio nació Albina, que fue bautizada con el nombre de su abuela y criada para ser condesa con visitas frecuentes a Mónaco. Pero el tiro les salió por la culata. El carácter independiente de la niña y una serie de desgracias familiares acabaron por convertir a Albina en el paradigma europeo de la «condesa rebelde».
Albina habla con cariño de su relación con su tío Rainiero de Mónaco y con menos candor de su madre, una mujer distante que murió de sobredosis cuando Albina contaba tan solo 19 años. La relación con sus padres, como solía ser habitual en la época, era poco fluida. Un ejemplo claro de ello podría ser cuando la pequeña Albina de nueve años se cayó por el hueco del ascensor de la casa parisina de la familia y sus progenitores la enviaron a recuperarse de las secuelas al exclusivo hotel de La Mamounia en Marrakech dejándola al cuidado de una nanny.
Albina creció de forma autodidacta y acabó recalando en La Sorbona dispuesta a estudiar filosofía, curiosamente la misma carrera que escogería décadas después Carlota Casiraghi. Finalmente su «segunda madre» en la vida, la escritora y política Françoise Giroud, la guió hasta convertirla en una periodista de éxito.
Llegaron entonces años en los que Albina fue señalada como la «condesa roja»: participó en las revueltas de Mayo del 68, recorrió el mundo haciendo reportajes para Le Nouvel Observateur y hasta puede presumir de haber conseguido en Bolivia la última bala que le quedaba al rifle del Che. También probó suerte como mecenas del periodismo, fundando la revista Libre (en la que trabajó con Gabriel García Márquez) y como productora de cine: de 1969 a 1986 produjo más de 22 películas con Albina Productions.
Pero la desgracia llamó a su puerta y esta vez la pérdida la golpeó tan fuerte que sumió a la más intelectual de las compañías de los Grimaldi en una depresión casi imposible de superar. Su único hijo, François Xavier Bagnoud, falleció a los 24 años de forma tan inesperada como traumática. François era piloto de rescate y a pesar de su amplia experiencia un vuelo nocturno en el París Dakar acabó con su vida en Mali.
Que la familia real monegasca en pleno acudiera al entierro de su hijo fue uno de los escasos consuelos que experimentó Albina en aquel momento. Carolina de Mónaco fue un paso más allá: estaba previsto que Xavier fuera el padrino del bebé que estaba esperando en ese momento, su hija Carlota.
Finalmente Albina se convirtió en la madrina de ese bebé y ha ejercido esa función de cuidadora de Carlota Casiraghi desde el primer día. Albina fue uno de los apoyos de Carolina cuando falleció su marido también en un trágico accidente y una influencia constante en la vida de Carlota a la que alaba como madre, animó para que estudiara filosofía y le ha dado un lugar de honor en la fundación filantrópica que lleva el nombre de su hijo Xavier, una fundación a la que la condesa rebelde ha destinado toda su fortuna desde 1989.
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