PLAYBOY EDUARDINO

Eduardo VII de Inglaterra, el rey con más amantes del mundo: chantajes, escándalos y una silla para noches salvajes

Eduardo VII dio nombre a una de las épocas más prósperas del imperio británico, pero fue un rey obsesionado por el sexo con más amantes que ningún otro.

El rey Eduardo VII de Inglaterra, hijo de la reina Victoria. GTRES
Eduardo VII, el rey con más amantes del mundo: chantajes, escándalos y una silla para noches salvajes
Elena Castelló

El reinado del rey Eduardo VII, hijo de la reina Victoria, duró apenas nueve años, desde enero de 1901 hasta mayo de 1910. Detrás de Carlos III, fue el segundo príncipe de Gales que más años esperó para reinar y ascendió al trono mayor, con 59 años. Tenía grandes habilidades diplomáticas y un carácter afable. Dio nombre a la época Eduardiana, que supuso un cambio decisivo en las costumbres sociales, las artes y el uso de la tecnología.

Modernizó el ejército, la relación de la familia real con sus súbditos y fomentó las buenas relaciones entre el Reino Unidos y los demás países europeos, además de viajar extensamente por Oriente. Está emparentado con la mayoría de las Casa Reales y por esta razón se le apodó «el tío de Europa».

El matrimonio arreglado de Eduardo VII

Estudió en Oxford y Cambridge y recibió una notable educación para que fuera un buen rey constitucional. Fue, además, un árbitro de la moda masculina. El 10 de marzo de 1863, contrajo matrimonio con la princesa danesa Alejandra, hija de del rey Christian IX y Luisa, princesa de Hesse- Kassel, en Windsor. Eduardo tenía 21 años y Alejandra 18. Tuvieron seis hijos. Alberto Victor, –que falleció antes de llegar al trono–, Jorge –que se convertiría en el rey Jorge V–, Luisa, Victoria, Maud y Alejandro.

Sin embargo, esta década de esplendor quedó ensombrecida por su desmedida afición por el sexo y el gran número de mujeres con las que tuvo relaciones y que, en varias ocasiones, estuvieron a punto de provocar un sonoro escándalo. Compartió su vida con varias amantes. Esto afectó a su matrimonio, que no fue especialmente feliz.

Había sido una boda concertada, como era costumbre en la realeza de la época. Alejandra, sin embargo, resultó ser una mujer paciente, comprometida con su deber como reina y muy discreta. Conocía las aventuras extramatrimoniales de su marido y siempre respetó a las mujeres que compartían su vida con él.

Las amantes del monarca inglés

La fama de «playboy» de Eduardo comenzó a sus 20 años. Parece que su primera amante fue una joven llamada Nellie Clifden, durante unas maniobras militares en Irlanda. Su propio padre, el príncipe Alberto, le visitó para reprenderlo. Murió poco después y la reina Victoria culpó a Eduardo del fallecimiento. A partir de ese momento, lo consideró un frívolo y un irresponsable. Tras estos escarceos, fue la actriz Lillie Langtry la primera amante seria que tuvo Eduardo. Se conocieron en una cena, en 1877.

Eduardo se enamoró perdidamente de ella y no se separaron durante los tres años siguientes. Sin embargo, la relación terminó cuando Langtry se quedó embarazada de otro de sus amantes, el conde de Shrewsbury, y aquello amenazara con romper el matrimonio de la actriz. Su marido la amenazó con llamar a declarar al rey en el juicio de divorcio. A partir de entonces, Eduardo usó su influencia para impulsar la carrera teatral de la joven, pero eso fue todo.

El rey Eduardo VII y Alejandra de Dinamarca. GTRES

Su segunda amante más importante fue Daisy Brooke, una «socialité» de la época casada con Francis Greville, Lord Brooke. Pertenecía al círculo íntimo del príncipe y la princesa de Gales. Su romance duró nueve años y fue una constante fuente de cotilleos. Después de que terminara, ella fundó innumerables organizaciones benéficas para mujeres y niños pobres, se convirtió al socialismo y escribió numerosos libros. En 1923 se presentó a las elecciones por el Partido Laborista, aunque no fue elegida.

La bisabuela de la reina Camilla y Eduardo VII

Alice Keppel, la última amante de Eduardo, es, sin duda, la más conocida, por ser la bisabuela de la reina Camilla. Hija de un terrateniente escocés, Keppel conoció al rey en 1898, a los 29 años y, a pesar de la diferencia de edad –se llevaban 26 años– , ejerció sobre él una gran fascinación. Eduardo le dio acciones de una empresa de caucho, lo que le permitió obtener el dinero necesario para financiar un estilo de vida regio.

Keppel era discreta, a diferencia de otras de sus amantes. Cuando Eduardo ascendió al trono, en 1901, Keppel ocupó un puesto destacado en la corte y trató de imponer sus puntos de vista políticos. Era tal su unión que Alejandra permitió que Keppel acompañara al rey en su lecho de muerte, aunque tuvo un ataque de nervios y tuvieron que sacarla de la habitación. Tras el fallecimiento de Eduardo, ella y su familia abandonaron Gran Bretaña.

Entre unas y otras, Eduardo tuvo aventuras con coristas, sirvientas, prostitutas, aristócratas o princesas extranjeras, incluso con las esposas de sus amigos íntimos. Se cuenta que un ebanista francés diseñó para él un sillón que se adaptaba a su creciente cintura y sobre el que podía tumbarse para disfrutar con una o dos mujeres a la vez. Las investigaciones de algunos historiadores cifran en algo más de 65 las parejas del rey. Otros llegan al centenar.

Muchos de ellos fueron encuentros de una noche, especialmente cuando viajaba al extranjero. Eran numerosos sus viajes a París, donde podía pasar tranquilas veladas con prostitutas y coristas. Su lugar favorito era el Moulin Rouge. Allí se reunía con la bailarina Louise Weber, conocida como «La Goulue».

La adicción al sexo del rey

Pero, ¿de dónde procedía esta total voracidad por el sexo? Según una de sus biógrafas, Jane Ridley, Eduardo sentía una gran rebeldía por haber sido empujado al matrimonio con solo 21 años, con una mujer a la que no amaba. Había en ello algo de venganza hacia su madre, que, además, le culpaba de la muerte de su padre.

Entre sus relaciones adúlteras destacan también la baronesa británica Leonora de Rothschild, con la que mantuvo una relación un año después de casarse. A continuación, se involucró con la princesa francesa Jeanne de Sagan, la esposa de uno de sus amigos, el político Sir Edmund Filmer. La alta sociedad londinense se sentía indignada por su forma de actuar, acostándose con las esposas de sus amigos.

El rey Eduardo VII de Inglaterra, en un retrato. gtres

Las mujeres sobre las que posaba su atención acudían a palacio o él las visitaba en sus casas. Sus andanzas empezaron a causar escándalos difíciles de ocultar. Eduardo se prendó especialmente de Harriet Mordaunt, la joven esposa de un diputado. Una o dos veces por semana, a las cuatro de la tarde, la visitaba en su casa de Belgravia, donde ella se aseguraba de que los sirvientes se tomaran la tarde libre. Pero pronto su marido descubrió el romance. Al regresar a casa inesperadamente, se dice que ordenó que sacaran los dos ponis que el rey le había regalado a Harriet como muestra de cariño y los mataran a tiros delante de ella.

La muerte de Eduardo VII tras fumar un cigarrillo

Lady Susan Vane-Tempest, hija del duque de Newcastle, se quedó embarazada. Eduardo la apartó sin miramientos y le recomendó que consultara a un médico. No queda constancia del nacimiento de su hijo, pero posteriormente se descubrió que Lady Susan había chantajeado al entonces príncipe de Gales a cambio de ocultar el embarazo.

Se dice también que Patsy Cornwallis-West, lo sedujo cuando él solo tenía 16 años. También se habla de la prestigiosa actriz Sarah Bernhardt y de Lady Randolph Churchill, madre de Winston Churchill, así como de Daisy, condesa de Warwick, y Georgiana, condesa de Dudley. El pasatiempo favorito de la aristocracia era adivinar a quién perseguía y a quién abandonaba. Eduardo murió de infarto en el Palacio de Buckingham, tras fumar se un cigarrillo.

HORÓSCOPO

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Sagitario

Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.