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María Galán: la joven que convirtió su vida (y su Instagram) en hogar para 32 niños en Uganda
PUBLICADO
15 Julio 2025
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Redactor
Daniel
Mendez
En Kikaya, una localidad desfavorecida al norte del lago Victoria (Uganda), todo el mundo la conoce como auntie María. Tiene 26 años, más de un millón de seguidores en Instagram y una responsabilidad que impresiona: dirige el hogar para huérfanos Kikaya House, donde viven 32 niños de entre 15 meses y 16 años.
Madrileña, licenciada en Economía y Negocios Internacionales, decidió en 2020 dejar España para establecerse de forma permanente en Uganda y volcarse en Babies Uganda, la ONG que fundaron su madre, Monste, y la amiga de esta, Maribel García. Lo que empezó en 2012 como el rescate in extremis de un orfanato a punto de cerrar es hoy un proyecto que da apoyo a más de 1.000 niños: Kikaya House, un colegio para niños con discapacidad visual, una escuela de primaria, un colegio de secundaria, un centro médico y una clínica dental.
En FUTURA, la sección de Mujerhoy que visibiliza a mujeres que están cambiando el mundo desde realidades muy distintas, la historia de María Galán es la de alguien que ha redefinido por completo sus prioridades para que otros niños puedan imaginar un futuro mejor.
De Boadilla a Kikaya: una vida cómoda antes del gran giro
Antes de Uganda, su vida era la de una joven universitaria responsable y aplicada. «Era una vida muy normal, tranquila y cómoda: vivía en Boadilla, salía con mis amigos, sacaba buenas notas… Siempre he sido muy responsable. Estudiaba Economía y Negocios Internacionales en Alcalá de Henares y me pasaba la vida en el metro… Pequeños retos comparados con los que tengo ahora».
La solidaridad, en su caso, se aprendió en casa. «Mi madre siempre ha estado involucrada en proyectos solidarios y es algo que mis hermanos y yo hemos visto desde pequeños. Participábamos en mercadillos solidarios y, a veces, íbamos a Cáritas a echar una mano o ayudábamos a organizar comidas navideñas para familias con pocos recursos. Siempre he tenido esa inquietud por ayudar. En el colegio ya me decían que era la defensora de las causas perdidas…».
Así nació Babies Uganda
El origen de Babies Uganda está ligado a un viaje que su madre siempre había querido hacer. «Mi madre siempre había tenido la inquietud de conocer esas realidades de primera mano. Empezó a buscar voluntariados y, a través del ayuntamiento de Boadilla, encontró una asociación y se fue a Uganda con ellos. Estando allí supo de un orfanato que iba a cerrar por falta de fondos. En cuestión de un mes ella y Maribel, que llevaba muchos años trabajando como voluntaria, consiguen salvarlo después de recaudar 700 euros con la ayuda de familiares y amigos cercanos. Y en 2012, deciden tirar adelante y registrarse como ONG».
Los primeros años no fueron fáciles. «Los primeros años fueron complicados: montas una ONG sin ningún recorrido y lo más difícil es ganarse la confianza de la gente. Hasta que en 2017 conseguimos abrir nuestro propio hogar, que es donde vivo yo a día de hoy. Así es como empezó Babies Uganda».
El verano que lo cambió todo
María fue acercándose al proyecto paso a paso… hasta que ya no pudo separarse de él. «El verano que cumplí 18 años me fui 20 días y el siguiente, me fui el verano entero. Luego ya no aguantaba hasta el verano y me fui en enero… Esperar tantos meses se me hacía insufrible».
Cuando tuvo que elegir dónde hacer las prácticas de carrera, la respuesta fue evidente. «Cuando me tocó elegir las prácticas, me di cuenta que no me veía en ningún otro sitio y como estudié Economía y Negocios Internacionales la universidad me dejó hacerlas allí».
La pandemia terminó de marcar el rumbo. «La pandemia me pilló en Uganda. El aeropuerto estaba cerrado y fue un punto de inflexión para mí. Me di cuenta de que aquel era mi lugar, que conseguía responder a todas mis preguntas. Con los niños la relación cada vez era más intensa y supe que quería estar allí con ellos para ayudarles a crecer en un entorno más cálido».
Una familia, no solo un orfanato
En Kikaya, Babies Uganda actúa como red de seguridad para los niños más vulnerables. «Cuando se produce el abandono de algún niño en la zona, nos llama la policía. Vamos a recogerlo sin hacer preguntas y pasa a formar parte de la familia. Y digo familia porque eso es lo que somos. Cuando cumplen 18 años, este sigue siendo su hogar. No es que cumplan la mayoría de edad y les digamos: "Y ahora, búscate la vida"».
Y cuando sueña el futuro, lo hace pensando en ellos como adultos. «Ojalá cada uno pueda estudiar lo que quiera. Cuando pienso a largo plazo, me imagino que el que elija ser cocinero quizá pueda abrir un restaurante en la zona y dar trabajo en el pueblo. O que el que haya estudiado enfermería pueda trabajar en nuestra clínica. Ese es mi sueño».
Un día cualquiera en Kikaya House
Su vida está completamente organizada en torno a los niños. «Me levanto y con el primer café de la mañana leo todos los mensajes que recibimos a través de Instagram porque nunca sabes lo que te puedes encontrar ahí… A las 9, ya estoy con los peques. Si hay que ir al hospital voy con ellos, y luego les atiendo en todo lo que vaya surgiendo: cambiar pañales, resolver discusiones… Después, comemos, hay un rato de siesta, hacen los deberes y llega el momento de la ducha y la cena. Los días son muy intensos».
La responsabilidad impresiona, pero no la paraliza. «Son 32 niños de edades comprendidas entre un año y 16. Sin ninguna experiencia, he tenido que aprender a lidiar con todas esas edades. Claro que es mucha responsabilidad y la siento sobre mis hombros todos los días. De hecho, me cuesta mucho descansar».
No está sola: «Pero también contamos con seis aunties o cuidadoras que se encargan de los peques y de cocinar y limpiar. Sé que cuando yo estoy en España, todos están fenomenal. Yo me encargo más de los detalles: de escucharles, de saber qué pasa, del besito de buenas noches…».
Chocar con otra cultura… y aprender a no imponer
Su llegada permanente a Uganda también tuvo su curva de aprendizaje. «Obviamente su cultura es completamente diferente a la nuestra. Para empezar, yo soy la única blanca en todo el pueblo. Por eso, siempre se nos mira con muchos ojos».
Reconoce que, al principio, quiso abarcar demasiado. «Al principio, llegas con toda tu energía y crees que puedes hacer mucho más de lo que realmente está en tu mano. Cuando iba de voluntaria, alborotaba demasiado a los niños. Además de nuestro hogar, tenemos un colegio al que asisten 650 niños. Cuando llegué, iba a darles un beso de buenas noches a todos los que se quedaban a dormir, que eran más de 300. Me di cuenta de que les estaba creando una necesidad que no podría cubrir. Aunque sea difícil de asumir, a veces hay que dar pasos atrás».
Con el tiempo, ha entendido que los cambios se hacen de otra manera. «Aprendes que esa es la situación. Tú decides si tiras hacia adelante o te estancas en ella. Esa es la vida en Uganda. Allí nada es fácil, pero estoy contentísima. El personal que tenemos en casa es increíble. Cuando quieres introducir algún cambio, tienes que ser consciente de que empezarás a verlo dentro de seis meses porque allí todo es más lento. Pero nosotras nunca hemos querido imponer nuestra forma de hacer las cosas. Nuestro objetivo siempre ha sido seguir adelante con su cultura y su manera de trabajar. Te acoplas y, poco a poco, hemos llegado a un entendimiento».
Discapacidad, cuidados y dignidad
En Kikaya House conviven niños con y sin discapacidad, sin distinciones. «Acabamos de abrir una sala de terapia en nuestra clínica y todos los días tienen una sesión de fisioterapia sin necesidad de cruzar el lago para llegar a la ciudad. Grace, que es la más pequeña de casa y tiene hipoplasia del cuerpo calloso, ya ha aprendido a andar, aunque tendrá más dificultades de desarrollo; Mickel y Vincent tienen una parálisis cerebral bastante severa, pero el fisio les ayuda un poquito y en casa tienen un lugar seguro donde siempre están rodeados de cariño y hacemos todo lo que podemos por ellos».
También están Dudu y Agy. «Dudu, que tiene síndrome de Down, y Agy, que tiene 13 años y un síndrome desconocido, no hablan, pero son las mejores amigas y se entienden perfectamente. Se me cae la baba viéndolas. Y todos conviven juntos. Nosotros no hacemos ninguna distinción. Entre otras cosas para que la comunidad vea que estos niños también tienen derecho a tener una vida plena como cualquier otro».
Una influencer distinta: usar las redes para algo más
Su cuenta de Instagram se ha convertido en un altavoz global del proyecto y en una forma distinta de entender la influencia. «Muchas veces utilizamos las redes sociales para desconectar, aunque no te aporten nada. Yo también sigo a influencers. Es una forma de apagar un poco la cabeza y no pensar en los problemas al final del día. Pero es cierto que, dado el poder de las redes sociales, hay que tratar de dedicar un hueco de tu contenido a hacer algo por el mundo».
Y añade: «Siempre se puede ayudar. Sea en tu barrio, a tu vecino o en la residencia de ancianos. Y creo que las influencers podrían incentivar un poco más ese tipo de mensaje. Hay tantas cosas por hacer…».
Un proyecto de vida (aunque solo tenga 26 años)
Su experiencia en Uganda ha cambiado por completo su escala de valores. «Mi escala de prioridades se ha desmoronado por completo. Yo he pasado a un tercer plano. Mi vida, ahora mismo, consiste en asegurarme de que todo salga adelante. Aunque lo que hago me hace muy feliz, mi felicidad viene de saber que ellos están bien. Cualquier otro problema ha pasado a otra dimensión».
Cuando le preguntan si este es su proyecto de vida, lo tiene muy claro. «Es que no podría vivir sabiendo que les he dejado ahí. Estamos juntos los 365 días del año. Yo no soy su madre adoptiva, pero sí soy lo más cercano a una figura materna que hay en la casa, la que se encarga de cubrir todas las necesidades que puedan tener. Hemos creado un vínculo muy especial y no podría vivir sabiendo que no estoy allí para ellos. No me lo perdonaría jamás. Lo pienso y… me entran ganas de llorar. Tengo clarísimo que no podría y, además, es que no quiero».
El regreso a España en Navidad le recuerda lo mucho que ha cambiado. «De alguna manera, yo me he quedado en una especie de limbo en el que nunca voy a ser una persona ugandesa y nunca me voy a sentir totalmente entendida por ellos, pero tampoco me siento comprendida en España. Cuando tienes todas las necesidades básicas cubiertas, la vida debería ser mucho más fácil, no deberíamos complicarnos tanto. Me gustaría que la gente fuese capaz de entender eso sin necesidad de irse a vivir allí, como he hecho yo».
El futuro de Babies Uganda
El proyecto no deja de crecer. «Acabamos de abrir el colegio de secundaria y en enero empezamos las obras del colegio para los niños con discapacidad. El límite lo irán poniendo los fondos que tengamos. Supongo que lo siguiente sería hacer un colegio más grande para poder proporcionar una buena educación a más niños. Y hacer una escuela de mayores, que es un proyecto que también tenemos en mente».
Desde Kikaya, con 32 niños llamándola auntie y más de un millar de pequeños vinculados al proyecto, María Galán encarna a la perfección el espíritu de FUTURA: una mujer joven que ha decidido poner su energía, su formación y su voz al servicio de un futuro más justo para quienes nacieron con menos oportunidades.
María Galán: la joven que convirtió su vida (y su Instagram) en hogar para 32 niños en Uganda
En Kikaya, una localidad desfavorecida al norte del lago Victoria (Uganda), todo el mundo la conoce como auntie María. Tiene 26 años, más de un millón de seguidores en Instagram y una responsabilidad que impresiona: dirige el hogar para huérfanos Kikaya House, donde viven 32 niños de entre 15 meses y 16 años.