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Demna Gvasalia lo ha vuelto a hacer. Parecía imposible superar su irónico y enorme bolso clonado de la bolsa Frakta de Ikea, un superhit de ventas gracias a una irresistible mezcla de esnobismo y ganas de epatar: el diseño original es muy práctico, pero también muy feo. Pero lo ha hecho. La pequeña colaboración que ha diseñado para la 'hípertienda' francesa Colette incluye un bolso que vuelve a darle una vuelta de tuerca al absurdo del culto a la moda. Cuesta 995 euros y ya se ha agotado en todos los distribuidores. ¿Por qué?
En esta ocasión, ha creado un bolso a imagen y semejanza de una bolsa de Balenciaga: lo que parece papel, es en realidad suavísima piel de becerro, cuero, plata y una cremallera. Gvasalia es un experto a la hora de incorporar conceptos a los objetos, un 'twist' de inspiración artística que aquí sirve al objetivo de seducir a la compradora. Estas piezas son un manifiesto andante, y no solo una exhibición de estatus. Hay mensaje, hay idea, hay intención, no solo decoración.
¿Acaso existe un símbolo callejero más expresivo de nuestro poderío económico que las bolsas con las que salimos de las tiendas de moda? ¿No se ha representado casi siempre la felicidad femenina con ese momento en el que una vuelve a casa, tras un intenso día de compras, con las manos llenas de bolsas? ¿Alguien dudaba de que los 'fashionistas' matarían por comprar, a precio de oro, una imitación de una bolsa?