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Los ochenta... ¡Menuda época! Quién no se ha rechazado alguna vez al verse con el cuello cardado a collares, el pelo cardado, unas hombreras triples y pintarrajeada como una puerta. Lo recargado no era suficiente, una siempre necesita incluir más y más cosas a su atuendo. Tal trabajo del exceso llevó a está a época a quedar relegada a algo a lo que recurrir cuando nos tenemos que disfrazar. Pero, la realidad es otra. Las tendencias ochenteras se han ido colando, de forma silenciosa y sutil, en nuestros armarios y no nos hemos dado ni cuenta. Fueron llegando a modo de prendas básicas como los mom jeans. Después incorporar hombreras a las blazers para volverlas más masculinas y darles estructura, no quedó tan mal. De ahí, se abrió la veda al flujo continuo de reapariciones como las mangas abullonadas, los cuellos bobos, los leggings estilo fuseau, el tafetán e infinidad de otras características de estos años que han pasado por alto pero que tienen mucho significado.
Tanta innovación, ostentación y voluminosidad tenían que dejar huella. La moda es una industria que se nutre de la creatividad, de experimentar... y en eso, los ochenta se llevan la palma. Recordemos mejor con optimismo, dejando la vergüenza a un lado. En esta década hubo hitos tales como la introducción del 'power dressing' o lo que es lo mismo, una apariencia de mujer poderosa que reclamaba su lugar en la sociedad siendo una triunfadora en el ámbito del trabajo, explicando así las figuras rectas y voluminosas como método de igualar al género masculino. También tomó el relevo de la estética disco en las que los brillos y metalizados hacían deslumbrar a superestrellas de la talla de Cher, Tina Turner o Diana Ross.
El athleisure o la cultura del deporte, que Jane Fonda encabezó, aportó su granito de arena con la pasión por las mallas coloridas que se ajustaban al cuerpo, motivando al resto a trabajar sus cuerpos para ser la mejor versión de ellos mismos, e introduciendo al vestuario de diario la ropa sporty, que ya no solo se destinaba a realizar una actividad. El punk, pop y rock se fusionaron en una sola estética que combinaba las características de los tres estilos musicales (que se lo digan a Madonna...) dando lugar a vestimentas con mucho cuero, tul, prendas lenceras y colores llamativos, todo muy provocativo y osado para reivindicar la rebeldía adolescente y el inconformismo del 'no future'.
Sin olvidarnos, por supuesto, de la elegancia femenina encarnado en las figuras de la dulce y joven Lady Di y de la supermodelo musa de todos los grandes modistos, Jerry Hall. Ambas tuvieron la posibilidad de reunir todas las modas de los ochenta de la manera más sofisticada, con trajes de alta costura que se llevaron las ovaciones del mundo entero, convirtiéndose en iconos de estilo para toda la eternidad. Sus tocados, sus trajes de chaqueta y los vestidos de fiesta. Ese exquisito gusto y un cuerpo de maniquí en el que todo les sentaba como un guante, fueron motivos suficientes para que su influencia perdure a día de hoy.
Tampoco podían faltar todo tipo de adornos y parafernalias, ¡Por favor! ¡Que una antes muerta que simple! Los maxi lazos, los volantes por todos lados, capas y capas de telas superpuestas, los broches de flores, los sombreros, la bisutería extragrande, las plumas, los apliques de brillantes, los plisados, las transparencias, las medias de plumeti, las horquillas y scrunchies, etc. Lo de menos es más mejor dejarlo para los 90.
Creemos que esta alabanza a la década de los excesos ha sido suficiente demostración de que las tendencias ochenteras están más vivas que nunca. Eso sí, actualizadas y en un tonito más bajo, aunque no hablamos muy alto porque visto lo visto, nunca se sabe. Seguro que algunos de estos momentos inolvidables dentro del marco fashion y lo que verdaderamente simbolizan, te han devuelto las ganas de regresar a la permanente y las lentejuelas.
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