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Las fieras de Masterchef Celebrity sacan las uñas

Descubrimos la verdadera personalidad de algunos de los concursantes del programa.

Estefanía Luyk, tras su expulsión. / RTVE

Elena de los Ríos
ELENA DE LOS RÍOS

Poco a poco se van quitando las máscaras los concursantes de MasterChef Celebrity y vamos conociendo no sólo quiénes tienen más posibilidades de llegar a la final, sino también la verdadera personalidad que se esconde tras las máscaras habitualmente amables de los actores y famosos. El tercer programa estuvo lleno de reveladores y suculentos detalles que anuncian una final a cara de perro. Se fue una Estefanía Luyk que no logró cogerle el punto a la competición (sustituía a María del Monte, el abandono sorpresa de la semana pasada) y se salvaron los tres mirlos blancos de este cuento: Cayetana Guillén Cuervo, Manuel Benítez y Miguel Ángel Muñoz. Los tres son majos hasta cuando el jurado se ríe de ellos en su cara.

Pero la verdadera pelea no está en este grupo de simpáticos cocinillas. Ni Cayetana, que muta en una especie de bruja del oeste despeluchada cada vez que se pone a cocinar, ni El Cordobés, pasándose de frenada empalagosa con su preocupación por su Virginia Troconis, ni Miguel Ángel Muñoz, al que ayer vimos enfadado por primera vez por su propia torpeza, se saldrán del guión de buenos alumnos. Los verdaderos competidores, los gladiadores de este circo, son Loles León y Fernando Tejero, un par de amigos que se odian cordialmente y que, como bien les espetó Jordi Cruz, esconden sus armas de chefs bajo unas máscaras que ya va siendo hora de quitarse. Ni el gesto de pobrecito de él ni la actitud de despreocupación de ella son ya creíbles. Es hora de poner las cartas sobre la mesa.

Lo cierto es que ayer se les vio el plumero destructor a estas dos fieras corrupias de la televisión. La diana de sus maldades no fue otra que Virginia, la esposa de El Cordobés, que terminó de capitana de los dos supermalvados. Ninguno de los dos llevó bien el lucimiento de las artes culinarias de la venezolana y mostraron enseguida sus dientes. Loles estuvo a punto de torpedear su propia prueba para poner en evidencia a una capitana que, cierto es, no quiso escucharla: pudo más el orgullo de saberse mejor que el trabajo en equipo. Y Fernando confesó a cámara que no quería trabajar en el mismo equipo que “la parejita” y que estaba deseando que Virginia “se volviera loca” para que pudiéramos ver “su pose de doña perfecta”. ¿Se puede ser más malo? La que se avecina.

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