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El corazón tiene forma de patata, por Isabel Coixet

La directora de cine Isabel Coixet habla sobre su relación con la cineasta Angès Arda.

La directora de cine Isabel Coixet durante la IX edición de los Premios Mujerhoy. / getty

ISABEL COIXET

En mi adolescencia, cuando la única directora de lo que yo tenía noticia era Agnès Varda, su nombre adquiría para mí tonalidades épicas, poéticas, inalcanzables. Me embargaba una especie de extraña ebriedad cada vez que veía su nombre en el programa de la Filmoteca, bebía literalmente los títulos de sus películas, Cleo de 5 a 8, La bonheur, Sans toit ni loi... Ella y Jacques Demy ocupaban en mi imaginario cinematográfico el equivalente a Sartre y la Beauvoir, pero con alma, calidez, paraguas multicolores y sin turbantes. Como sucede en otros casos de parejas famosas, su figura solía quedar marginada al lado de la de su compañero, pero eso es algo que a ella le traía completamente al fresco.

En los últimos años, sin embargo, lo que ocurre es lo contrario: su figura ha crecido inmensamente y la expectación que sus películas producen ha eclipsado el impacto que tuvieron las de él. Recuerdo bien cuando años despues vi Kung-fu master con Jane Birkin; su conmovedor retrato de Jacques Demy, en Jacquot de Nantes; y Los espigadores y la espigadora, una de las películas mas insólitas, vivas y fundamentales de los últimos 10 años.

Conocí personalmente a Agnès hace 18 años, cuando se le hizo un homenaje a Demy en el Festival de Sitges. Recuerdo que, en aquel momento, acababa de terminar Los espigadores y la espigadora y, con su modestia habitual, me hablaba de un pequeño documental que había hecho sobre "el glanage", el viejo derecho a recoger todo lo sobrante de los campos de cultivo, una vez recogida la cosecha.

Mi asombro fue enorme cuando, meses despues, vi la película y me di cuenta que ese "pequeño documental" del que me había hablado era una obra fundamental: una incuestionable obra maestra que a mí y a incontables cineastas y público de todo el mundo conmovió e hizo reflexionar con una rara pasión e unanimidad.

Hace cinco años compartimos 10 días en Cannes, como jurados del Camera d'Or, el premio a la ópera prima, del que ella era presidenta. Y comprobé que el paso del tiempo la hace más sabia, más divertida, mas juguetona: pocos cineastas pueden decir lo mismo.

En Voyages, visages podemos comprobar una vez mas que la lucidez y el sentido del humor al filmar no son excluyentes. Y una vez más, hay fragmentos del film, como en el que Vardà va a visitar a su viejo amigo Jean Luc Godard, que son irrepetibles, imborrables e inolvidables.

Para cualquiera que haya visto Los espigadores... o Voyages, visages, el rostro, las manos, las raíces blancas, el pelo color fucsia y el flequillo de Varda son muy familiares. Esas manos que encuadran con precisión infantil los camiones en la carretera, esas manos que evidencian con serenidad no exenta de rebeldía el paso del tiempo, esas manos que empuñan una cámara digital y nos dan a todos una lección de cine, vida y botánica.

Agnès Varda es una chica de 90 años con una mirada traviesa, curiosa, limpia, inteligente. La mirada más libre del cine de nuestros días.

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