un testamento, espuma y puñetazos
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Tras el éxito mundial de Peaky Blinders, y con la película de desenlace pendiente de estreno, Steven Knight, su creador, es uno de los nombres más cotizados de la industria. Y buena prueba de ello es su filmografía, en la que en los últimos años aparecen títulos como La luz que no puedes ver, Mil golpes o Los hombres del SAS. Ahora el guionista y productor regresa con una miniserie sobre una de las familias más famosas de la industria cervecera: La casa Guinness.
Disponible desde hoy en Netflix y compuesta por 8 episodios, esta producción protagonizada por Anthony Boyle, Louise Partridge, Emily Fairn, Fionn O´Shea y James Norton, se adentra en la segunda mitad del siglo XIX para narrar las rencillas entre los herederos del imperio cervecero en una época convulsa de la historia de Irlanda. Un relato que, como es habitual en Knight, no anda escaso de violencia, traiciones y personajes atormentados.
Cuatro herederos que deben asumir la nueva situación familiar en un momento en el que los recelos hacia el dominio británico estaban muy presentes en la sociedad, siendo determinantes para el devenir de la empresa familiar.
La herencia envenenada
La casa Guinness arranca con el fallecimiento de Sir Benjamin Guinness, el poderoso patriarca y dueño de la compañía cervecera que, en poco tiempo, había logrado expandirse lejos de las fronteras irlandesas. Con un funeral que no estuvo exento de momentos de alta tensión, provocados por el papel político del empresario, miembro de la Cámara de los Comunes como representante consevador de la ciudad de Dublín, la conmoción llegó poco después a la familia en el momento de leer el testamento.
Padre de cuatro hijos, el mayor, Arthur, llevaba cinco años viviendo en Londres cuando falleció su padre, un hecho que resultó determinante a la hora de hacerse cargo de la empresa familiar. Porque en un último cambio de su testamento, el patriarca decidió que la dirección de la empresa quedase en mano de Arthur compartiese su cargo con Edward, su tercer hijo y quien mejor conocía la empresa, ya que llevaba años trabajando codo con codo con su padre.
Con Benjamin, el pequeño atormentado que no sabe cómo gestionar la nueva situación familiar y no se lleva especialmente bien con Arthur, y Anne, la única hija y la que trata de poner un poco de cordura entre tanta testosterona, los Guinness deberán dar un paso al frente y exponerse al foco público e informativo. Una situación en la que la amenazas les acecharán donde menos lo esperan.
No son solo negocios
Para hacer frente a todos los peligros a los que están expuestos, y mantener el orden en la fábrica, los Guinnes cuentan con un fiel aliado que lleva dos décadas ocupándose del trabajo sucio y dirigiendo la empresa en la sombra, Sean Rafferty. Interpretado por James Norton, al que actualmente también podemos ver en Rey y conquistador, Rafferty es un hombre con muchos contactos, y aún más poder, que controla todo lo que rodea a Guinness y está dispuesto a lo que sea para que nada cambie en el entorno familiar.
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La que muchos han calificado como la fusión de Succession con Peaky Blinders es una producción llena de ritmo y acción en la que las intrigas empresariales, los secretos familiares y las consecuencias de un testamento que puede parecer ficción pero no lo es conducen las tramas. Aunque, con lo que gustan los hermanos Guinness de pasarse por castillos y salones de baile, tampoco podríamos desdeñar su parte de La edad dorada, que corre a cargo del vistoso vestuario, la detallada decoración y la importancia que se le da al qué dirán.
Rodada en la ciudad inglesa de Liverpool, La casa Guinness es la miniserie perfecta para los que echen de menos el particular universo de los Peaky Blinders, ese en el que las escenas de violencia son la sal de la vida de sus protagonistas. Y cuando se calma la lucha física, llega la verbal, porque la fuerza de los lazos familiares llega hasta donde se encuentra con los intereses personales. Y puede que eso sea lo único que tienen en común los vástagos del magnate de la cerveza.
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