el Lyceum club femenino
el Lyceum club femenino
La Feria del Libro de Madrid, al final, también es una cita con la mejor literatura. Así que busca a estas pioneras de las letras y de la vida entre las miles de novedades editoriales que inundan estos días, hasta el 15 de junio, el Retiro. Te sorprenderá la modernidad de sus libros. Desde la bohemia Carmen Martín Gaite hasta la fantástica Ana María Matute, pasando por la inconmensurable Rosa Chacel, te decimos cuáles son esos títulos que tienes que leer.
Es increíble, pero piensa que hubo una vez un grupo de mujeres apodadas las Sinsombrero y un Lyceum Club Femenino donde se reunía lo más granado de la intelectualidad. Lo había dejado dicho Gómez de la Serna: «Ha llegado el momento de enfocarlo todo con la cabeza descubierta». A su entender, el sinsombrerismo era el final de una época. Y el principio de otra.
A ello se atrevieron la propia Chacel, Ernestina de Champourcin o Carmen Conde. Quitarse el sombrero era una rebeldía. Lo mismo que apuntarse a ese Lyceum. Con ese mismo espíritu literario de ancho cielo, te ponemos en la pista de ocho escritoras que te van a enganchar en esta primavera poética y novelesca. Podríamos decir ocho sinsombrero, pero resulta que Martín Gaite acostumbraba a llevar boina. En cualquier caso, «chicas raras», como nombró esta última a Laforet en Desde la ventana. No te las pierdas.
Madrugar solía ser para ella un placer de dioses, leía el Quijote con su madre, descendía de «gentes de carrera y obreros», era antinostálgica y amaba los cuentos de su abuela sevillana. A Carmen Laforet (1921-2004) se la conoce por Nada, primer premio Nadal (1944). La novela que seguía los pasos de Andrea en Barcelona, una «chica rara» enfrentada a su angustia existencial en la posguerra.
Hija de arquitecto y profesora, nació en Barcelona, pero se crio en Gran Canaria. Su madre murió pronto y tuvo «odiosa madrastra, como las de los cuentos de hadas». Se casó a los 24 con el crítico Agustín Cerezales, con quien tuvo cinco hijos y de quien se separó en 1970. Empezó Filosofía y Derecho, pero solo acabó su carrera literaria. A Nada siguieron La isla y los demonios y La mujer nueva, experiencia religiosa incluida. Después, más novelas e innumerables relatos.
A Laforet le dejó huella su viaje a EEUU en 1965, donde conoció al novelista Ramón J. Sender, con el que se carteó. En este epistolario, Puedo contar contigo, confiesa su fobia social, sus inseguridades y lo turbio del mundillo literario, «estos reinos belicosos». También mantuvo relación epistolar con Elena Fortún. Murió en Madrid en 2004 a causa de una enfermedad degenerativa.
Curiosamente tomó su nombre artístico de la primera novela de su marido, el militar Eusebio de Gorbea, con quien se casó a los 19. Y lo hizo para emanciparse a su manera: por la vía de la literatura. Había nacido como María de la Encarnación Gertrudis Jacoba Aragoneses y Urquijo en Madrid en 1886. Era la hija única de un alabardero de la Guardia Real y una integrante de la nobleza vasca. Gozó de mala salud y fue una niña solitaria e imaginativa.
El personaje de la rebelde Celia la ayudó a superar el dolor por la muerte de su hijo menor a sus diez años. Estudió Biblioteconomía en la Residencia de Señoritas y entró en el Lyceum, el calco del club londinense de mujeres creadoras que fundó María de Maeztu. El estallido de la Guerra Civil supuso el exilio a Buenos Aires, donde frecuentó a Margarita Xirgu y Borges. La experiencia de la guerra la contó en Celia en la revolución, inédito hasta 1987. Todo un fenómeno literario. Después vinieron el regreso a Madrid en 1948 y el suicidio de su esposo. Cuatro años después moriría a causa de un cáncer de pulmón.
De su emancipación femenina y confesado lesbianismo habla la novela Oculto sendero, que ella misma mandó destruir, pero que finalmente se publicó en 2016. En los noventa, TVE estrenaba la serie Celia, de José Luis Borau, con guion de Martín Gaite. Las piezas del puzle encajaban.
Sin duda, es el año de la inolvidable autora que nació en 1925 en la Salamanca de Unamuno. Una vida dura entregada a la literatura. Carmen Martín Gaite perdió a su primer hijo al poco de nacer por una meningitis y a la segunda por el sida que hacía estragos en los ochenta. Nunca dejó de escribir, con el rigor académico de una licenciada en Filosofía y Letras, su bagaje de traductora en incontables idiomas, su amplia cultura y la bohemia que respiró en el Madrid de la posguerra junto a su marido, el excéntrico Rafael Sánchez Ferlosio.
Sus novelas te atraparán ya desde el título. Si quieres un fresco de una ciudad de provincias, Entre visillos será tu ojo de la cerradura. Con El cuarto de atrás podrás adentrarte en sus memorias y hondas reflexiones. En Nubosidad variable encontrarás una narrativa renovada abierta al género epistolar y las confidencias entre mujeres. Y Caperucita en Manhattan es perfecta para los amantes de lo puramente literario: una reinterpretación del cuento de Perrault. La reina de las nieves y Lo raro es vivir también dicen mucho de esta escritora insustituible que lo ganó todo. Fue hasta profesora de literatura en Nueva York.
Rosa Clotilde Chacel (1898-1994) era nada menos que sobrina nieta de José Zorrilla, el autor del Tenorio. Nació en el seno de una familia liberal vallisoletana que no tardó en trasladarse a la capital. A ella la esperaba la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, donde conoció al pintor Timoteo Pérez Rubio, con quien se casó en 1921 y tuvo a su único hijo.
Pronto llegaron las tertulias del Ateneo, las colaboraciones en revistas y la amistad con Valle-Inclán, Unamuno, Ortega o Juan Ramón. Su propia vida es historia de la literatura. Altolaguirre le publicó en 1936 su libro de sonetos A la orilla de un pozo. Y cuando salió de España por la guerra, pasó una temporada en Grecia, en casa del escritor Nikos Kazantzakis (Zorba el griego). La familia se reunió en Brasil ya en 1939.
Además, fue traductora de Mallarmé o Camus, consiguió una beca de creación de la Fundación Guggenheim que la llevó a NY y otra, esta vez de la Juan March, que la devolvió a España para terminar Barrio de Maravillas, su consagración. Murió en 1994 víctima de una insuficiencia cardiorrespiratoria tras una vida de novela y mil premios.
De Chacel hay que leer la «autobiografía de pensamiento» La sinrazón, sus diarios Alcancía, las Memorias de Leticia Valle, o Teresa, la biografía de la amante de Espronceda. Nunca fue una autora complaciente ni superventas. Más bien una intelectual seria con inclinaciones filosóficas y de prosa celebrada.
Hubo quien la conoció por Olvidado rey Gudú, la novela que la rescató de un cruel e injustificado olvido en los años 90. Todo un testamento literario. Pero Ana María Matute, de quien también celebramos el centenario (1925-2014), llevaba escribiendo desde siempre, imaginando mundos en los que echar a volar a sus personajes y reflexionando sobre la condición humana. Matute, como Gaite, fue una niña de la guerra y una escritora de la posguerra, marcada por aquellos años de falta de libertad para la mujer. Llegó a perder la custodia de su hijo al separarse de su marido (1963).
También ejerció la docencia en Estados Unidos, no se puso límites, fue académica de la RAE y se hizo con todos los premios que marcan la gloria literaria. Era prosista, pero también una poeta fulgurante, introduciendo la música en su narración. ¿Para leer? Los hijos muertos, La torre vigía, Los soldados lloran de noche (de la trilogía de Los mercaderes) y Los niños tontos. Su obra es inabarcable.
Otra mujer que se liberó en aquellos años del sombrero. Ernestina Michels de Champourcin y Morán de Loredo (1905-1999), poeta de Vitoria, de ambiente culto y aristocrático. La familia se trasladó a Madrid cuando ella tenía diez años. Había leído a Víctor Hugo, Verlaine y San Juan de la Cruz, así que pronto empezó a escribir poesía y a publicarla. Siempre consideró a Juan Ramón su maestro.
También ella ingresó en el Lyceum en 1926, año que publica En silencio. Después llegaron Ahora, La voz en el viento y Cántico inútil. Tuvo el honor de ser seleccionada por Gerardo Diego para su famosa Antología en 1934, junto a Josefina de la Torre, las dos únicas mujeres. Por su parte, mantuvo una intensa correspondencia con Carmen Conde. En 1930 conoció a Juan José Domenchina, poeta también y secretario personal de Manuel Azaña, con quien se casó en 1936. Ese año publicó su única novela, La casa de enfrente.
Durante la guerra trabajó como enfermera, hasta que llegó el momento del exilio. En México publicó Presencia a oscuras, Cárcel de los sentidos y El nombre que me diste. En los años sesenta y siguientes su obra se impregnó de misticismo. Fue del amor humano al divino. Regresó a España en 1972 y sus poemas se llenaron de nostalgia y recuerdos. Huyeron todas las islas es un ejemplo. Murió en Madrid en 1999. Resuenan sus versos: «Ahondaré en ti mismo y abrasará tu sangre / el fuego de la mía rebelde y soñadora. / Invadido por mí, derribarás la cumbre / que te aleja del cielo».
Cartagenera de 1907, Carmen Conde fue la primera mujer en entrar en la RAE, «rompiendo así el fuego y saltando las barreras», en palabras de Zamora Vicente. Vivió en Melilla y lo contó en Empezando la vida: memorias de una infancia en Marruecos. Después estudiaría Magisterio y publicaría su primer libro de poemas, Brocal (1929). Se hizo poeta por Juan Ramón.
Además del de Moguer, cultivó la amistad de Azorín, Miguel Hernández o Buero Vallejo. En 1932 fundó la Universidad Popular de Cartagena junto a su marido, Antonio Oliver, para extender la formación y la cultura a todas las clases sociales. Su libro de poemas Júbilos llevaba prólogo de Gabriela Mistral y dibujos de Norah Borges, la hermana del escritor. Lo había compuesto durante su único embarazo, que finalmente no llegó a término. Fue alumna de Dámaso Alonso en la Universidad de Valencia. Y su poesía se hizo fieramente humana con la guerra: Pasión del verbo, Mujer sin edén o Derribado arcángel.
Poeta del amor y el deseo, fue toda su vida una agitadora cultural, reconocida antóloga y trabajadora incansable en pro de la formación y las letras. También una poeta prolífica que alguna vez cultivó la novela, la literatura infantil, el teatro y el ensayo. En 1967 le llegó la hora del Premio Nacional de Poesía y en 1987 el de Literatura Infantil y Juvenil. Llegó a habitar en la casa madrileña de Vicente Aleixandre. Murió en una residencia de Majadahonda (Madrid) en 1996; padecía alzhéimer. Su último poemario fue Hermosos días en China.
Fue la segunda mujer en entrar en la RAE (1984), tras Carmen Conde. Por supuesto, una de las voces más relevantes y audaces de su generación, preocupada sobremanera por las injusticias. Elena Quiroga de Abarca vino al mundo en Santander en 1921, hija del conde de San Martiño de Quiroga, la penúltima de once hermanos. Quedó huérfana de madre, fue criada por su abuela y durante un tiempo vivió con su tío Estanislao, hombre cultivado que reunía a gentes como Unamuno o García Lorca.
A los 21 años se instaló con su padre en A Coruña, donde conoció a su futuro marido, Dalmiro de la Válgoma. A los 28 publicó su primera novela, La soledad sonora. Ya en Madrid, alumbró Viento del norte, que se hizo con el Nadal en 1950, y empezó a frecuentar los círculos literarios. Era solo el comienzo de una jugosa carrera en las letras. A veces comparada con Emilia Pardo Bazán, a veces con Buero Vallejo.
Ahí están La sangre, la innovadora Algo pasa en la calle o Tristura, de corte autobiográfico. Siempre protagonizadas por «chicas raras». Su última novela llevaba por nombre Grandes soledades (1983). Cuando ingresó en la Academia, el profesor Lapesa alabó «su don de sabiduría como conocimiento del alma humana», además del dominio del arte de novelar. Falleció en 1995 de un fallo hepático.