RUTAS CON ENCANTO
RUTAS CON ENCANTO
Andalucía está llena de pueblos blancos preciosos, y no digamos ya si nos ceñimos a Cádiz, desde la sierra hasta dar con el mar, saliéndonos del mapa. Qué vamos a decir a estas alturas de Vejer de la Frontera, con su festival de jazz, o del surfero y animado Tarifa, que son promesa atlántica no de mar, sino de mares, blanquísimos a más no poder. Y yendo hacia el interior, Zahara, pero no de los Atunes, sino de la Sierra, otra preciosidad de pueblo. Y son solo unos pocos de muchos.
Sin embargo, esta vez hemos decidido tirar para Olvera, menos conocido y, por tanto, más sorprendente. Sobre todo, cuando irrumpe en el paisaje con sus casas trepando por la ladera hasta encontrarse con el castillo. Una fortaleza musulmana del siglo XII que aún conserva muros, torreones y la torre del homenaje, que se mira cara a cara con la iglesia arciprestal de Nuestra Señora de la Encarnación, componiendo una imagen inolvidable. Como la que se graba en nuestra cabeza después de ver Castefollit de la Roca, el pueblo de la Garrotxa que parece un milagro, o La Vilella Baixa, el Nueva York del Priorat.
El gaditano Olvera también es inconfundible. Lo ves una vez y ya es para siempre. Presenta esa mezcla irresistible de raíces romanas, de cuando fue Hippa o Hippo Nova; de herencia andalusí, cuando se llamó Wubira; de arquitectura tradicional y de belleza por los cuatro costados, a la que contribuyen también sus señoriales fachadas palaciegas. La cuestión es que viéndola de lejos, tan altiva, tan andaluza, tan de poema de Alberti, dan ganas de entrar, por no decir galopar.
Y, una vez dentro, de perderse por el trazado laberíntico (y florido) del barrio de la Villa, que evoca el primitivo casco de la vieja ciudad, con lienzos de la muralla aquí y allá. Se ve a la legua que fue municipio fronterizo. Sobre todo, por la disposición de sus casas, por la manera que tienen de abrazarse al castillo requiriendo auxilio. Era la Olvera mora, la medina árabe, que formaban el alcázar, la mezquita y la plazoleta, de donde salía la red viaria. Un pasado que se hace evidente en la torre del Pan, parte de la muralla y que fue tahona.
Hasta que ya en los siglos XV y XVI, tras la Reconquista, el pueblo creció fuera de las murallas, quedando constituido el barrio del Socorro, el primero extramuros. Por eso, es apasionante atender a cómo el núcleo urbano se las ve y se las desea para salvar las irregularidades del terreno, bien las pronunciadas pendientes, bien los salientes rocosos. Esto llevó a la colocación de albarradillas, palabra árabe donde las haya, que remite al bancal formado en las calles pendientes o casas en desnivel, allanando su salida, y sostenido por una pared de piedra seca.
Ya en el siglo XX, el ensanche fue hacia terrenos más llanos con un nuevo urbanismo, hecho de avenidas. No hay que perderse la Alameda, que fue donde acampó Alfonso XI cuando conquistó Olvera, y es una zona recreativa presidida por el peñón del Sagrado Corazón o de la Coroneta, al que se accede por unas escaleras. Desde la cima, las vistas son realmente magníficas, sobre el pueblo, sobre un horizonte lleno de olivares.
Las murallas siempre impresionan, por lo que son, por lo que fueron. De la olvereña se conservan los siete contrafuertes que la sostenían, destacando La Cilla, que sirvió de granero en tiempos de los duques de Osuna, y antes de cárcel de mujeres. Hoy es oficina de turismo y museo, con patio central para conciertos y salas con dos exposiciones permanentes. Una se centra en los castillos y fortalezas de los reinos nazaríes, mientras que la otra lo hace en la Vía Verde de la Sierra.
Lo maravilloso es que esta vía pasa por la Reserva Natural del Peñón de Zaframagón, en las estribaciones de la Sierra de Grazalema, un sitio mítico por albergar una de las mayores colonias de buitres leonados de Europa. Y un destino idílico para desconectar, por descontado. Puestos a andar, es obligado coronar el castillo, que se encuentra a 623 metros y es la cumbre lugareña, adaptándose a la forma de la peña sobre la que se asienta. Formó parte del sistema defensivo del reino nazarí de Granada, aunque después fue sometido a distintas remodelaciones tras ser conquistado por las tropas castellanas.
Con todo, como decíamos, no es el único protagonista porque tiene a una gran rival en Nuestra Señora de la Encarnación, en la plaza de la Iglesia. Un templo neoclásico impresionante que fue levantado en el siglo XVIII a instancias de los duques de Osuna -otra vez-, tras el derribo de la iglesia Mayor que había, en estilo gótico-mudéjar, de la que solo queda el ábside.
En las afueras, además, está el santuario de Nuestra Señora de los Remedios (XVII), que es la patrona y alcaldesa perpetua de Olvera, pero también la patrona de las Cien Sierras, que es como decir gran centro de religiosidad popular. Más antiguo es el convento de Caños Santos, del siglo XVI, a raíz de que el conde de Ureña y Morón facilitase tierras para construir una ermita a Nuestra Señora de Caños Santos. Por si fuera poco, Olvera, en la comarca de la Sierra de Cádiz, está a un paso de Sevilla y a otro de Málaga, dos tentaciones más.