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Cristina de Middel: "El humor es libertad"

La ganadora del Premio Nacional de Fotografía trabaja la ambigua relación entre ficción y realidad. Imágenes para la duda donde el juego es algo muy serio.

Cristina de Middel, fotógrafa. / Juan Millás

GUILLERMO ESPINOSA

Cristina de Middel (Alicante, 1975) posee una fuerza arrolladora. Es poderosa de físico, también de corazón, pero mucho más de cerebro: las ideas le fluyen de un modo natural, y a una velocidad de vértigo. Eterna nómada, lleva años entre Brasil, de donde es su marido, el también fotógrafo Bruno Morais, y donde acaban de comprar un terreno en una zona selvática de Río de Janeiro; Uruapán, México, donde tiene también estudio; y España, donde familia y amigos, pero también instituciones y méritos, la reclaman de forma constante: esta entrevista se realizó porque presentaba su trabajo en el Festival literario Gutun Zuria del Azkuna Centroa de Bilbao, y también por su exposición antológica con motivo del Premio Nacional de Fotografía de 2017, en Tabacalera Madrid. Cristina es, además, de los escasos fotógrafos españoles representados por la mítica agencia Magnum. Está a un paso de convertirse en asociada: el pleno de la agencia lo decidirá este mes. Para los que no lo sepan, Magnum solo cuenta con otro asociado español. También es mujer: Cristina García Rodero, la gran fotógrafa de los rituales humanos. Ella lo consiguió en 2007, a los 59 años. Cristina acaba de cumplir los 44.

Para llegar tan lejos y tan rápido, De Middel contó con un padrino: el fotógrafo británico Martin Parr. Él la dio a conocer al mundo cuando, en 2012, durante los Encuentros Fotográficos de Arlés, decía a todo el mundo que un librito de una española desconocida era “el fotolibro del año”. “Estaba en una cafetería de Arlés robando internet porque no tenía un duro y recibí un mail de él. Pensé que era broma. Se presentó a los cinco minutos y ahí cambió mi vida”, recuerda Cristina.

Quiero que la gente dude, que no sepa qué es falso y qué es real, que sienta “miedoasco” y “risapena”"

El libro era una publicación casi artesanal que De Middel había pagado con sus ahorros: Afronauts agotó en un día su edición. Se ha reeditado después, pero esa primera impresión hoy cuesta los 2.000 €. Si la encuentran. Las fotos que contiene han dado la vuelta al mundo y con la celebración de la llegada del hombre a la Luna ha vuelto a estar presente en museos internacionales, de Estados Unidos al sudeste asiático. Porque la historia que cuenta –una reconstrucción en clave de humor de un descabellado y fracasado proyecto espacial real de los años 60, impulsado por Zambia para enviar a un hombre a la Luna con un sistema de catapultas– aún suscita incredulidad.

“Buscaba un hecho real tan increíble que la foto resultante fuera aún más increíble, sin obviar la voluntad documental. Así que me metí en una web que enunciaba los 10 experimentos científicos más disparatados. El número uno contenía un link a un vídeo donde un periodista de la BBC entrevistaba al líder de este proyecto aeroespacial. Ahí me vino el rayo de luz. Más que el planteamiento, que tiene esa visión ingenua y utópica, lo que me removió fue darme cuenta de que no me creía la historia. Y no me la creía porque había pasado en África. Por lo que me ponía frente a unos prejuicios que no sabía que tuviera”.

Una imagen de su serie Midnight at the Crossroads (2016), disparada en la playa de Ouidah (Benín) en colaboración con Bruno Morais. África aparece a menudo en sus trabajos, siempre desde una visión anticolonial, apreciando su belleza e idiosincrasia sin omitir sus problemas. / d.r.

A la Luna en catapultas

Para realizar Afronauts buscó a los modelos, cosió con su abuela los trajes de astronauta con telas de motivos exóticos, buscó un elefante y hasta una localización que pareciera África... y que era en realidad un terreno baldío al lado de su casa, en Alicante. Aún hoy, mucha gente que ve las fotos por primera vez cree que ha fotografiado una realidad. O al menos que la ha disparado en África.

Pero antes de Afronauts ya existía una De Middel artista. Y mucho antes, una De Middel fotoperiodista. Criada entre su Alicante natal y Niza, Cristina iba para abogada, pero no le gustó Derecho, y se cambió a Bellas Artes. Comenzó dibujando (una práctica que no ha abandonado) y ya en 1995 ganó el concurso provincial de cómics de Alicante. “ Mis personajes solían suicidarse y la conclusión básica era que el mundo me parecía una mierda”, dice.

Terminada la carrera, se fue a Ibiza y tropezó con la profesión de fotorreportera: llevaba la cámara y se encontró con un accidente de tráfico: “Me planté en el diario con las fotos. Y me las compraron”. Pasaría un año fotografiando sucesos, pero también la fauna de las discotecas e incluso actuando como paparazzi... “Aunque era muy mala. En ese proceso mío de alternar entusiasmo y aburrimiento, llegó un punto en que necesitaba poner mi discurso, mis ideas, en el centro”.

Abandonó Ibiza, pero no el fotoperiodismo: durante seis años trabajó en el diario Información de Alicante. “Todo lo que sé de fotografía lo aprendí allí. Sigo trabajando igual: muy rápido, con ese sentido de la inmediatez periodística, pero también estar en la prensa me dio una temática. Algo contra lo que reaccionar. Estaba decepcionada; tan harta de cómo se manejaban las cosas, de las manipulaciones... que me di cuenta de que de lo que quería hablar era del funcionamiento de la imagen como medio de comunicación de masas”.

En la serie Esto es lo que hizo el odio (2014) partía de un cuento de Amos Tutuola, Mi vida en la maleza de los fantasmas. La iconografía del fantasma occidental contrasta con unas escenas cotidianas en una barriada de Lagos (Nigeria), cargadas de belleza y magia. / d.r.

Comenzó así a disparar también proyectos personales para moverlos por galerías de arte. Uno de los primeros fue Vida y misterios de Paula P, donde retrataba la doble vida de una joven estudiante dedicada a la prostitución. “La estuve siguiendo durante tres años. Pero me dijo que no se podía publicar, por si se enteraba su familia. Así que tuve que reenfocarlo y le pedí que fuese la actriz de su propia vida. Llevé todo el lenguaje a una ficción. La idea era que la gente no se lo fuera a creer, aunque se estuviera contando toda la verdad. Y el proyecto funcionó muy bien: ahí se me abrieron las puertas. ¡Podía contar una verdad pareciendo que fuera mentira! Al final lo que quiero es que la gente conozca la historia, dude, ponga en cuestión la realidad... Cuando me harté de este proyecto, me topé con Afronauts”. El resto ya es historia.

Para mi último proyecto he contratado a un asesino, un sicario mexicano, y lo he fotografiado saltando en una cama elástica"

La enorme variedad y la velocidad de producción de estos proyectos da medida de la voluntad de hierro de esta fotógrafa: a este fotolibro le siguió Party (2013), donde rescataba el archivo de fotos que había sacado en un viaje a China. “A cuatro meses de inaugurar en PhotoEspaña, la galería rechazó Afronauts. Todavía no habían visto las imágenes: creo que no se atrevieron porque pensarían que era racista, o yo qué sé. En paralelo, descubrí que mi novio de entonces me engañaba. Otro de esos momentos vitales en los que todo parece derrumbarse, en que caes al vacío, y lo único que se me ocurrió fue... irme a China –cuenta entre risas–. Estuve viajando con mi padre, y luego me quedé con familias que no hablaban inglés. Algo muy inmersivo. Me sirvió para reconciliarme con el puro placer de sacar fotos”. Para su siguiente libro buceó en el inmenso archivo obtenido en Asia. “Le pedí prestado a mi padre una versión del Libro Rojo de Mao en inglés. Ya la primera página se veía bien grande “The Communist Party”, y solo esa palabra, “Party” [“partido”, pero también “fiesta” en inglés] encerraba lo que quería contar: la realidad de que China formalmente es comunista, pero su verdad es de un capitalismo salvaje. Fue un encadenamiento de ideas, como el buscar mensajes escondidos en el texto –borrando algunas partes con Tipp-Ex- y mezclar ese resultado con imágenes. Para mí sigue siendo el mejor libro que he hecho”, recuerda sonriente.

Party fue otro de sus grandes éxitos, tanto en formato libro (agotado en horas) como en exposición. A estos proyectos han seguido una cascada interminable: This is what hatred did (“Esto es lo que hizo el odio”, 2014), basado en un cuento del escritor nigeriano Amos Tutola sobre un niño fantasma, que ironizaba sobre la realidad cotidiana de Nigeria; Jan Mayen (2015), sobre una fracasada expedición científico-turística a esta isla del Ártico a principios del siglo XX; The perfect man (El hombre perfecto, 2017), donde utilizaba a Chaplin y su película Tiempos modernos para hablar de masculinidad, máquina y trabajo industrial en la India; y Gentleman’s club (Club de caballeros, 2018), citando a usuarios de burdeles de Río de Janeiro en hoteles y retratándolos casi como si ellos fueran las prostitutas.

“Ahora estoy trabajando en un proyecto nuevo en México: he contratado a un sicario, un asesino a sueldo, para que me cuente su experiencia. Lo he fotografiado saltando en una cama elástica. Quería que se riera, que se distendiera... En el fondo, no deja de ser un ser humano”, comenta sin dar la mínima importancia al asunto. “Igual ese es el superpoder que tengo: no sentir miedo. O es una inconsciencia total. Utilizo mucho la intuición. Y hay cosas mucho más simples que no hago: por ejemplo, tener hijos. Eso sí que me da pavor [Risas]. Pero contratar un sicario, no. Me puede la curiosidad: de otro modo nunca podré hablar con uno y tratar de entender por qué una persona puede dedicarse a eso. O me fío de Hollywood o de las novelas de Pérez-Reverte para que me lo aclaren, o me voy a México y lo contrato por horas. Este proyecto, por cierto, saldrá dentro de un año o así –remata–. Si tengo una idea, la más tonta del mundo, me gusta materializarla enseguida. Lo haga bien o mal. La mitad de los proyectos no van a ningún lado. Esto me ha pillado en una época en que tengo mucha energía física. Y tampoco tengo hijos, que para la carrera de una mujer artista es una diferencia importante. Sé que no va a durar toda la vida, pero al ser consciente de que es especialmente volátil, le pongo mucho más ahínco. Me entrego totalmente”.

Party (2013) fue el acercamiento a la realidad capitalista de la China comunista. Su trabajo más conceptual alternaba imágenes del país con páginas manipuladas con Tipp-Ex del Libro rojo de Mao. / d.r.

Ese turbador sentido del humor

Si hay algo que brilla en el trabajo de De Middel, aparte de su voluntad más narrativa que descriptiva, es ese turbador, llamémoslo denso, sentido del humor. Y precisamente es la llama que enciende a sus más acérrimos detractores, que los hay. “El humor da un nivel de libertad. Es importantísimo. Estamos viviendo un cuestionamiento constante de los límites del humor y este es uno de los signos más preocupantes de la deriva oscurantista en la que estamos inmersos. A mí me gusta lanzar preguntas y provocar a la gente. Hago el esfuerzo para que al ver una foto no sepas si reírte o no, que el matiz se desdibuje en esos “miedoasco”, “risapena” y demás combinaciones. Yo no busco la reacción unívoca y predeterminada a una foto. Que veas un gatito y hagas “mmmm”. Eso es algo que no me interesa”, reflexiona.

No es lo único que se le critica a De Middel: muchos han apuntado a la versatilidad de sus imágenes, tan distintas que parecen tener solo el humor como punto en común. “Creo que, si en fotografía de lo que se trata es de marcar un estilo, el mío es no tenerlo. Lo cambio cada vez. ¿Qué voy a hacer? ¿Escoger solo las historias que me peguen? ¿Ser esclava de un estilo? Pues... no”.

Yo no soy emocional, soy racional. no me interesa hablar de “ser mujer” sino que se me escuche cuando opino sobre el mundo"

Hay algo que preocupa mucho más a Cristina de Middel, y por lo que también lucha a brazo partido: la creación de un espacio igualitario en el mundo del arte. Que no pasa por asociarse con otras mujeres, crear plataformas o realizar proyectos comunes, sino en acabar con viejas ideas: “Es evidente que falta una cosa. Si te fijas en las grandes fotógrafas artistas, tipo Cindy Sherman o Nan Goldin, su mirada es “muy de mujer”. Generalmente hablan de la propia condición femenina, de nuestra interioridad, de lo que supone ser mujer. Y a mí lo que me gusta es hablar de política internacional... –medita con una amplia pausa, para dejar clara la intención–. Aún no hemos creado el lugar desde donde lanzar una opinión válida que no sea solo acerca de lo que significa ser mujer. O para expresar algo cerebral. Yo no soy emocional, soy racional. Y tengo una opinión sobre el conflicto de Palestina. Y quiero que se me escuche en igualdad de condiciones. Ahí creo que está la lucha futura de la mujer. Porque aún no tenemos grandes mujeres dando una opinión sobre el mundo o sobre cualquier tema con el mismo crédito y la misma facilidad que un hombre”, remata.

Imágen de la serie Afronauts (2011), sobre el programa espacial de Zambia, ilustra los procesos de juego con la realidad que planean sobre buena parte del trabajo de la fotógrafa: crear dudas sobre la propia narración para que el espectador se pregunte si lo que ve es verdadero o falso. / d.r.

De Middel se ha convertido en la punta de lanza de un fenómeno revolucionario del que España es además protagonista: el boom en esta década del fotolibro. Narración artística, diario en imágenes, compilación de fotos con un objetivo... que hemos convertido en género artístico. “Yo, en mi biografía, cuando me la piden muy corta, suelo poner: “Llegar y besar el santo –explica riéndose–. Este fenómeno surgió espontáneamente y coincidió con la crisis del fotoperiodismo como oficio. Y saltamos al arte, que es un mercado que sigo sin entender. Ni me esfuerzo por entenderlo. Hay artistas que logran manejarse en él: yo estoy muy bien así”.

Antes tenía tres galerías internacionales, ahora solo trabaja con Juana de Aizpuru: “Alguna me debe demasiado dinero. Pero no me quejo. Antes me lanzaba de cabeza, ahora soy mucho más cauta. He aprendido latín. Recuerdo mi primer viaje a una feria en Miami, esa ciudad tan loca: en un día gané lo mismo que en todo un año de fotoperiodismo. Imagínate mi cara. Aunque eso no pasa todos los días, no te vayas a pensar...”, añade.

Sé que esta energía y este momento no van a durar, pero al ser consciente le pongo más ahínco. Me entrego".

Hoy, se reconoce “ cansada de dar tumbos. No soy una persona que viva huyendo, pero siempre me ha atraído esa posibilidad: saber que, si lo decido, en un rato puedo estar en Dakota del Sur, Calcuta, Jaipur... Soy capaz de empezar de cero las veces que haga falta”, explica.

Está recién casada, aunque igual ya no tanto. “ Mi futuro lo he encontrado a los 40. No soy una presa fácil. Encontrar a un compañero ideal me ha costado, no lo voy a negar. Empezamos siendo asistentes el uno del otro. Él es afroamericano. Bueno en realidad es una mezcla de holandés, indio, negro... Es guapísimo y listísimo... Con él todo fluyó. La admiración mutua es la base de nuestro respeto. Y no, no es fácil, porque yo viajo mucho más que él en este momento. Y él ni puede ni quiere seguirme: no es el Sancho Panza de nadie. Es su propio Quijote”, afirma con rotundidad.

¿Preparada para aterrizar?

“Creo que somos conscientes de que este trajín es algo temporal. Estoy preparándome para aterrizar. Me doy tres años más, como máximo, de este ritmo infernal, y luego me calmaré. Porque esto físicamente es agotador”, reconoce. Con la misma facilidad, explica que “era más o menos consciente de a dónde iba llegando. Y de repente me cae el Premio Nacional... Podían haber esperado cinco años para dármelo –bromea–. Creo que me viene un poco grande, pero fue una alegría inmensa”.

Fiel a su libertad de opinión, Cristina de Middel se permite hablar incluso del que será su país adoptivo en breve: Brasil. “Me da miedo, por eso me he alejado de las ciudades. Porque lo de Bolsonaro es una aberración a tantos niveles que no sé por dónde empezar: su defensa de la tortura, de la dictadura... Bueno, en realidad me recuerda a lo que podría ocurrir en España, que sitúo en el mismo nivel de aberración... Yo creo que hay que empezar con uno mismo, y ayudar siempre a las personas que tienes más cerca. Si todo el mundo lo hiciera, casi no necesitaríamos a los políticos. Así que me he ido de la ciudad porque es un espacio que se ha convertido en una agresión a mis principios. Aunque a veces pienso también en la huella ecológica de todos los aviones que tomo y se me acaba de hundir el chiringuito”, remata con conciencia. Y humor.

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