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4 millones de españoles se sienten solos y se avergüenzan

Cada vez vivimos más... pero puede que no vivamos mejor. Con la familia lejos y sin las antiguas redes de apoyos de la comunidad vecinal, muchas personas luchan cada día contra un aislamiento atroz. Son el síntoma más doloroso de la creciente deshumanización de nuestra sociedad.

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Beatriz García Manso
BEATRIZ GARCÍA MANSO

Isidra ha comprado unos dulces y los ha dispuesto en la mesa camilla sobre un mantel bordado. También ha ido a la peluquería. Está claro que no es un día cualquiera para ella: hoy recibe visita. Señalando los recuerdos que conserva en las vitrinas va desgranando detalles de su vida. Ahí están los libros que ya no lee, las fotos de sus hijos, los recuerdos que dejó atrás su marido, como la instantánea de su último crucero. Hoy, los hijos están lejos y ella vive sola en un piso en los confines de Madrid, acorralada por la soledad y el dolor.

Sentada en su butaca, cuenta que fue catequista hace muchos años, que cocinaba que daba gloria y que le encantaba coser y hasta hacer yoga, pero que, después de tres operaciones de columna, su espalda ya no tiene remedio y el dolor es permanente. "Antes también leía mucho. ¡Y vaya si lo echo de menos! Leer es vivir, te metes en las páginas y vas a otro lugar, te olvidas de las preocupaciones. Pero ahora, entre la artrosis y el dolor de espalda, ya no puedo hacer ninguna de esas cosas".

En España, cuatro millones de personas se sienten aisladas.

Se pasa el día esperando a que lleguen las 11 para irse a la cama y, una vez acostada, deseando que se haga de nuevo de día, porque apenas duerme dos horas seguidas. "El tiempo se hace eterno y este es un barrio muy solitario; aquí no hay más que una farmacia, un pequeño supermercado y poco más. Ni una plaza, ni un sitio donde tomar un café. Y yo estoy muy sola, muy sola".

Vivir a la deriva

Según los datos del estudio La soledad en España, realizado por los sociólogos Juan Díez Nicolás y María Morenos, uno de cada 10 españoles se siente igual que ella: más de cuatro millones de personas que ven pasar los días, como islas, en una deriva de vacío, tristeza y sinsentido, aplastados por esa sensación de no importarles mucho a nadie.

A la soledad se llega por muchos caminos y arraiga en personas que no comparten su techo, pero también en las que viven acompañadas. Y si la primera es más frecuente, tal vez la segunda sea más profunda y dolorosa. Sus efectos, dicen los expertos, son devastadores. Ya se considera el primer factor de riesgo para la salud en la población occidental, superando incluso a otras epidemias como la obesidad.

"Para demasiada gente, la soledad es la triste realidad de la vida moderna", dijo Theresa May, la primera ministra británica, cuando anunciaba en octubre pasado la creación de una Secretaría de Estado para luchar contra la soledad; a través de ella, pretende abordar un problema que en el Reino Unido afecta a nueve millones de personas, el 14% de su población. Este organismo es la respuesta a las conclusiones del informe Atrapados en una burbuja, en el que puso todo su empeño la diputada Jo Cox antes de ser asesinada en 2016. En él se recogen evidencias, avaladas por la Universidad de Stanford (EE.UU.), que muestran que la soledad está relacionada con problemas de sueño, deterioro cognitivo, demencia, pérdida de autoestima, depresión y problemas cardiovasculares. Puede ser tan perjudicial como 15 cigarrillos al día y multiplica el riesgo de muerte prematura.

Sin embargo, no es fácil ponerle rostro a esa realidad abstracta que muestran los datos. La soledad suele vivirse como vergonzante y, por lo tanto, es difícil de confesar. El profesor John T. Cacioppo, director del Centro de Neurociencia Cognitiva y Social de la Universidad de Chicago hasta su fallecimiento el pasado año, y autor de Loneliness, un tratado sobre la soledad, llevaba estudiándola desde los años 90. La describía como una sensación muy similar al hambre, la sed o el dolor: "Sin embargo, a esta se le añade una connotación negativa, se interpreta como debilidad social o incapacidad para valerse por uno mismo". Es, en consecuencia, una condición estigmatizante porque se asocia al fracaso, tal vez el pecado más inconfesable en una sociedad que rinde pleitesía al éxito a todos los niveles, incluido el social.

Los más vulnerables

Los autores de La soledad en España recopilan en su investigación la opinión y la experiencia de estudiosos y profesionales de distintos ámbitos (psicólogos, filósofos, economistas...) que han trabajado con los grupos de población más vulnerables: las personas sin hogar, las que disponen de menos recursos económicos, las que tienen discapacidad, los parados, los inmigrantes y los mayores.

En Japón hay 30.000 kodokushi (muertes solitarias) cada año.

Entre las causas, señalan los cambios demográficos -descenso de la natalidad y aumento de la esperanza de vida-, los nuevos modelos familiares, las dificultades de conciliación de la vida laboral y personal, y la transformación del mundo rural, que se ha ido despoblando hasta convertir a la española en una sociedad eminentemente urbana. "En las grandes ciudades, a pesar de contar con un entorno más favorable para la interacción social, las personas están más solas y aisladas, a pesar de estar rodeadas de gente, porque las relaciones son superficiales. Se tiene menos tiempo, se hacen menos cosas en común y se va perdiendo ese sentimiento", señalan. En esta parte del mundo, el individualismo gana terreno mientras declinan instituciones que generaban vínculos, como asociaciones, sindicatos o la Iglesia.

El precio del progreso

Lo que Theresa May llamaba "la vida moderna" ha transformado nuestra manera de vivir. En algunos lugares lo ha hecho de manera radical, como en Japón, que ha dado la espalda a sus valores tradicionales basados en la familia extensa y en la veneración por los mayores en favor de una dinámica social ferozmente individualista. Allí, los amigos son on line, las relaciones interpersonales se reducen al mínimo (hasta su afición favorita, el karaoke, se practica en salas "solo para uno"), las novias son hologramas (que te hablan cuando llegas a casa y te dicen cuánto te han echado de menos), la soltería se multiplica y la natalidad ha caído como en ningún otro lugar del mundo. La población envejece y las consecuencias son, en algunos casos, dramáticas. La soledad y la falta de recursos económicos para hacer frente a una vida cada vez más longeva están empujando en los últimos años a cientos de ancianos japoneses a cometer delitos menores para pasar el resto de sus días en la cárcel. Tal cual: una vida en prisión se contempla como mejor alternativa que una existencia solitaria en libertad, y este tipo de delincuencia se ha multiplicado por cuatro en las dos últimas décadas.

En nuestro país, la población envejecerá más que ninguna otra en Europa en los próximos 50 años. Y la combinación, a una edad avanzada, de falta de redes sociales y familiares, enfermedad, barreras arquitectónicas en el domicilio y bajos ingresos puede conducir a un incremento de los casos de aislamiento.

Hoy, casi dos millones de personas mayores viven solas y, aunque muchas de ellas se encuentran perfectamente adaptadas y tienen una vida satisfactoria, otras (el 59%) tienen ese sentimiento de soledad. "Hay un dato preocupante: hay unas 460.000 personas de más de 80 años que viven solas en España. El 70% son mujeres muy mayores que han estado toda la vida cuidando de otros y que, cuando son ellas las que necesitan cuidados, se sienten desamparadas. Sin embargo, eso no nos tiene que llevar a pensar que no hay apoyo familiar, porque aquí, a día de hoy, el vínculo sigue siendo potentísimo", asegura Mayte Sancho, psicóloga, presidenta de la ONG Grandes Amigos y una de las mayores expertas en envejecimiento en nuestro país.

En cuanto a la Secretaría de Estado británica, Sancho se muestra escéptica: "La soledad no es una enfermedad, pero para que no llegue a serlo necesitamos herramientas como el voluntariado y la acción social. Este problema no se soluciona por decreto ley. Habrá que ver qué medidas se llevan a cabo. Hay que ir afrontando la evolución social según viene, intentando actuar donde se perciben debilidades. Hoy hay muchas carencias en todo lo que antes era red comunitaria: vida de barrio, vecindad... Es lo que hay que reforzar, volver a tejer esa red de relaciones humanas y cercanas. Necesitamos que las administraciones nos apoyen, pero la soledad no deseada solo se cura con amistad o relaciones de carne y hueso".

Una visita muy esperada

Isidra lleva siempre colgado del cuello el botón rojo de la teleasistencia. "Me llaman todas las mañanas para ver qué tal estoy o, como yo digo, para ver si he amanecido viva. Muchas veces, son las únicas personas con las que hablo. Un día les dije: "Yo siento una soledad tremenda". Le recomendaron que llamara a Grandes Amigos, que trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas mayores a través del apoyo emocional y la compañía. Y ellos le presentaron a Dana, una voluntaria que coge todas las semanas un autobús y dos líneas de metro para pasar la tarde con ella. Si el trabajo se lo permite, la visita más días y cuando no puede, la llama. "Creo que soy un poco antigua, porque me gustan mucho las personas mayores, me dan tranquilidad y también me gusta cómo se vivía antes, las relaciones que había con los vecinos. Podías tocar a la puerta, pedir un poco de azúcar y sentarte a la mesa a charlar. Hoy, apenas te saludan", explica Dana.

Otro de los objetivos de Grandes Amigos es fomentar las relaciones intergeneracionales y acabar con los estereotipos que existen en torno a la vejez, que tiende a relacionarse con tristeza, incapacidad, enfermedad o aburrimiento. Basta escuchar el entusiasmo con el que habla Dana de su relación con Isidra, para que las ideas preconcebidas caigan una a una. "Es una mujer muy alegre y con un gran sentido del humor, solo que a veces el sentimiento tan grande de soledad lo tapa todo. Los mayores no piden mucho, solo un poco de atención, aunque yo nunca he visto a Isidra como a una señora mayor, sino como una amiga. Con ella puedo hablar de cualquier cosa y le pido consejo". Isidra asiente: "Hablamos de todo un poco, a veces cosas íntimas, a veces cosas más tontas y nos reímos. Ella es un sol y yo he tenido una suerte bárbara". Se abrazan para hacerse una foto juntas, Isidra le dice: "Te quiero". Y por un momento no se siente tan sola.

¿Quién nos echará de menos?

En Japón, lo llaman kodokushi o muerte solitaria: hay 30.000 al año. Aquí no hay cifras (solo en Barcelona, los bomberos estiman más de 100 al año). Pero el juez Joaquim Bosch, portavoz de Juezas yJueces para la Democracia, dio alerta en Twitter: "Cada vez me pasa más, como juez de guardia, encontrarme con cadáveres de ancianos que llevan muchos días muertos. No sé si está fallando la intervención social o los lazos familiares. Pero indica el tipo de sociedad hacia el que nos dirigimos". En Suecia, uno de cada dos habitantes vive solo (el 40%, además, se siente solo). Y uno de cada cuatro muere sin compañía. Un organismo estatal se dedica a buscar a sus allegados. Muchas veces no encuentran ninguno. En el documental La teoría sueca del amor, Erik Gandini exponía su crítica a una sociedad que, en los 70, se propuso garantizar la independencia del individuo. El sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman aseguraba en él: "Los suecos han perdido las habilidades de la socialización. Al final de la independencia no está la felicidad, solo está el vacío de la vida".

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