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¿Alegrarte de las desgracias ajenas? Sí, a veces pasa

A ese sentimiento de regodearnos con las penas de otros se le conoce como schadenfreude y es más común de lo que crees, pero también podría ser una señal de baja autoestima.

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Mujerhoy .
MUJERHOY .

Admítelo, alguna vez en tu vida te has reído sin parar viendo vídeos de gente cayéndose de forma ridícula. O has sentido cierto placer cuando a tu ex le han roto el corazón, o cuando el empollón de la clase saca mala nota. Y es que sentir placer ante el mal ajeno es una emoción común y humana. Ya en 2014 un estudio británico demostró que incluso niños de dos años mostraban esta clase de sentimientos ante los problemas de sus compañeros.

Aunque en español no tenemos una palabra para describir este sentimiento en alemán sí, se llama: schadenfreude. Esta palabra está compuesta por schaden (daño o desgracia) y freude (alegría).

“Se trata de una emoción placentera por el mal ajeno. Sin embargo, es diferente a cuando la otra persona es alguien que nos ha dañado o lo vemos como desagradable, lo cual está relacionado más con un orden moral o ético, relacionado con el restablecimiento del sentido de justicia en las relaciones y el instinto agresivo mamífero”, explicó a Código Nuevo el director clínico del Instituto Madrid de Psicología, Héctor Galván Flores.

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Para el psicólogo, el schadenfreude tiene más que ver con esa percepción del ‘yo’ frente a los demás. “Forma parte de las emociones morales que tienen que ver con la valoración social y la comparación ante los otros. Y lo relaciona con la baja autoestima”, añade Galván lamentando que “es algo bastante generalizado en nuestra sociedad ver cómo el mal ajeno puede hacernos sentirnos más seguros y vernos al mismo nivel que los demás”.

Estos son los cinco rasgos de un schadenfreude:

1. Es un placer oportunista que sentimos al toparnos con la desgracia ajena, una desgracia que, por cierto, no hemos causado nosotros.

2. Es una emoción secreta, furtiva, y es que un exceso de alegría ante el mal de otro es contemplado en general por la sociedad como una señal de maldad.

3. A menudo nos permitimos sentirlo porque pensamos que la persona en cuestión merece un castigo: por su hipocresía, por quebrantar la ley, etc.

4. Puede ser vivida como un alivio, ya que los fallos ajenos pueden suavizar nuestra envidia o baja autoestima, haciéndonos sentir superiores aunque sea por un momento. Nietzsche hablaba de la schadenfreude como “la venganza del impotente”.

5. En general nos la permitimos respecto a incomodidades relativamente pequeñas de las otras personas, no ante desgracias graves o catástrofes importantes, donde lo más natural es que aflore la compasión.

Cómo evitarlo

Para cambiar este patrón de comportamiento debemos profundizar en nuestra empatía y dejar de ver a los demás como rivales o enemigos. De lo que se trata es de tomar la decisión de si seguir alimentando esos sentimientos o no.

Podemos preguntarnos si nos estamos sintiendo inferiores o inadecuados respecto a otras personas, y si es así, emprender pequeñas acciones que poco a poco puedan ayudarnos a caminar en otra dirección. Los efectos de dichas acciones y decisiones, como siempre, incidirán directamente en nuestro bienestar cotidiano. Porque es posible que al ver cómo el otro cae experimentemos un placer momentáneo, pero a largo plazo eso no va ayudarnos a sentirnos más seguros o más felices.

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