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¿Qué es la inteligencia erótica?

La “inteligencia erótica” sería aquella capacidad de resolver problemas relativos a nuestra condición de seres eróticos.

Valérie Tasso
VALÉRIE TASSO

Con el significante “inteligencia”, todavía no sabemos muy bien lo que designamos, su significado. Todos, más o menos, tenemos una idea cuando tratamos con alguien si ese alguien es listo o bobo y nosotros mismos nos catalogamos de haber sido inteligentes o tontos frentes a distintas circunstancias que tenemos que afrontar en nuestras vidas.

También sabemos que, entre esas circunstancias, hay algunas que, en una caracterización específica, se nos dan mejor que otras, pero aun así siempre nos llevamos sorpresas; ver lo supinamente estúpido que puede resultar alguien cargado hasta las trancas de títulos y certificaciones académicas, ver lo inútil que deviene uno en determinados aspectos pese a tener un cociente intelectual por encima de lo que, estadísticamente, se establece como la media, etcétera.

Más o menos, podríamos decir en términos muy generales, que la inteligencia sería aquella capacidad que nos permite resolver de manera satisfactoria a los intereses propios o colectivos determinada dificultad, problema o compromiso, utilizando para ello nuestra experiencia en situaciones que detectamos como conceptualmente similares a la que afrontamos, nuestra capacidad de análisis y de establecer analogías que nos permiten esas identificaciones y, por tanto, de identificar, aprender y aplicar correctamente lo aprendido.

Tradicionalmente, se entendía que esa capacidad efectiva pero un tanto difusa era unitaria y de alguna manera “empapaba” todos esos ámbitos de problemática a los que se tuviera que enfrentar el individuo inteligente. Si alguien era inteligente, mostraba su inteligencia en todo lo que hacía por variopinto que ese “todo lo que hacía” fuera. Luego, empezamos a ver que, si bien algo de eso podía haber, nos encontrábamos con situaciones como las ya descritas; personas que no sabía hilar dos palabras pero eran capaces de hacer con un balón lo que nadie más hacía, o de personas que, siendo capaces de articular discursos complejos hasta lo irrefutable, cuando tenían que tratar con algo que no fuera puro pensamiento abstracto, se desarticulaban como un niño de teta que apenas alcanza el balbuceo.

Con esas constataciones, eso que viene en llamarse genéricamente “psicología” determinó que no había una sola inteligencia sino múltiples y empezó a establecer (como suele hacer) clasificaciones y taxonomías en las que las hasta ahora entendidas como inteligencias “tradicionales” (la “lingüístico verbal”, la “lógico matemática” o la “visual espacial”, por ejemplo) se complementaban con otras; que si la inteligencia propia de resolver conflictos emocionales y gestionar esa capacidad hacia tus propios intereses (la inteligencia emocional), que si la inteligencia propia de dominar y coordinar movimientos corporales (inteligencia corporal), etcétera, hasta establecer una clasificación más o menos canónica dentro de esa hipótesis de las inteligencias múltiples que alcanzaba la docena de inteligencias particulares.

Dentro de ese propósito y de esa hipótesis, y aunque no forme parte aún de ese canon ratificado, se situaría la llamada “inteligencia erótica” que, hasta el momento, parece funcionar más como un reclamo para captar la atención del personal que como un parámetro concreto y validable del sujeto.

Lo que entendemos por “inteligencia erótica”

Por erótica, se entiende la capacidad de estar en relación a los otros, de crear vínculos y afectos y hacer que estos se sostengan, se desplieguen y se potencien, o dicho de otro modo; la “inteligencia erótica” sería aquella capacidad de resolver problemas relativos a nuestra condición de seres eróticos.

Un ejemplo de ese éxito, propio de una alta inteligencia erótica (concepto que, aunque no original de ella, es desarrollado especialmente por la psicoterapeuta de pareja belga afincada en EE.UU., Esther Perel) es el que dos personas que lo desean puedan convivir juntas durante el tiempo que lo deseen pese a las múltiples dificultades (por ejemplo, lo amplio, variable y prolijo del deseo humano) que van a tener que afrontar en ese propósito de persistir vinculadas.

Así, la “inteligencia erótica”, si se entendiera bien el concepto de “erótico”, sería lo que nos permite establecer sólidos lazos con las demás personas (no sólo en la pareja) y trataría cuestiones sobre los afectos, el decoro, la empatía… y, en fin, todo aquello que se obtiene en la formación y valores que aporta la llamada “educación sexual”. Lo que sucede es que, independientemente de las sugerentes tesis, recomendaciones y trucos de Perel para mantenerse en pareja cuando así se desea, si una bucea un poco sobre la “inteligencia erótica” que se divulga y se promociona a destajo, enseguida descubre que, por “erótica”, se suele entender lo que no es pero que todo el mundo cree que es; la inclinación a acostarse con alguien y el talento al hacerlo (lo que sería el “ars amandi” en la educación de los sexos).

Vamos, que si tienes ganas y predisposición de follar, tienes una inteligencia erótica alta, y si no, eres la tonta del bote de la inteligencia erótica… Y visto así, eso es una soberana pamplina. Y es que a los de aquello latino del “mutato nomine” (es decir, el variar el nombre a algo ya dicho sin aportar nada nuevo) convendría pedirles, al menos, que sepan el significado de los significantes que emplean y asocian para crear su novedoso “producto” (que tengan un poco de cultura o lo que se podría llamar algo así como “inteligencia significativa”…o vaya Vd. a saber cómo).

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