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¿Masturbarse en pareja es tener relaciones sexuales “completas”?

La masturbación se ha visto, y se sigue viendo, algo así como el “sexo de los pobres”, de aquellos que, queriendo alcanzar el coito se tienen que contentar con algo que está más “a la mano”.

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Valérie Tasso
VALÉRIE TASSO

La achicoria puede ser al café lo mismo que el surimi a las angulas o la algarroba al chocolate; sucedáneos. No es que por sí mismos la achicoria, el surimi o la algarroba no tengan propiedades específicas y valorables, es que al tratarse los otros bienes sustituidos de productos más escasos o costosos y tener los sustitutos, características que podían recordar a los anteriores, además de una mayor facilidad de abastecimiento y por lo tanto “costes” más baratos de adquisición, pues en tiempos especialmente de penuria reemplazábamos los caros de poseer por los asequibles como si de alguna manera nos hubiésemos proveído de los costosos. Pero, cuando tomamos un sucedáneo en lugar del producto de referencia, igual que cuando adquirimos una réplica en lugar de un original, siempre nos queda una especie de regusto amargo, una especie de sensación de estar haciéndose trampas en el solitario, derivado de que por nuestra imposibilidad de conseguir lo que “de verdad” queremos, nos tenemos que conformar con algo semejante pero de peor calidad. Y lo hacemos sin preguntarnos siquiera qué, quién o por qué el producto de referencia tiene que ser siempre ese y no el que nos quieren colar como simple sustitutorio. Pues bien, eso es lo que le ha pasado a la erótica de la masturbación; que se ha entendido tradicionalmente como un sustituto barato, un sucedáneo en tiempos de hambre, de lo que la mayoría de la gente denomina “tener relaciones sexuales”. Se ha visto, y se sigue viendo, algo así como el “sexo de los pobres”, de aquellos que, queriendo alcanzar el producto de lujo (el coito) se tienen que contentar con algo que está más “a la mano” y que produce efectos similares (sacia y da placer) pero sin ese “plus” que da el que lo que estimula el gusto sea la mucosa de una vagina y no la piel expuesta de una mano o de un dedo.

El doble estigma de la masturbación

Y esa idea (y esa sandez) está anclada en nosotros hasta la médula, cosa comprensible, pues el desprecio hacia la masturbación (sola o en compañía) viene anclada por un sinfín de prejuicios condenatorios tan viejos como la propia masturbación. En general, todas las eróticas de la “ observación”, las del “ preliminar” y por extensión las “no productivas” han sido siempre el objetivo que subvierte aquello tan de meterla a fondo del “creced y multiplicaos”. Lo cual significa en definitiva la condena de todas las eróticas que podríamos llamar “ coitofugas” que son, dentro del infinito territorio de las eróticas y de los “ars amandi” la inmensa mayoría o, lo que es peor, hacer de nuestro proceso dinámico de nuestra sexualidad y de su inabarcable cantidad de diversidades y matices una simple herramienta ideológica en manos de los intereses de quien marca las restricciones. Condenas que, en la masturbación, han ido desde el condenatorio fuego a los “sodomitas” (en un principio, la semántica del término incluía la masturbación) a las advertencias “sanitarias”; “te van a salir granos” o “te vas a quedar ciego”. Y es que la masturbación, por ser una de las eróticas primeras que una aborda en su sexualidad, recibe un doble estigma; uno por ser sexo en sí misma y otro por intentar aplacar a golpe de condena el “bicho” que en la inocente criaturita emerge.

Ya no se trata tanto de loar la masturbación como de descabalgar de una vez al coito

De nada parece servir el señalar hasta el hastío que el coito es una simple erótica más, que ni “completa” (lo de “relaciones sexuales completas” es otra parida como un piano) un encuentro erótico, ni lo culmina ni es por tanto el único objetivo finalista que da sentido a nuestra sexualidad. De nada sirve tampoco recalcar que la masturbación (o la “digiturbación” como propuse un día designarla en esto de los lenguajes inclusivos) es una erótica “completa” en sí misma, perfectamente “ compartible” en pareja (o en trío o en filarmónica de Berlín), que es necesaria en el continuo proceso de adquisición de conocimiento sobre uno mismo y que, además, evita los problemas de salud sexual derivados de eróticas más “intrusivas” como el coito.

Y es que de nada parece servir tampoco resaltar las propiedades de la achicoria que ni siquiera tiene el café, cuando lo que nos quieren vender a toda costa es café; el estigma del “pajillero” (o la “pajillera”) sigue ahí no sólo machacándolo desde la mirada colectiva sino haciéndolo desde la propia mirada interna, de forma que cuando alguien en el que su erótica es mayoritariamente masturbatoria viene a consulta, siempre es porque se siente “vacío” al realizarla, porque cree que le pasa algo, o lo que es peor, que le falta algo. Así que, pese a que la nuestra es la mayor civilización “masturbatoria” que han conocido los tiempos en la que ese principio del “ámate a ti mismo” se ha convertido en una soflama moral de primer orden y en la que el mercado ha puesto a nuestra disposición la mayor cantidad de estímulos masturbatorios de libre acceso y de artículos laudatorios y artilugios de mercado para satisfacer tal fin, pues ahí seguimos; entendiéndola mayoritariamente por culpa del café y la achicoria como cosa de pobres sociales que no tienen acceso al mercado de la carnalidad con los otros, o como cosa de jovencitos (que todavía no tienen “recursos” eróticos ni la suficiente madurez como para “adquirir” el verdadero chocolate).

Y es que quizá no se trata tanto de loar la masturbación como de descabalgar de una vez al coito, de eso y de dejar un poquito en paz al personal con lo que en materia sexual tiene o no tiene que hacer… Eso y que a servidora le sigue costando entender que cuando más gato por liebre nos quieren dar, más insistan en hacernos creer que el gato es simplemente un sucedáneo de la liebre (o del conejo…).

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