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Ahora que hemos empezado a hablar del acoso, no nos callaremos nunca más", decía la actriz Lupita Nyong’o, una de las que relataron con el máximo detalle el siniestro patrón de comportamiento de Harvey Weinstein (el acorralamiento en el dormitorio, el masaje, las amenazas de destruir su carrera...). También el documentalista Michael Moore ha llamado, en un alegato vía Facebook, a aprovechar el momento "para crear un mundo sin Harveys". Y, por supuesto, la actriz Rose McGowan, la primera que denunció haber sido violada por el poderoso productor y que se ha convertido en la abanderada de esta revolución contra el silencio histórico, pronunciaba un discurso en el que clamaba: "¡Llevamos mucho tiempo esperando esto y no vamos a esperar más. Es hora de barrer la casa!".
Y así, mientras la industria del cine pasa la mopa a los turbios asuntos acumulados bajo la alfombra roja, la campaña viral #MeToo (#Yotambién) acumula cientos de miles de relatos personales de acoso y agresión, y el efecto multiplicador del tsunami Weinstein está destapando casos sonados en el mundo de la política, el deporte, la moda, la gastronomía, el arte... Llegados a este punto nos preguntamos, más allá de todos esos ámbitos en los que cualquier escándalo es siempre susceptible de acaparar titulares y abrir telediarios, ¿realmente sucederá? ¿Habrá un antes y un después del caso Weinstein para las mujeres corrientes como cualquiera de nosotras? ¿Es posible un mundo sin Harveys?
Incluso los expertos más optimistas hablan más de esperanza que de certezas. "Quiero creer que no hay vuelta atrás y que estas campañas seguirán creando un necesario efecto onda expansiva" –afirma Sonia Cruz, psicóloga de la Fundación Aspacia, experta en violencia de género y sexual–. "El destape del caso es significativo: no solo se está rompiendo el silencio mantenido durante décadas sobre los abusos y agresiones sexuales contra las mujeres del cine, sino en todos los ámbitos. Es un ejemplo de la toma de conciencia colectiva sobre la frecuencia, gravedad e impunidad social de las violencias sexuales machistas", concluye.
Porque el caso Weinstein, como los otros que van quedando al descubierto bajo su inercia, son solo los ejemplos más vistosos de la situación que viven las mujeres a diario en todo el mundo. Las cifras miden el calado de ese iceberg. La Macroencuesta sobre violencia machista, realizada en 2014 por la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, concluye que más de la mitad de las europeas (el 55%) ha sufrido acoso sexual. En España, el 16% de las trabajadoras denuncia haber sido víctima de este tipo de acoso en su trabajo en alguna ocasión y de entre ellas hay un 3% (unas 200.000) que reportan haberlo sido de manera muy frecuente, según el último Estudio Cisneros.
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¿Cuántos casos, sin embargo, salen a la luz y llegan a los tribunales? "Le aseguro que ni a un caso por millón", afirma Iñaki Piñuel, doctor en Psicología, director del citado informe y considerado como uno de los principales expertos europeos en investigación y divulgación del acoso en el ámbito laboral. "Es utópico pensar que esas 200.000 trabajadoras que viven esta situación van a denunciar. El acosador está siempre en situación de poder jerárquico, con autoridad sobre su puesto de trabajo. Y de eso se vale para obligar a la empleada a acceder, soportar o callar. Las situaciones de acoso se viven en la clandestinidad. Se sufren pero no se cuentan, ni siquiera en el entorno más íntimo". Y cuando se hace, las estadísticas dicen que el 94% de los casos acaba desestimándose antes de llegar a juicio.
"Soy muy pesimista respecto a que esto logre mayor concienciación del problema", afirma Piñuel y argumenta: "Tiene que cambiar mucho el mundo laboral para que los que tienen poder no abusen de él. Eso exige medidas de reeducación, cambiar los criterios por los que se asciende a ciertos directivos y apostar por un liderazgo ajeno a la utilización del poder, la rivalidad, la violencia o la coacción". Porque el abuso sexual es, sobre todo, abuso de poder. A Weinstein le gustaba que se refirieran a él como "el último mogul de Hollywood". Probablemente levitó cuando Meryl Streep dijo, en su discurso de los Globos de Oro de 2012, que él era "Dios", aunque añadiera (y no puede ser casualidad): "El Dios castigador del Antiguo Testamento".
"El poder es perverso, sutilmente va transformando a una persona normal en un psicópata. Y cuando alguien cruza esa línea roja del “todo vale con tal de alcanzar mis objetivos", empieza a pensar que eso incluye también abusar sexualmente de sus subordinados", explica Piñuel, que publica 'Las 100 claves del mobbing. Detectar y salir del acoso en el trabajo'.
Aunque el poder no es garantía de impunidad, la realidad constata que, en el seno de las empresas, muchas veces el Código Penal "se queda en la puerta, con los abrigos y los paraguas", afirma Iñaki Piñuel. Es decir, la ley existe, el acoso es un delito tipificado, pero es muy difícil de probar porque el mundo de la empresa es cerrado y opaco. La impunidad se sustenta en la dificultad de prueba, en el silencio cómplice y en la poca credibilidad que se da a quien se atreve a contarlo.
"Los delitos de género son los únicos en los que la mujer se vuelve sospechosa y cómplice de la violencia y el agresor se convierte en víctima", señala Sonia Cruz, que asegura que todo ello hace que el hostigamiento sexual laboral sea uno de los tipos más invisibles de violencia sexual. "Los mitos de la violencia machista tienen una función crucial, ya que la niegan, la minimizan y la justifican: "No ha sido para tanto, no la ha violado"; "Ella le estuvo provocando durante meses"; "Miente para conseguir beneficio"... En esa línea y más allá van algunos comentarios publicados en estas semanas en redes sociales y foros de opinión donde se han podido leer cosas como estas: “Lo de tanto acoso sexual en Hollywood me empieza a parecer rarísimo. ¿No existirán ambiciones económicas?". "No me creo nada. La mitad de las que acusan, se dejaron acosar gustosamente a cambio de un papelito". "Esto de los abusos se ha convertido en una moda".
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El delito se sigue trivializando, en gran medida porque no tenemos claros los contornos del concepto. "Se sigue pensando que el acoso sexual es una violación, que para que exista delito tiene que suceder algo muy bestia y, lejos de tal cosa, el acoso no son solo tocamientos o actos sexuales consumados; son insinuaciones, observaciones, comentarios, gestos soeces que generan un entorno hostil y que la mujer percibe como ofensivos, degradantes o intimidatorios". En esa definición encaja, por ejemplo, el caso del ministro inglés que llevó a su secretaria (a la que llamaba sugar tits, tetas dulces) a comprar juguetes sexuales y dos vibradores "uno para mi esposa, el otro para una mujer que trabaja en mi oficina". O el de ese otro político tory que le dijo a su secretaria: "Ven y siente la longitud de mi pene". O el actor Dustin Hoffman humillando a una asistente de 17 años durante el rodaje de Muerte de un viajante, según ella misma relata: "Fui a su camerino para preguntarle qué quería desayunar; me miró, sonrió y dijo: "Tomaré un huevo muy cocido y un clítoris poco hecho". Su séquito se echó a reír. Me fui, sin palabras. Luego entré en el baño y lloré".
En la base de este tipo de comportamientos están los estereotipos atribuidos a hombres y mujeres, una identidad masculina basada en la dominación y la demostración de poder, y un mundo laboral feudalizante, donde las relaciones humanas se transforman bajo el efecto del miedo a las represalias y al paro. "¿Qué hace a un hombre actuar de forma ilegal cuando no es ilegal en otros aspectos? Pensar que está autorizado y que no suele haber consecuencias. Esto es un delito, pero dentro del espacio social está permitido. Ese hombre no piensa que está haciendo nada mal, piensa que está en posesión de un permiso patriarcal muy arraigado. La violencia sexual no debería ser un valor, pero todavía hoy presumir de que se tienen varias mujeres y de que se hace uso y abuso de ellas es un poder para demostrar y sostener su identidad masculina", explica Erick Pescador, sociólogo y sexólogo especialista en género, masculinidades y prevención de violencia.
Decía Simone de Beauvoir que lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra. Y eso precisamente es lo que este sociólogo teme que suceda. "Que esta forma de machismo oculto pero muy grave salga a la luz significa que vamos avanzando. Soy optimista porque la gente posiblemente sea cada vez más consciente. Por otro lado, también cabe el riesgo de que ocurra como con la corrupción, que a fuerza de salir casos acabamos por normalizarlos, habituarnos e insensibilizarnos. ¡Ojalá este sea lo suficientemente grave como para que tomemos conciencia de que es un problema que está en todas partes! Yo tengo mis dudas".
Y las tiene porque la memoria no le hace trampas y recuerda, por ejemplo, lo que pasó con el escándalo Clinton- Lewinsky, que acabó siendo poco más que un chascarrillo de charla de café, convirtiendo a la becaria en protagonista de chistes en todo el mundo y normalizando el comportamiento del entonces presidente norteamericano a través de bromas machistas. "Lo bueno sería que no fuera solo un escándalo mediático, sino que fuera además una forma de vigilancia y que tuviera consecuencias. Por ejemplo, cualquier empresa debería tener, dentro de su plan de igualdad, protecciones frente a los diversos tipos de abuso y violencia. Y debería, por supuesto, provocar cambios en los hombres".
Entre las muchas celebridades que han alzado la voz en estas últimas semanas, la actriz Emma Thompson apuntaba en la misma dirección que señala el experto. "Esto ha sido parte del mundo de las mujeres desde tiempos inmemoriales. Lo que necesitamos es empezar a hablar sobre la crisis de la extrema masculinidad que representa ese tipo de comportamiento, y el hecho de que no solo esté bien visto, sino que además esté representado por el hombre más poderoso del mundo en este momento", decía en alusión a Donald Trump, que fue elegido presidente un mes después de que saliera a la luz una grabación en la que alardeaba de cosas como estas: “Me atraen las mujeres bonitas. Automáticamente comienzo a besarlas, es como un imán, no puedo ni esperar"; "Cuando eres una celebridad, puedes hacer lo que quieras. Agarrarlas por el coño. Puedes hacer de todo".
¿Por qué no se levantó entonces un huracán como el que ha desatado Weinstein? Los expertos apuntan que es crucial el altavoz mediático y el estatus simbólico y real que tienen las estrellas de cine: ha hecho falta el extraordinario poder que han adquirido algunas de las mujeres que lo han acusado para salvar el desequilibrio que se establece en los casos de acoso.
En un mundo de Weinsteins y Trumps, es hora de revisar la identidad masculina, de proponer otros modelos, de romper la unión entre la masculinidad y los valores machistas que imperan en la sociedad. "Mientras no haya alternativas reales, otras formas de ser y manifestarse como hombre, lo tenemos complicado", se lamenta Pescador.
En una ocasión, cuando una periodista formuló a Harvey Weinstein una pregunta que no le gustó, tras insultarla de la manera más soez, bramó colérico que él era "el puto sheriff de esta puta ciudad sin fe ni ley". Tal vez la ley y la fe en un futuro sin Weinsteins han llegado a la ciudad.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.