Imperativo legal

Una semana más, Anne Igartiburu nos ofrece una reflexión.

Anne Igartiburu
ANNE IGARTIBURU

En este caso hablo de la forma verbal imperativa, cambiada y aceptada por los que deciden hacia dónde va nuestra lengua. Ya lo decía el lingüista Saussure –a quien estudiábamos los alumnos de Filología hace años e, imagino, que lo harán ahora–: una cosa es la lengua, otra el habla y otra el lenguaje. Y es cierto que, cuando se mezclan, se cuestionan expresiones y modos que llevan a debate. Se mezclan usos y costumbres, que tienen que ver con lo más importante de un ser humano: su forma de expresarse, comunicarse con los que le rodean.

Corren aires nuevos en la lengua castellana y ha habido un cambio importante en la forma de conjugar el modo imperativo de la tercera persona en plural del verbo ir. Sí, está en los debates de las redes, en informativos y en las charlas de sobremesa. Y no es para menos, porque, normalmente, se intentan seguir ‘a pies juntillas’ las reglas de conjugación, y más en el imperativo que, a la hora de hablar, solemos decirlo mal por las prisas o por la mala costumbre. Y es que... ¡cómo nos ponemos cuando algo nos suena raro! Yo, al menos, pregunto rápido si no lo tengo claro e intento decirlo en alto: «Llamadle... no llamarle», «decidme.. no decirme». ¡Claro! Bien, pues lo dicho: ¡hay cambios!

Ya podemos invitar a aquellos con los que tengamos confianza a que se vayan –a donde creamos oportuno– de una manera nueva o, al menos, aceptada por la RAE. Porque el modo ‘iros’, ha pasado a ser aceptado. Cierto es que, como digo, lo utilizábamos antes de que la Academia lo aceptara como correcto, aunque sabíamos que no lo era del todo. A la hora de escribir, quizá, nos dábamos cuenta de que lo decíamos mal, pero al hablar, utilizábamos ese imperativo a nuestro gusto. Y ahora hemos sabido, de manera extraoficial, de la mano de un académico y escritor como Arturo Pérez-Reverte, que los sabios de la lengua de nuestro país han decidido que la costumbre se haga norma ante la extrañeza de muchos.

"Hemos podido comprobar cómo la croqueta también y sobre todo es cocreta"

Pero es lo que tiene el uso repetido de una acepción, que cala hondo en el acervo lingüístico y puede más que cualquier regla gramatical. Hemos podido comprobar, por ejemplo, cómo la croqueta, algo tan nuestro, también y sobre todo, es cocreta. Y así un sinfín de acepciones que, poco a poco, cobran el uso evolucionado ganando el habla sobre la lengua. El uso cotidiano las convierte palabras nuevas, aceptadas y válidas sin vergüenzas ni tapujos.

¡Pero ay! ¡Con las conjugaciones hemos topado! Ahí hay quien pone el grito en el cielo, argumentando que los modos verbales no se deberían tocar. Pero parece que hay excepciones y, quién sabe si en un futuro, veremos más cambios. Así que los condicionales que corrijo –por lo mal que, a veces, conjugamos los vascos–, el laísmo que se me ha pegado en Madrid o cualquier otro modo de la lengua que cuido y utilizo ¿podrían variar por el uso? ¿Y quizá en un futuro podré decir «si tendría hambre, te pediría un bocadillo»? ¿O «la dijo que no la llamara más»? Y voy más allá, ¿ese subjuntivo que tanto cuesta a los anglosajones y tiene matices tan ricos para nuestra lengua podría con el tiempo perder su fuerza? Creo que no. Entonces, ¿cómo se sabe y decide que un tiempo verbal es sensible de ser modificado? ¿Aceptará la RAE el tan célebre «si me queréis, irse», de nuestra querida Lola Flores?

Comentarios jocosos aparte, lo cierto es que la lengua es algo serio, a la vez que vivo, y que pertenece a la identidad más esencial de cualquier pueblo. Pero también es cierto que, históricamente, ha evolucionado con el uso y que, en esa evolución, ha tendido a simplificar. Pero no por ello debería perder toda su riqueza. Veremos hacia dónde nos lleva todo esto, y mientras tanto, ‘permitíos’ la licencia de disfrutar de las expresiones cuidadas e ‘id’ tomando nota de las novedades que llegan.

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