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La madre de la novia

Una nueva reflexión de nuestra colaboradora, Anne Igartiburu.

Meghan Markle con su madre, Doria Rangland, en el día de su boda con el príncipe Harry. / gtres,

Anne Igartiburu
ANNE IGARTIBURU

Meghan Markle se ha ganado la popularidad en el Reino Unido sin hacer nada más que ser ella. Quizá porque en la corte de los Windsor lo que se ha estilado hasta ahora ha sido precisamente todo lo contrario: ocultar lo que uno verdaderamente es, como si esto fuera algo reprobable. Y digo hasta ahora, porque ha hecho falta que llegue una mujer afroamericana, actriz y divorciada, para darse cuenta de que la monarquía británica necesitaba revisar su actitud frente al resto del mundo.

Y como si de una maniobra orquestada se tratara, las tornas han cambiado de la noche a la mañana. La ahora duquesa de Sussex llega pisando tan firme que realmente no necesita reivindicar algo que ella lleva ‘por defecto’. Y nada mejor que aplicar ese paso firme, de camino al altar en solitario, bajo la atenta mirada de quien la trajo al mundo, Doria Ragland. Y por si eso fuera poco, sus últimos pasos caminando hacia el hombre al que ama y la espera para casarse los ha dado del brazo del heredero a la corona del reino más regio del mundo. Ahí queda eso. Y todo ello sin despeinarse.

El mundo giraba alrededor, mientras tomaba la mano de su príncipe

Bueno, un poco sí, al retirársele el velo, y como jugada del bello destino, para mostrar una vez más su naturalidad. Ni una pizca de maquillaje de más. Ni un abalorio excesivo ni un encaje innecesario que reclame el romanticismo de por sí omnipresente. Sonrisa, serenidad y saber estar. Y el mundo giraba alrededor, mientras tomaba la mano de su príncipe. Así ha demostrado la hija de Doria, que la educación tiene mucho que ver con la consideración y la dignidad, y que no pasa obligatoriamente por haber dormido en cuna regia.

Porque Meghan es hija de Doria, una trabajadora social que se basta y se sobra para estar en su sitio y brillar desde la sombra. Aunque la dejen sola en una catedral tan inmensa como su discreción. Allí, sola bajo su casquete, con sus rastas y su piercing, una lágrima dulce cae sobre su piel y recuerda cómo crió a esa chica que siempre quiso ser actriz. Ahora le toca hacer otro papel al que aplicará todo lo que pueda de su persona e intentará que le salga mejor que su corta carrera en Hollywood. Me alegra destacar a la madre de la novia en un enlace en el que ella era la estrella sin lugar a dudas. Doria nos ha cautivado y enamorado si se nos permite, y con permiso de la novia. Y con ella nos quedamos.

Con la madre de la novia, la que se ha retratado con sus gestos y miradas. Porque la miramos con detenimiento y aguantó el envite sin necesidad de hacer nada más. Había ido para cumplir su papel y sabiendo qué podía aportar su presencia sana al evento. Doria ha hecho que muchas madres se sientan más madres, por el ejemplo dado. Con ella y con el 'Stand By Me' del coro góspel, puro orgullo en forma de voz imponente en una capilla del siglo XV, que pocas veces se ha teñido de esos colores vocales. Y cómo no, capitulo aparte merece el obispo anglicano Michael Curry, que ha removido en sus asientos a más de uno, mientras otros sonreían divertidos al escucharlo agitar con su palabra la solemnidad de gran parte de los invitados.

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