Las lecciones de la muerte de Diana

El 31 de agosto se cumplen 19 años del trágico accidente que acabó con su vida. Una muerte que nos dejó un importante legado de enseñanzas.

Almudena Martínez-Fornés
ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS

Admirada por millones de personas, criticada por otros tantos y temida por unos pocos, lo que está claro es que la aparentemente inofensiva princesa Diana de Gales acabó convertida en un problema para la Corona británica. Y, cuando están a punto de cumplirse 19 años de su muerte –el 31 de agosto de 1997–, seguimos sacando lecciones de la experiencia de Lady Di, cuyo paso por la Casa de Windsor marcó un antes y un después, del que tomaron nota todas las familias reales europeas.

La más importante de esas lecciones fue que, en los nuevos tiempos, ningún matrimonio podría consolidarse si faltaba el amor. Tan importantes como las razones de Estado eran las del corazón.

En teoría, Diana Spencer tenía el perfil ideal como futura reina. Aunque no pertenecía a ninguna familia real, era miembro de la alta aristocracia británica y estaba acostumbrada a moverse en ambientes palatinos. Sin embargo, en cuanto el matrimonio fracasó, reaccionó como lo hubiera hecho cualquier inglesita despechada, sin ninguna distinción ni grandeza.

Intentó competir con quien era su marido, el príncipe Carlos

La segunda gran lección fue una advertencia contra el afán de protagonismo de las consortes. En lugar de seguir el ejemplo de su suegro, el príncipe de Edimburgo, que llevaba toda su vida ocupando en público un discreto segundo lugar detrás de su esposa, Isabel II, la princesa de Gales intentó competir con quien era su marido, el príncipe Carlos. Lo que debería haber sido un trabajo en equipo que realzara lo mejor de cada uno se convirtió en un peligroso pulso entre los cónyuges que sacó lo peor de ambos.

El caso Lady Di también puso de manifiesto la difícil relación de las consortes con el mundo del lujo y de la moda. Si Grace Kelly fue una actriz y modelo que terminó convertida en una princesa de verdad, Diana de Gales hizo el camino inverso. Se esperaba de ella que transmitiera principios y valores, pero lo que de verdad consiguió fue marcar tendencias. Para todas las consortes era una tentación –y lo sigue siendo– convertirse en referencias de la moda, y la princesa de Gales se entregó sin freno a los mejores estilistas y a las marcas más lujosas.

Para corregir su imagen frívola y ganarse el apoyo de las mayoritarias clases medias, la princesa de Gales puso en marcha una maquinaria de marketing que colocó el foco de la atención en la labor social que desarrollaba. Parecía que Lady Di era la primera princesa solidaria de la historia, cuando las familias reales llevaban siglos ayudando a los más desfavorecidos. Era tal la fascinación que la princesa británica provocaba que nadie advertía sus contradicciones.

La última lección llegó tras el divorcio de los príncipes Carlos y Diana de Gales, cuando se puso de manifiesto lo peligrosa que podía ser la exmujer de un futuro rey, y peor aún la madre de un heredero al trono, famosa y rica, capaz de manejar a su antojo a la prensa mundial. En ese momento se visualizó lo frágil que era la poderosa corona británica al lado de una simple mujer dolida.

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