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El cuerpo se encuentra en una encrucijada en la que convergen lo biológico, lo cultural y lo psíquico. Vivimos en un cultura que nos propone unos modelos que pueden ser difíciles de seguir y mentalmente nos sentimos mejor o peor con nuestro cuerpo según sea nuestra historia emocional.
Las mujeres a veces tratamos a nuestro cuerpo como a un extraño con el que no nos llevamos bien. Y en esa relación se puede ir desde el sometimiento absoluto a los modelos culturales, hasta el abandono total. En el primer caso, cuando las exigencias son muy altas, más que cuidarlo lo maltratamos sometiéndolo a operaciones estéticas, fármacos, dietas y tratamientos. Pero, según los expertos, si esto se hace por un rechazo al cuerpo, el malestar puede aumentar después de la transformación física. En el segundo caso, la renuncia a competir con una imagen inalcanzable hace más patente la poca estima que nos tenemos. La queja contra nuestro cuerpo es un reproche hacia cómo somos y delata que tenemos dificultades para aceptarnos. No acabamos de querernos, de quererle. ¿Por qué?
La relación con el cuerpo está mediatizada por los sentimientos que tenemos hacia nosotras mismas. Influye, pues, la distancia existente entre cómo somos y cómo nos gustaría ser. Si esa distancia es muy grande, aparece el sufrimiento. Aunque, si bien tenemos una idea propia y subjetiva de nuestra imagen corporal, en un principio esta nos vino de fuera. La primera vez que nos encontramos con nuestra imagen se remonta al segundo año de vida, cuando la niña se reconoce en el espejo.
Es un momento de júbilo, pero para que se produzca le antecede una operación de reconocimiento por parte de un adulto. Cuando este le dice: "Esa eres tú", la niña muestra alegría al verse ahí fuera, alienada, pero entera. ¿Por qué se pone contenta? Porque en esa imagen reconoce un todo corporal; recoge de un solo golpe la imagen conjunta de su cuerpo, que hasta ese momento se comunicaba con el mundo a través de una serie de percepciones y sensaciones localizadas en la piel.
Si dependes mucho de lo que digan los otros de ti, es probable que esperes su aprobación, como cuando esperabas la de tus padres siendo niña. Revisa las formas que tenían de referirse a tu cuerpo y si te molestan... cámbialas.
La sobrevaloración del aspecto físico conduce a ver el cuerpo como un enemigo y esconde inseguridad y falta de autoestima. La mayoría intenta paliarlo en lo externo, pero no hay vestido que tape un vacío interno.
Si mejoras lo que esté a tu alcance y sacas partido a tus atractivos, tu propio cuerpo se portará bien contigo.
La primera vez que unifica su imagen, la niña delimita su yo, es decir, separa su persona de lo que no es ella y comienza a diferenciarse de ese mundo en el que se hallaba inmersa sin límite alguno. Ese yo del que nos creemos propietarias se conforma, pues, en una imagen externa por medio de unas palabras de otros (los padres), que al nombrar sus partes y al alabar algunas zonas de su cuerpo, estaban preparando el momento en que la niña llegaría a reconocerse.
Nos liberamos de esa dependencia respecto a la mirada del otro a medida que vamos ganando en autonomía y perfilando nuestros deseos. Pero a veces no aprendemos a mirarnos de otra forma a como creímos que nos miraban. Si no nos miraron con afecto, no podremos organizar de manera adecuada nuestro cuerpo ni la imagen que deseamos tener de él. Lo aceptamos cuando hemos podido organizar una biografía afectiva que no niega las imperfecciones y no teme a quedarse sin el amor del otro; también cuando nos hemos encontrado con alguien que, reeditando las sensualidades infantiles, despierta nuestro cuerpo al placer.
Recoge todas las experiencias que se han mantenido con otro y que han sido vividas a través de sensaciones que han excitado partes de nuestro cuerpo, incluso antes de tener conciencia.
Esta imagen contiene las sensaciones más primitivas, pero al mismo tiempo establece una relación dinámica con nuestro yo actual.
La relación emocional con los padres constituye esta imagen; si ellos describen a su hija la realidad, la aceptan como es y no se angustian ante sus dificultades, esta imagen será una base firme.
Pero nos aceptamos, sobre todo, cuando nos preguntamos cómo nos queremos ver y no cómo creemos que nos ven. Todas sabemos que lo que más embellece es sentirse bien con una misma y conectada con los deseos propios, porque esto produce un acuerdo entre el cuerpo biológico y el psíquico. Cuidarlo y llevarse bien con él significa haber alcanzado acuerdos importantes con nosotras mismas. Eso incluye saber escuchar sus necesidades y cambios, algo que ocurre constantemente.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.