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Estamos en Manhattan, durante la cumbre anual de jefes de Estado que celebra Naciones Unidas, y todo es un enjambre de presidentes, primeros ministros y sus séquitos. Es un ambiente que le resulta sumamente familiar a Graça Machel, y no solamente porque sea la viuda de Nelson Mandela, sino porque es la única persona en la historia que ha contraído matrimonio con dos jefes de Estado de dos repúblicas diferentes. Sin embargo, es una descripción que no le complace en absoluto: "Yo no me casé con dos jefes de Estado. Me casé con dos seres humanos excepcionales", me corrige.
Su primer marido fue el mozambiqueño Samora Machel, el responsable de conducir a su país hacia la independencia, que acabó perdiendo la vida en un misterioso accidente en 1986. Dejó a su viuda con dos niños pequeños y sumida en tal depresión que, durante un lustro, apenas pudo hablar. Años más tarde, cuando ella se labraba una nueva vida participando activamente en campañas a favor de los niños atrapados en conflictos bélicos, encontró de nuevo el amor de forma inesperada. Y lo hizo en la figura de Nelson Mandela, el gran líder del anti-apartheid y primer presidente negro de Sudáfrica, que, según confesó, "reverdeció como una flor" gracias a ella.
Machel es reservada en lo que toca a sus sentimientos. "Conocí a Madiba y conviví con él durante sus mejores años", comenta con una sonrisa, mientras emplea el nombre cariñoso con el que muchos sudafricanos siguen llamando a Mandela. "Entonces había conseguido ya tantas cosas que no necesitaba demostrarle nada a nadie, ni siquiera a sí mismo, o a mí. La gente dice que me casé con un jefe de Estado. Pero no, me casé con Nelson Mandela. Es decir, me casé con un hombre como otro cualquiera".
Pero Mandela no fue un hombre cualquiera. Su viuda ha de asumir ahora su condición de albacea de su legado, una tarea nada fácil, teniendo en cuenta que todo el mundo cree que conoce bien la figura del mandatario. El reto es aún mayor cuando el país atraviesa un momento caótico, con la elección hace unas semanas de un nuevo presidente (el quinto desde Mandela), después de que su antecesor se viera obligado a dimitir por escándalos relacionados con la corrupción. Esta situación ha puesto en jaque la idea que tenía el Nobel de la Paz de conseguir una Sudáfrica libre, próspera y sin conflictos raciales. Y, además, la familia de Madiba sigue enzarzada en continuas disputas por la herencia del líder. Tanto, que su viuda se ha visto obligada a abandonar la casa que compartieron en Johannesburgo.
Graça Machel, que acaba de cumplir 72 años, no es nada fácil de entrevistar y es más que reacia a verse reducida a compañera de uno de los personajes más importantes de la historia del siglo XX. En los últimos meses se ha dedicado a supervisar las últimas pruebas del libro de memorias en las que el político relató las elecciones sudafricanas de 1994 (las primeras celebradas en su país sin discriminación de raza), sus años como presidente y el desafío de desmantelar cinco décadas de apartheid. "Quería revisarlas, como hizo con sus primeras memorias, El largo camino hacia la libertad, pero aquello lo pudo hacer porque estaba en la cárcel. Allí, en lugar de dormir, pasaba las noches escribiendo". Con el segundo volumen, sin embargo, "estaba muy ocupado siendo jefe de Estado".
Machel se echa a reír cuando le pregunto si Mandela usaba un ordenador. "¡No! -dice asombrada-. No tenía ni idea de informática. Lo escribía todo a mano". Llevaba escritas unas 70.000 palabras cuando una neumonía le causó la muerte en diciembre de 2013. "Era muy meticuloso a la hora de tomar notas y de llevar su diario personal -comenta-. Tuve que contactar con sus asesores, porque ellos sabían de primera mano qué decisiones tomó en su día y por qué". El resultado es El color de la libertad: los años presidenciales (Aguilar), un verdadero manual sobre la reconciliación, en el que se detallan todos sus esfuerzos por lograr que aquellos que habían sido enemigos acérrimos trabajaran codo con codo en el mismo Gobierno.
Desde sus orígenes en una familia campesina hasta convertirse en la primera mujer africana que recibió la gran cruz de la Orden del Imperio Británico -es muy probable que sea la única de todas las damas del Imperio capaz de amartillar un AK-47-, la vida de Graça Simbine ha sido un viaje extraordinario.
Hija de una madre viuda, nació en la costa de Mozambique cuando era colonia portuguesa. Graça obtuvo una beca para estudiar en la escuela secundaria de Maputo: era la única chica negra de su clase. Tras ampliar sus estudios de idiomas en Lisboa, se unió al Frente de Liberación de Mozambique y tomó las armas como guerrillera. Allí conoció al carismático líder del movimiento, Samora Machel, y ambos se convirtieron en amantes durante las guerras revolucionarias.
Cuando Mozambique obtuvo su independencia, en 1975, Samora se convirtió en presidente y ella ocupó el Ministerio de Educación y Cultura. La pareja se casó dos meses después. Cuando Machel murió, Mandela le escribió a Graça desde la cárcel: "Su muerte no hará más que fortalecer tu resolución y la nuestra para lograr algún día la plena libertad. Nuestras luchas siempre han estado muy emparentadas y juntos alcanzaremos la victoria". Ella le respondió: "Desde tu enorme prisión, me has traído un rayo de luz en mi hora más oscura".
Aquellas fueron palabras proféticas. Tras ser liberado de la cárcel, en 1990, Mandela visitó Maputo y apadrinó a los hijos de Machel, que siempre ha respondido con evasivas a la hora de poner fecha al momento en que empezaron su relación, tal vez porque por él aún estaba casado con su segunda esposa, Winnie.
En una ocasión, Graça me comentó que, para ella, no había sido un amor a primera vista; más bien, se trató de "algo más profundo, como una campana que repica desde el interior". Según otros testimonios, fue Mandela quien no dejó de llamarla día y noche, como un adolescente. Machel se convirtió en la tercera señora Mandela en 1998, durante una ceremonia privada en la casa del mandatario que coincidió con su 80º cumpleaños. Fue un acto tan discreto que ni siquiera su portavoz estaba al tanto. Sin embargo, la fiesta de cumpleaños fue todo menos discreta. Asistieron unos 2.000 invitados, entre los que estaban Michael Jackson o Stevie Wonder, y el arzobispo Desmond Tutu fue el encargado de oficiar el sermón.
Machel cree que ella fue la más afortunada de las tres esposas de Mandela [la primera fue Evelyn Ntoko Mase, con quien el líder sudafricano estuvo entre 1944 y 1958]. "Cuando aún son jóvenes, el esposo y la esposa tienen que construir sus propios cimientos en la relación -explica-. Pero nosotros nos conocimos cuando Madiba tenía setenta y tantos y yo cincuenta y pico. Fue una relación de dos personas muy maduras, que sabían perfectamente lo que querían en la vida. Llega un momento en que una quiere compartir mucho más que la mera lucha por encontrar un espacio como pareja; una quiere disfrutar de la compañía y del entendimiento mutuo. Por eso fue la mejor de las épocas. Las otras esposas lo conocieron cuando estaba muy ocupado con su lucha y no paraba en casa, pero eso no fue lo que yo viví. Tenía todo el tiempo del mundo para mí y tuvimos el placer de visitar los lugares que nos apetecía y de hacer todo aquello que queríamos hacer".
Puesto que Nelson Mandela suele ser visto casi como un santo, le pregunto si había cosas de él que le resultasen particularmente irritantes. "Tenía sus puntos débiles, como todo el mundo -reconoce-. Pero, por fortuna, con la familia y los amigos siempre se mostraba como un hombre sencillo, humilde y cercano, de modo que no teníamos que gestionar una brecha entre su imagen pública y la realidad".
Nelson Mandela siempre atrajo a su círculo a celebridades, desde miembros de la realeza hasta estrellas de Hollywood. Una de sus preferidas era la reina de Inglaterra, a quien él llamaba por su nombre de pila, Isabel. Cuando Machel se lo afeó, Mandela replicó: "Bueno, es que ella me llama a mí Nelson".
Cuando me intereso por los últimos años del Nobel de la Paz, Graça niega con la cabeza. "Creo que aún no estoy lista para hablar de eso -se disculpa-. Han pasado casi cinco años, pero sigue siendo muy doloroso". Es tan reservada que su única apostilla en el prólogo a El color de la libertad habla sobre la exasperante rutina diaria de Mandela a la hora de levantarse, vestirse y hacer algo de ejercicio, además de, por supuesto,doblar su pijama y hacerse la cama, algo que irritaba al personal que trabajaba en su casa.
"Era extremadamente disciplinado, y creo que la cárcel no hizo más que aumentar esa tendencia suya. Formaba parte de ese entrenamiento que él se imponía para adquirir la fuerza moral que le permitiese enfrentarse al enemigo. Por eso, se entregó a la lectura como una fiera enjaulada cuando le permitieron tener libros y se cultivó todo lo que pudo para no caer en la trampa de encontrarse sin argumentos. Cuando salió de la cárcel, una cosa que sorprendió a mucha gente fue hasta qué punto estaba al tanto de los acontecimientos que sucedían en el mundo en el orden político y económico, como si no hubiera estado ausente".
El suyo fue un Gobierno de unidad nacional. No solo convenció al antiguo mandatario sudafricano Frederik Willem de Klerk para que asumiera la vicepresidencia, sino que también logró que miembros del Congreso Nacional Africano (ANC), que llevaban toda la vida luchando por sus libertades, compartieran gabinete con políticos blancos que habían sido hasta entonces sus carceleros, además de con figuras del Partido de la Libertad Inkatha (IFP), del jefe nacionalista zulú Buthelezi, que había fomentando la acción violenta entre los propios negros.
"Madiba quería involucrarlos a todos, hasta el punto de que fueran capaces de decir: "Este nuevo amanecer de Sudáfrica también me pertenece a mí y soy tan responsable como cualquier otro de que se corone con éxito -reflexiona Machel-. Es evidente que no todos estaban de acuerdo. Hubo momentos de tensión y hasta asesinatos, pero lo que nadie discutía era su autoridad moral. Incluso cuando no lograban acercar posturas, todos sabían que él era la mejor persona para ese puesto, la única capaz de aunar todos los esfuerzos".
Le pregunto cómo estaría viviendo su esposo la actual situación del país, cuyo anterior presidente, Jacob Zuma coincidió con Mandela en prisión. Zuma dejó el cargo en diciembre de 2017 envuelto en varios escándalos de corrupción, entre ellos, utilizar unos 12 millones de euros de dinero público para las obras de ampliación de su casa, que incluyeron la construcción de un anfiteatro y de una piscina (necesaria, a su juicio, porque servía como "cortafuegos"), pero también fue acusado de amiguismo y de la mala gestión que ha sumido al país en una de sus peores crisis.
Seguro que Mandela estaría hoy consternado por la actuación de Jacob Zuma, ¿no le parece?, pregunto a su viuda. "No creo que nadie sea capaz de responder a esa cuestión -responde Machel-. Tras dejar la Presidencia, Madiba tomó la decisión de no interferir en asuntos de Estado y fue muy escrupuloso a la hora de cumplirla. Veía las noticias y, si había algo que le preocupase particularmente, acababa encontrando una forma muy discreta de abordar el problema con los líderes políticos en cuestión". En los últimos años, Graça hizo además de parapeto para que a su marido no le llegaran informaciones que pudieran perturbarlo. "Estaba viejo y cansado, y yo no quería que sufriera. No había nada que él pudiera hacer -confiesa-. Por eso, cuando aparecía algo que le iba a molestar, siempre encontrábamos la manera de evitar que leyese el periódico o que viese las noticias de televisión". A veces, incluso, se trataba de informaciones sobre su propia familia. "Por eso cuando saltaron los problemas, decidimos resolverlos dejándolo a él al margen", reconoce su viuda.
Una de las tragedias de sus últimos años fue, precisamente, la disputa familiar sobre temas económicos y sobre quién debería reemplazarle como jefe del clan. Estando gravemente enfermo en el hospital, su hija mayor denunció al mayor de los nietos por haber exhumado en secreto los cuerpos de tres hijos de Mandela del panteón familiar.
Machel señala que los 27 años que Nelson pasó en la cárcel acabaron haciendo mella en todo el clan: "Cuando entró en prisión, sus hijos eran pequeños y crecieron sin él. Luego, cuando salió, todos eran adultos y habían formado sus familias. Él quiso ejercer su autoridad, pero eso ya no era posible".
No quiere entrar en polémicas sobre los rumores que apuntan a una pelea con Winnie, su anterior mujer -quien se refirió a Graça como "la concubina"-, ni de cómo el resto de la familia le hizo el vacío tras la muerte de Madiba. Sin embargo, el verano pasado, cuando el médico Vejay Ramlakan escribió un libro en el que daba detalles sobre los últimos momentos del líder y especificaba que solo Winnie estuvo a su lado junto a la cama al final, Machel amenazó con ponerlo en manos de sus abogados. Poco después, la editorial anunció que "retiraba inmediatamente" el libro por respeto a la familia.
Proteger el legado de su marido no es el único desafío al que Machel ha tenido que enfrentarse desde su fallecimiento. Hace dos años recibió la noticia de que su única hija, Josina, estaba en el hospital tras haber recibido una brutal paliza de su novio que, entre otras cosas, le había reventado un ojo. Tras un sinfín de operaciones, no pudieron salvar la vista de ese ojo, y Graça apoyó a su hija en una batalla legal contra Rufino Licuco, el hombre de negocios mozambiqueño que la maltrató. En febrero, él fue sentenciado a tres años de prisión y a pagar una indemnización de dos millones de euros. Pero, al ser su primer delito, la sentencia quedó en suspenso durante cinco años.
Graça Machel está decidida a consagrar sus próximos años a la defensa de los derechos de la mujer. La antigua guerrillera está embarcada en otra lucha de liberación. "África necesita abrirse a una nueva era emancipatoria, una era que pasa por dotar de poder económico a las mujeres", sostiene convencida.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.