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Christine Keeler, "Mi madre fue violada a punta de cuchillo"

Sexo, política y espionaje. Con 22 años, su nombre quedó unido a uno de los mayores escándalos que ha vivido la sociedad británica, el caso Profumo. Hoy, cuatro después de la muerte de Keeler, su hijo cree que es hora de restituir su reputación y reconocer el castigo que todo el país causó a una mujer que creyó merecerlo.

En marzo de 1963 John Profumo compareció en el Parlamento y negó cualquier relación impropia con Christine Keeler. Tres meses después fue forzado a dimitir cuando salieron a la luz detalles de la relación. Getty images
Christine Keeler, "Mi madre fue violada a punta de cuchillo"
Margarette Driscoll

Sin duda, la imagen más famosa de Christine Keeler es el retrato para el que posó en 1963, en el apogeo del Caso Profumo. Sentada a horcajadas en una silla del club Establishment, que el cómico Peter Cook poseía en el Soho londinense, aparentemente desnuda, miraba a cámara con seguridad. Tenía solo 22 años y su nombre ya era sinónimo de escándalo. Esa foto en blanco y negro la perseguiría el resto de su vida. Como intuyéndolo, el día que salió de la cárcel, soleado y caluroso, se hizo otra foto, sonriendo y tumbaba en un campo rodeado de margaritas.

Fue la que le acompañó en sus mudanzas. Keeler había irrumpido en la escena nocturna de Londres a principios de los swinging sixties con intención de ser modelo y bajo el ala de Stephen Ward, un osteópata cuya clientela incluía nombres famosos de la aristocracia, la política y el espectáculo. Ward se servía de un círculo de chicas guapas para entretener a sus influyentes amigos. A través de Ward, Christine conoció a John Profumo, ministro de Defensa del Reino Unido y a Eugene Ivanov, agregado naval en la Embajada de la URSS en Londres. Al descubrirse que mantenía relaciones con ambos de forma simultánea, se la presentó como una prostituta. Pero, en realidad, ella fue una víctima.

Lo dice uno de sus dos hijos vivos, Seymour Platt. Según él, no solo estaba siendo utilizada por hombres poderosos; al mismo tiempo, sufría el acoso de Lucky Gordon, un músico de jazz que estaba obsesionado con ella y que llegó a agredirla y violarla. Pero cuando ella se lo dijo a Ward y a la policía, añade su hijo, nadie la tomó en serio. Gordon fue procesado por lesiones físicas pero, en su declaración, Christine ocultó información sobre dos testigos que presenciaron el ataque, algo que posteriormente salió a la luz. Finalmente, su agresor quedó en libertad y a ella se la declaró culpable de perjurio.

El hijo de Christine cree que ha llegado el momento de revisar la historia de su madre. Ella sabía que todo el país la odiaba. Vio cómo destruyeron su reputación en la prensa e, incluso, en el Parlamento; y se declaró culpable de perjurio porque sabía que nunca tendría un juicio justo, sostiene Platt. Él tiene la intención de pedir ahora un indulto para su madre y ha designado a Felicity Gerry, una renombrada defensora de los derechos de la mujer, para encargarse de esa solicitud póstuma.

No toda mentira es perjurio, añade. Puede deberse a la coerción, el miedo o la necesidad de retener un ápice de dignidad. Hay muchas razones que explicarían que una víctima de violencia no diga la verdad. Seymour Platt, de 49 años, ha mantenido una vida discreta hasta ahora. Analista de negocios, vive en Longford, Irlanda, con su esposa Lorraine y su hija Daisy, de 12 años. Si sale ahora a la palestra es por una última voluntad que su madre, fallecida en 2017, expresó en su testamento. Al principio no estaba seguro pero, con el auge del movimiento #MeToo, ha comprendido que incluso las mujeres con éxito y fama eran menospreciadas y desacreditadas cuando denunciaban abusos.

Christine Keeler, Penelope Tree y Marianne Faithfull con el fotógrafo David Bailey, en 1969. getty images

Me encantaría que ella hubiera tenido un final feliz, pero su vida siempre fue dura. No pude protegerla de lo que le sucedió en vida, pero me enorgullece pensar que ahora sí puedo hacerlo. Cuando Christine se cruzó con Lucky Gordon en 1961, llevaba tres meses viéndose con el ministro John Profumo, a quien había conocido ese verano en la casa de campo de lord Astor, en Berkshire. Su hijo asegura que, dos años después, cuando se sentó en el banquillo de los acusados se encontraba rota. Primero, por el escándalo que se produjo cuando se reveló su intimidad, pero sobre todo porque había sido acosada por Gordon y se sentía desprotegida. Ella y su acosador habían visto por primera vez en El Rio Café, en el barrio de Notting Hill. Gordon pidió a Keeler una cita e insistió por teléfono hasta que, finalmente, ella accedió.

Él le dijo que tenía algunas joyas robadas que quería mostrarle en su piso. Cuando llegaron allí, sacó un cuchillo, la obligó a desnudarse y la violó, mientras le apretaba la hoja del arma contra la garganta, según asegura Platt. La dejó ir 24 horas más tarde, después de que ella lo convenciera de que el osteópata Stephen Ward la echaría de menos. Cuando le contó a Ward lo sucedido, este la reprendió; ir a ese piso, le dijo, había sido una idiotez. Ella no denunció la violación a la policía. Platt comenta que Gordon se obsesionó con su madre y que ella vivía con miedo. No sabía si era mejor rechazarlo o, por el contrario, ser amable con él y tratar de persuadirlo para que la dejara en paz.

Al año siguiente, él la atacó de nuevo tras irrumpir en casa de Ward, donde Christine estaba viviendo temporalmente. Furioso por la intrusión, el osteópata llamó a la policía. Los agentes sermonearon a mi madre y le advirtieron de que no se pusiera de nuevo en una situación así lamenta Platt. Es el típico tratamiento que reciben las mujeres, incluso hoy, cuando se las ha etiquetado de cierta manera. Pero su persecución no acabó ahí. Una noche de abril de 1963, cuando ella se dirigía a un club nocturno con unos amigos, Gordon la abordó y, tras iniciar una discusión, la golpeó con tanta fuerza que la tiró al suelo. La siguió y continuó golpeándola. Al llegar a casa, ella llamó a la policía. Pero, según Platt, los dos hombres que estaban presentes amigos de la compañera de piso de Keeler, a quien acababa de conocer, le rogaron que no les mencionase ante la policía.

Por eso, en su declaración posterior, dijo que no había habido testigos. Fue acusada de perjurio e intento de pervertir el curso de la justicia. Se declaró culpable del primer cargo, pero nunca retiró su acusación de agresión. Gordon, que había sido condenado a tres años de cárcel, quedó en libertad un mes después. Christine, sin embargo, cumplió seis meses de condena. ¿Es eso justo?, se pregunta su hijo. El abogado de Keeler, el fallecido Jeremy Hutchinson, dijo entonces que, durante el juicio, su voz sonaba sin emoción, cansada y derrotada. Platt sostiene que su madre estaba deprimida y traumatizada. Su amigo Stephen Ward se había suicidado y ella estaba siendo acosada por los paparazzi. Algunos años más tarde, le dijo a su hijo que ir a la prisión de Holloway había sido un alivio: Para ella fue un escape.

Después del año que había tenido, le permitió alejarse de todo y sentirse a salvo. Estoy cada vez más convencido de que el sistema la defraudó. Platt no olvida que la condena también fue social y política. Existía un deseo colectivo de castigar a Christine y de que el establishment la pusiera en su sitio. Lo más triste de esto es que ella estuvo de acuerdo: asumió que merecía ir a la cárcel porque le habían dicho demasiadas veces que era una mala persona. Lo que le sucedió en 1963 le causó una herida profunda y fue incapaz de curarla durante el resto de su vida. En sus memorias, publicadas en 2002, Keeler escribió que su padrastro había abusado sexualmente de ella cuando tenía 12 años, y le había pedido que se escapara con él. Me contó que, cuando estaba en el baño, él insistía en entrar y lavarle el pechoexplica su hijo.

Ella solía dormir con un cuchillo debajo de la almohada. Cuando yo era pequeño, no tenía novios y me decía: No hay hombres en mi vida, Seymour, porque no quiero que nadie te joda. Con solo 16 años, Keeler había dado a luz a un bebé, Peter, que murió a los seis días. Unos meses más tarde se mudó a Londres y trabajó como camarera antes de entrar como bailarina en el club nocturno Murrays y hacer algún trabajo ocasional como modelo. La artista Caroline Coon la conoció y dijo más tarde de ella: Christine era la mujer más hermosa que yo había visto en mi vida, te dejaba sin aliento. Todos los hombres que la conocían la querían; y los que no podían tenerla, la castigaban. Poco después de salir de la cárcel, se casó con James Levermore y en 1966 tuvieron un hijo, James, que fue criado por la madre de Keeler.Creo que eso fue lo que más lamentó, no llegar a tener una verdadera relación con su hijo, opina Seymour, que nació cinco años después. Su padre, el empresario Anthony Platt, los abandonó y apenas se interesó por él. A su hermanastro James, comenta, no lo ha visto desde hace más de tres décadas. En aquella época, su madre se hacía llamar Christine Sloane, un apellido que había elegido mientras paseaba por Sloane Square, en el barrio de Chelsea.

De Christine Keeler hablaba como si fuera otra persona y de forma despectiva. ¿A quién podría gustarle esa mujer? solía decir. Era una inmoral. Seymour recuerda a su madre como una mujer complicada, a veces muy divertida, rápida al volante y terrible en la cocina. Por mucho que lo intentó, nunca pudo tomar las riendas de su vida; tener antecedentes penales se lo puso muy difícil a la hora de encontrar trabajo. Solía decir que, si la cogían en una tienda, la gente entraría y le insultaría. Las relaciones le resultaban difíciles añade su hijo. Atravesaba períodos de depresión, aunque yo siempre me sentí querido. Me dijo que cuando nací, nada más mirarme a los ojos, se enamoró de mí. Salían adelante gracias a las ayudas sociales y Keeler ganaba dinero como podía, concediendo entrevistas o explotando su escandaloso pasado en la columna de consejos a los lectores que, durante un breve periodo, escribió para una revista pornográfica.

Aloysius Lucky Gordon, en 1963, llegando al juicio donde se le condenó por agresión violenta. Getty Images

Era muy orgullosa y nunca aceptó todas las prestaciones a las que tenía derecho. En los años 70 estuvimos viviendo de la ayuda por hijo a su cargo, 11 libras a la semana. No fue hasta 1989, al estrenarse la película Escándalobasada en el libro de Keeler, cuando Platt descubrió la fama de su madre.Ella la detestaba, dice Platt, aunque acudió a su preestreno, todo un evento.Bob Geldof y [la presentadora de televisión] Paula Yates se sentaron junto a mi madre. Yo tropecé en unas escaleras y, cuando levanté la vista, ahí estaba Phil Collins. Tampoco eso sirvió para que ella pasase página. Pensaba que iban a traicionarla reconoce su hijo. La paranoia tiene estas cosas. Sospechaba incluso de mí. ¿Por qué preguntas? ¿Es que quieres escribir un libro?Cuando nació Daisy, la hija de Platt, Christine cortó el contacto. Mi madre quiso protegerla, así que puso tierra de por medio. Recuperó el contacto cuando enfermó.

Hasta entonces, Daisy no vio a su abuela, aunque luego se conocieron y hablaron por teléfono. En sus últimos años, Keeler contrajo una enfermedad respiratoria. Cuando le dio a Platt una copia de su testamento, él lo guardó en una caja. Añadió un fajo de recortes de prensa y el rosario de su madre, cuando ella murió a los 75 años. Se hizo público el testamento y, con él, la petición a su hijo que dijera la verdad sobre ella. Un periodista me preguntó: ¿Y cuál es? Yo contesté: No lo sé. Al final, comprendió que su madre esperaba que él contara al mundo lo mal que la habían tratado. Necesito solucionarlo por mi madre y por la historia, porque la gente sigue sin entender que a las mujeres todavía se las culpa y no se las cree. También sería una satisfacción para su hijo, el único hombre en la vida de Keeler que no dudó de ella.

HORÓSCOPO

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Sagitario

Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.