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Hay momentos en la vida de un artista que marcan un antes y un después. En el caso de Adele fue cuando interpretó Someone like you, en los premios Brit de 2011. Se convirtió en uno de los mayores virales de Youtube, antes incluso de que tal cosa existiera. Su actuación dejó mudo a todo un estadio, el O2 Arena de Londres. Tras cinco minutos en los que nadie pudo apenas respirar, se giró, miró a su pianista con cara de extrañeza, se mordió una uña, temblorosa, y trató de sonreír a la audiencia. Acababa de cambiar las normas del juego en un mundo en el que el artificio había tomado el pop. Y lo había hecho lanzando una sencilla canción de desamor que ascendería al número 1 de las listas instantáneamente y la llevaría a vender 30 millones de unidades de 21, aún el álbum de estudio más vendido del siglo XXI.
Desde entonces, todos asocian a Adele con ese tipo de canción de amor desgarrada y con la potencia de su voz. Menos crédito recibe como autora y como música –pocos repararon en que es ella quien toca la batería en Hello y la guitarra en Send my love– y como personaje. Sí, es una excelente intérprete de baladas épicas, pero también cuesta pensar en una cantante actual más divertida y espontánea dentro y fuera del escenario.
Recelosa de su vida privada y entregada a su hijo Angelo, de nueve años, Adele ha compartido tan pocas publicaciones en Instagram que cada una de las nuevas instantáneas ha sido un acontecimiento. Podía ser una foto en que lucía un look jamaicano que ya quisiera Rihanna, convertida en meme, o bien lo que se ha dado en llamar «la sorprendente nueva imagen». Su pérdida de peso se ha cuestionado tanto, como antes se la criticó por «estar un poquito gorda», en palabras del mismo Karl Lagerfeld. La periodista Poppy Noor defendió en una columna en The Guardian que prefería celebrar otras facetas de Adele antes que la de su imagen, como «el sentido del humor con que se había tomado su divorcio» o cómo era capaz de hacer un disco entero sobre un ex sin lanzarle a los leones. «¡No soy la maldita Taylor Swift!», bromeó Adele, que no podía imaginar que Taylor se convertiría en la cantante favorita de su hijo.
Su faceta cómica, como sucede con su admirada Céline Dion –de quien conserva un chicle masticado en una vitrina–, permanece algo subrepticia. Cuando se sube a un escenario, se pone tan nerviosa que no puede evitar decir una palabrota detrás de otra, requiriendo de la censura de toda retransmisión de la BBC. Ha tenido algún problema en la televisión norteamericana por hacer la peineta. Nunca ha dejado de ser una chica de barrio, ni cuando ha estado rodeada de estrellas de Hollywood. Cuando recibió el Globo de Oro a la Mejor Canción por Skyfall, dijo en su discurso: «La verdad es que he venido por salir una noche con mi amiga Ida. Las dos acabamos de ser madres y nos estamos meando encima de la risa».
Y cuando ha recordado su icónica actuación de Someone like you, ha sido aun más escatológica: «Me pusieron entre Take That y Rihanna. Todo lo que me pasaba por la cabeza aquel día fue que aquello iba a ser un desastre. Me cagué encima». Hija única de padres divorciados cuando era muy pequeña, Adele nació cuando su madre tenía tan solo 19 años. La relación con su padre fue muy difícil, si bien ha podido reconciliarse con él antes de que falleciera esta primavera, a consecuencia de un cáncer. La música fue siempre su pasión: acudía cada sábado a conciertos de pop y se dedicaba el domingo a escuchar el top 40 de la radio británica. Intérpretes tan dispares como las Spice Girls y Jeff Buckley estuvieron en su radar antes de pasar una etapa rockera, con grupos como Slipknot, y de enviar una carta de amor al rapero Mike Skinner, de The Streets. Sabe Dios cuánto podría valer tal documento si algún día aparece. También fingió una lesión en un ojo para poder ponerse un parche como el de Gabrielle cuando iba al instituto. Aunque su vida dio un vuelco cuando se compró un disco de Etta James para enseñarle a su peluquera el peinado que quería imitar.
Ese acercamiento al soul que compartía con cantantes de su generación como Lily Allen y Amy Winehouse, cuya muerte le afectó profundamente por su propia adicción al alcohol («Todos los lunes por la mañana estoy de resaca», ha dicho recientemente), nunca le hizo perder de vista el contacto con la actualidad, siempre abierta a otras cosas. Cuando ganó el Grammy al Mejor Álbum del Año por segunda vez consecutiva por 25, sintió que era Beyoncé quien lo merecía por Lemonade. Era el disco que gustaba en su grupo de amigas y así se lo hizo saber delante de todo el mundo. «La gente de arriba de la Academia no entiende lo que es un álbum visual», comentó a Beyoncé cuando se reunieron sin cámaras delante.
Adele lo ha pasado mal y sus discos dan testimonio de ello. La ruptura que inspiró 21 la sumergió en el lodo, hasta el punto de que tuvo que volver a vivir con su madre. Una operación tras una hemorragia en las cuerdas vocales la dejó fuera de juego durante una temporada. Incluso ya recuperada, unos años después, tuvo que suspender dos conciertos en el Wembley Stadium de Londres por nuevos problemas en su voz, decepcionando a las 200.000 personas que la esperaban. Tener colon irritable no ayudó mucho, ni el consumo de teína, alcohol y tabaco.
El magnate Rick Rubin le hizo tirar la mitad de las maquetas de 25 a la basura porque no eran lo suficientemente buenas y la presión para dar continuidad a sus dos primeros álbumes era insoportable. Dijo que no realizaría más giras, completamente exhausta, y ahora lidia con la frustración que supone explicarle a un hijo de nueve años por qué se ha divorciado de su padre y por qué tiene que volver a ser una superestrella en la industria musical tras un retiro de seis. La terapia, de la que habla sin tapujos, y sus jornadas en el gimnasio para calmar la ansiedad –no para perder peso, asegura–, le han ayudado a mantenerse en buena forma. También ha elevado las defensas: vive en Beverly Hills para no aguantar la presión de los tabloides británicos.
Quizá por todo eso, 30 se presenta como un álbum diferente. La balada Easy on me contiene toda la calma y la sabiduría que da el paso de los años. En su videoclip, de nuevo dirigido por el cineasta de culto Xavier Dolan, que ya se encargó de Hello, quita hierro al drama. Ahora Adele habla de influencias más funky, a lo Marvin Gaye –cuyos discos eran en gran medida puro sexo–, y de canciones que buscan respuestas, no solo culpando a los demás como en las tradicionales canciones románticas.
Ya se sabe que su cuarto disco será un gran éxito, quizá el mayor de 2021. Puede ser una cantante capaz de hacer llorar con una canción e inmediatamente después hacerte llorar de risa con un chiste. Puede presumir de Armani en una gala y, a la vez, parecer el personaje más descontrolado de La boda de mi mejor amiga. Puede comprar una mansión para su ex marido en el vecindario solo para que permanezca cerca de su hijo y a la vez contentarse con un vino rosado asequible –Whispering Angel, uno de sus favoritos, cuesta 20 dólares la botella, calderilla para alguien cuya fortuna se estima en millones de dólares–. Solía ser descrita como una cantautora que salía al escenario con una guitarra en una mano y una pinta de cerveza en la otra cuando empezó a tocar en pequeños locales de Londres, como Madame JoJo's. Hoy sigue siendo la misma.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.