Estreno el 5 de septiembre

Carla Simón rompe el tabú de las drogas y el sida en Romería, su nueva película: «La memoria también se puede inventar»

Después de fascinar con sus dos primeras películas, la directora cierra su trilogía autobiográfica con Romería. Entrevistamos a la cineasta más brillante de su generación.

La directora Carla Simón en la playa de El Masnou, con blusa y pantalón de KM by LANGE, sandalias de ABOUT ARIANNE y pendientes de MÖULE.. Fotografía: Vicens Giménez
Carla Simón rompe el tabú de las drogas y el sida en Romería, su nueva película: «La memoria también se puede inventar»
Begoña Donat

Carla Simón (Barcelona, 1986) revisa en su móvil cuántas directoras suma el chat donde se concentra el grueso de la nueva savia femenina del cine español: «Somos muchísimas ya. Exactamente, 130». En el grupo de WhatsApp al que se refiere dialogan realizadoras como Carlota Pereda y Estibaliz Urresola en una conversación ininterrumpida donde sus integrantes vuelcan sus dudas y se tienden la mano. Entre ellas no hay competencia, sino acompañamiento. Simón ha liderado, sin proponérselo, un cambio de rumbo en la industria.

Con su ópera prima, Estiu 1993 (2017), inauguraba una serie de siete premios Goya a mujeres en el apartado de Mejor Dirección Novel. Esta punta de lanza se volvió pica internacional con el Oso de Oro en Berlín a su segunda película, Alcarràs (2022), lo que la convirtió en la primera directora española en coronarse en ese festival. A aquel hito le seguiría un cortometraje, Carta a mi madre para mi hijo (2022), que rodó embarazada de su primogénito, Manel.

En el montaje de su siguiente largo, Romería, que llega a los cines el próximo 5 de septiembre, también latía un nuevo corazón. En esta ocasión, el de su hija Mila, nacida en julio. Con esta segunda doble gestación −o «mágica coincidencia», como dice ella− cierra un ciclo. Después de ahondar en una infancia marcada por el fallecimiento de sus padres, víctimas del VIH en la década de los ochenta, la directora ha forjado su propia familia.

«Hay algo de punto y aparte y de ganas de mirar hacia el futuro y poder explorar nuevos territorios, de dejar de ir al pasado y todo lo que es tan personal», nos reconoce en una conversación por Zoom escasos días después de dar a luz a su hija. La autoficción que ahora estrena ha supuesto una ruptura con respecto a su obra precedente. Sus anteriores largometrajes estaban ambientados en los paisajes catalanes de su rama materna, mientras que Romería transcurre en Vigo, la tierra donde se enamoraron sus padres con la ingenuidad de una juventud antisistema, ávida de libertad, pero también desconocedora del efecto devastador que tendría la heroína en sus vidas.

Carla Simón es la segunda persona más joven en recibir el Premio Nacional de Cinematografía. El jurado destacó su «cine de calidad y comprometido» y su papel como referente de una nueva generación de cineastas Getty

MUJERHOY. Cuando se estrenó Alcarràs consiguió reactivar las salas de cine después de la pandemia y que hubiera gente que empezara a comprar verdura y fruta de proximidad. ¿Qué efecto secundario espera de Romería?

CARLA SIMÓN. Agitar los recuerdos de la gente que vivió los ochenta o a la que le han tocado de cerca. Es una generación de la que hemos hablado muy poco, pero fueron los responsables de poner patas arriba los valores conservadores tras la dictadura. A raíz del dolor que provocaron el sida y la heroína, del estigma y el tabú, las familias lo vivieron con mucho secreto. Lo taparon o lo pusieron bajo la mesa para dejar de verlo. Recuperar a sus protagonistas y hacerlo sin juicio, poniéndolos en su lugar, me parece importante.

El estreno en Cannes coincidió con otros dos títulos sobre el mismo tema: Alpha y La misteriosa mirada del flamenco. ¿Es coincidencia?

Creo que la pandemia nos hizo reflexionar. Es curioso que hayamos avanzado tan rápido desde el punto de vista científico, porque hoy cualquiera puede vivir con VIH, pero que la aceptación social y psicológica siga siendo tan difícil. La prueba es que los jóvenes no saben casi nada sobre el sida porque no se habla de ello. Aunque no sea un tema de moda, los creadores lo revisamos de vez en cuando porque implica historias complejas.

¿Es su cine una forma de poder explicar la historia familiar a sus hijos?

Sí, porque me interesa la memoria familiar y el archivo. Yo solo tengo algunas fotos de mis padres navegando y un vídeo de mi madre. Así que, al menos, mis hijos tendrán mi mirada, mi ficción y mi perspectiva.

Manel cogió 26 vuelos durante sus primeros ocho meses de vida...

Sí, fue muy loco…

¿Cómo afronta la promoción con el segundo bebé?

Mila nos va a acompañar porque le doy el pecho, pero será todo un poco más medido. Con un bebé es muy bonito, pero ahora no es tan fácil. Ya somos cuatro y el mayor tiene tres años. Así que vendrá a algunos sitios, pero en otros casos tendrá que quedarse con mi pareja.

Bebés aparte, tampoco es que a usted le guste mucho dormir...

Dormir me parece una pérdida de tiempo increíble. Ojalá no lo necesitáramos. Rodando me he dado cuenta de que es imprescindible. Filmo de una manera si he dormido ocho horas y de otra, si han sido seis. Con los niños te das cuenta de que puedes sobrevivir sin dormir mucho, con momentos de sueño profundos y cortos. Hasta que te afecta al humor.

Fotograma de la película Romería, de Carla Simón. Quim Vives

¿Qué tipo trabajo personal ha tenido que hacer en esta película?

Romería plantea un tipo de búsqueda que nunca va a terminar, porque indaga en cómo fue la historia de amor de mis padres. Como ellos no están, resulta muy difícil reconstruir ese relato. Pero esta película no es el punto final. Puede que siga descubriendo cosas, cuando conozca a gente que los conoció o cuando mi familia se acuerde de algo. La película me ha servido para estar en paz con la frustración que sentía por no poder reconstruir ese pasado y darme cuenta de que la memoria también se puede inventar. Lo que necesitamos es crear nuestro propio relato para poder construir nuestra identidad y estar en paz.

¿Diría que su mirada cinematográfica le sirve como una manera de redescubrir a sus padres?

Creo que sí. Supe que quería hacer cine siendo una adolescente. Cuando cumplí 18 años, me regalaron una cámara e, inmediatamente, empecé a grabar a mi familia.

El personaje al que da vida Llúcia Garcia, su alter ego en la ficción, accede al diario de su madre. ¿Cómo fue leer sus palabras?

El diario de la película no es real, sino una compilación de las cartas que mi madre les escribió a sus amigas. Es lo más valioso que conservo de ella, porque tienen su voz. Es como si pudiera escucharla. Tenía una forma de hablar moderna para la época, pero que ahora resulta pasada de moda. Es casi un retrato generacional, porque cuenta su vida diaria con las drogas, sin filtro, con espontaneidad, y no habla del trabajo o las obligaciones.

¿El pasado guarda más secretos que este presente de sobreexposición que vivimos?

Antes era más misterioso, porque resultaba más difícil acceder a los recuerdos. Pero pese a tener tantas fotos y vídeos a nuestro alcance, la memoria va a seguir siendo igual de poco fiable.

¿Cuándo reparó en lo engañosos que pueden ser los recuerdos?

A medida que iba preguntando sobre la historia de mis padres me fui dando cuenta de que nadie tenía una verdad absoluta, porque los recuerdos son selectivos y subjetivos: cada uno los moldea a su conveniencia. No recordamos el hecho, recordamos la última vez que lo recordamos, así que la memoria se va transformando. De ahí esta libertad para inventar lo que no sé si pasó, porque lo cierto es que nunca voy a saber si sucedió exactamente así o de otra manera.

¿Qué ha descubierto de aquella época digno de tener en cuenta hoy en día?

A veces siento nostalgia de cómo vivieron su juventud mis padres. Era una forma de vivir más suelta, por la falta de móviles. Una amiga de mi madre me dijo: «Estábamos todo el tiempo esperando. La gente no llegaba a la hora que habíamos quedado». Hoy no hay tanto espacio para la introspección. Cuando vivimos el apagón, me sentí muy bien. Pensé más. No había nada que hacer. ¿Cuántas cosas nos estamos perdiendo por los teléfonos?

Usted se crió en el campo. ¿Qué le atrae más ahora: la vida de pueblo o la que se desarrolla en los núcleos urbanos?

Me gusta todo. El campo me gusta mucho porque crecí ahí. Me parece muy poético y hay algo muy hondo, que tiene que ver con la sensibilidad de la infancia, que se te queda dentro. Pero rodar Romería en Vigo ha sido muy refrescante, porque venía de dos películas rurales. Vigo es una ciudad muy particular, tiene muchas caras: el aspecto industrial, el casco viejo y esa geografía de la ría, donde entra el mar. Había algo místico en estar rodando en esos escenarios donde sabía que mis padres habían vivido su historia de amor. Volver a esos sitios pensando que los pisaron ellos.

De niña jugaba a ser espía cuando escuchaba hablar a los mayores. ¿Sigue poniendo la oreja en conversaciones ajenas?

Sí, lo hago mucho, en todos lados, pero por mi naturaleza curiosa. Siempre pienso que hago cine porque soy muy cotilla. Y eso me lleva a querer saber qué le pasa a la gente. También me pasa que cuando hay muchas personas, no me conformo con estar en una conversación, sino que, a veces, necesito poner la antena en otras y resulta difícil.

Carla Simón con el Oso de Oro en Berlín por su segunda película, Alcarràs. Getty

Solía contar que tenía una relación conflictiva con las promociones, los festivales y los premios. Por eso, me llama la atención lo fácil que es hablar con usted, lo relajada que se le nota. ¿Ha ganado en comodidad en su relación con la prensa?

Las entrevistas no me incomodan. Cuando decidí hacer películas no calculé que hay una parte que consiste en reflexionar sobre muchas cosas, a veces sobre algunas de las que no tienes una opinión clara. Hay partes de la promoción, la temporada de premios sobre todo, que vas aprendiendo a transitar, pero emocionalmente no es súper fácil: la prensa misma habla de que nuestras películas están batallando por el Goya, emplean un lenguaje bélico que nosotros no vivimos así. No hemos hecho una película para luchar contra nadie. Y, a veces, cuando llegas al final del camino, hay un momento que llevas muchas entrevistas encima y una se cansa. Contar una película puede abrir muchos temas y muy profundos.

¿Le gusta, por ejemplo, participar en coloquios con el público?

Sí. El clic que me llevó a hacer cine fue darme cuenta de su capacidad para invitarnos a pensar sobre la condición humana. En Bachillerato tuve una profesora que nos ponía películas para luego hacer un debate. En ese momento, yo quería estudiar Periodismo, pero descubrir que cuando hablábamos se revelaba mucho más de lo que habíamos visto me hizo cambiar de idea.

En 2023 se convirtió, después de Carmelo Gómez, en la segunda ganadora más joven del Premio Nacional de Cinematografía. ¿Cómo logra abstraerse de las expectativas para seguir trabajando con normalidad?

Hay momentos del proceso en el que se te viene encima esa presión, pero luego hay otros en los que estás trabajando y no piensas en esas cosas. Si yo rodara pensando en si la película va a entrar o no a competición en Cannes, sería un desastre. Así que, te olvidas. Aunque sí hay un momento de una gran fragilidad cuando entras en la sala de montaje. Es entonces cuando ves los brutos y reparas en los aciertos, pero también en los desaciertos. Otro momento en el que siento esa presión es cuando la película está terminada y empiezo a enseñarla. Por suerte, yo lo he vivido siempre de una forma muy ágil, porque tanto en el caso de Estiu 1993 como en el de Alcarràs las presentamos sin terminar en Berlín y nos dijeron que sí. Y con Romería sucedió lo mismo en Cannes. Así que no he vivido una espera de festivales o de concreción de estrenos. Ahí es donde pones en duda la película.

¿Con cuál de sus películas ha experimentado más presión?

Con la primera y la segunda, aunque a partir de Alcarràs también me sentí muy liberada. A partir de entonces, tengo la fortuna de hacer lo que quiera como quiera. Creo que el reconocimiento sirve para avanzar en tu camino sin comprometer nada. No lo percibo como algo negativo, sino como la suerte de poder hacer las pelis que pretendo. Romería tiene muchos riesgos que tomamos sin mucha certeza, pero también con la confianza de que iba a funcionar.

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Sagitario

Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.