estrena el talento con ester expósito
Crear una cuenta
Iniciar sesiónestrena el talento con ester expósito
Un día, la actriz Mirela Balić (Madrid, 1999) paseaba cerca de la plaza de Callao, en la Gran Vía de la capital, y se encontró con algo completamente inesperado: una lona gigante con el rostro de Ester Expósito, quien había formado parte del elenco principal de las tres primeras temporadas de Élite y se convirtió en una estrella mundial seguida por cerca de 25 millones de usuarios en Instagram. «Íbamos al mismo colegio, aunque no a la misma clase. Me alegré mucho. Pensé: '¡Mira, qué guay! ¡Dónde ha llegado!'», cuenta la intérprete, quien tiene un grato recuerdo de su compañera.
Ambas coincidieron en las extraescolares de teatro donde, con unos 11 o 12 años, llevaron a las tablas, ayudadas por un apasionado profesor de Lengua y Literatura, la función Mariana Pineda, de Federico García Lorca. La música la puso una buenísima amiga de Mirela y (esta sí) compañera de pupitre: la cantante Alice Wonder. La obra, que cuenta la historia de Pineda, una heroína que fue símbolo de la lucha frente al absolutismo de Fernando VII, provocó que Balić –una heroína moderna interesada, pese a lo que pudiera parecer, en los clásicos como el autor granadino o Shakespeare– resolviera que la interpretación era, definitivamente, su vocación.
«Hubo un momento en el que salí al escenario que me quedé flasheada. Era todo lorquiano, metafórico. No sabía lo que acababa de pasar, pero estaba claro que era lo que quería hacer el resto de mi vida», manifestó entonces Mirela, quien, como Expósito, participó en Élite, en su caso, en la séptima temporada, la penúltima, aunque no coincidieron. «Fue como un sueño, aunque a mí la fama me llegó de forma más progresiva. No me levanté y, de repente, no podía ir ni a por el pan», ríe la joven, a la que le gusta meditar y pasear con su perro.
Ahora, cerca de 15 años después de aquella representación escolar, Ester y Mirela han protagonizado un emotivo reencuentro en El talento, la película de Polo Menárguez producida por The Mediapro Studio y Reposado P.C., que se estrena en cines este 5 de septiembre. Basada en La señorita Else, la novela de Arthur Schnitzler, narra la historia de Elsa, una prometedora estudiante de violonchelo que disfruta de la exclusiva fiesta de cumpleaños de su amiga Idoia. Durante ella, Elsa, sin habérselo imaginado, tendrá que tomar la decisión más difícil de su vida.
«Ha sido muy bonito vernos de nuevo. Tanto Ester como yo perseguíamos lo mismo y coincidir en el set trabajando me hizo pensar en lo curiosa que es la vida, en que nunca sabes por qué camino te va a llevar», confiesa Balić, quien ha dicho que meterse en la piel del personaje le ha divertido mucho, «porque es una niña histriónica en los mundos de yupi con unos padres adinerados».
La madre de Mirela es serbia. Se llama Susana Stefanović y es chelista de profesión. Llegó a España en 1988 porque le ofrecieron un puesto de solista en la Orquesta Ciudad de Barcelona. «Mi padre, que es croata, tocaba el saxo y es muy gracioso porque él tenía en Croacia un grupo de música soul negra, pero que se componía de cinco rubios con ojos azules de un metro ochenta y cinco. Dejó de dedicarse a ello y decidió acompañar a mi madre hasta aquí. Imagino que es una bonita historia de amor, sí», confiesa Mirela, quien sostiene que Antonio Banderas le dijo una vez que debía hablar dando titulares, pero cuyo tono es, afortunadamente para los periodistas, expansivo. Ella misma se define como «charlatana».
Tras un tiempo en la Ciudad Condal, la matriarca fue contratada en 1991 por la Orquesta Sinfónica de la Radiotelevisión Española y el matrimonio se mudó a Madrid, donde nacieron sus hijos. «Todos tenemos el ritmo en el ADN», confiesa Balić. En efecto, la infancia de Mirela estuvo muy vinculada a la música. De hecho, toca el violonchelo desde los cuatro años. «Me formé en el conservatorio en ese instrumento y también en piano. Cuando llegué a casi entrar en el Grado Superior y pensé en la posibilidad de convertirme en una profesional fue cuando me di cuenta de que no sabía si quería eso. Y fue cuando entró el teatro en mi vida», aclara. «Mi hermano también tocaba la viola y el piano, pero ahora es ingeniero; mi tía es pianista; mi tío, violinista y mis primos tocan», añade. Sin embargo, Mirela, después de interpretar la obra de Lorca, se propuso actuar y lo consiguió cuando fue aceptada en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid.
«Siempre hablo del tiempo que pasé allí como uno de los mejores y peores años de mi existencia. Fue duro y también muy rico emocionalmente. Una época de crecimiento y sacrificio, porque eran muchas horas. Mereció la pena y fui muy feliz. Tuve unos compañeros y unos profesores con los que crecí mucho. A veces lo echo de menos, sobre todo en los procesos creativos, los ensayos, durante esa búsqueda en la expresión corporal. Me gustaba mucho el mundo del teatro gestual», detalla esta joven que sueña con meterse en la piel de Lara Croft o «raparme la cabeza y hacer una película de la posguerra», y que trabaja con muchos métodos. «Depende de qué personaje, voy cogiendo un poco de Meisner, de Stanislavski, pero tampoco me consideraría una actriz que durante todo el rodaje no sale del personaje. Yo creo que para trabajar con la verdad también hay que hacerlo con algo tuyo. Tu verdad. Tu voz. Tu cuerpo. Pero siempre buscando crear un arquetipo», apostilla Balić, quien ya ha emprendido ambiciosos proyectos en la gran pantalla, como Mala Influencia, la primera película de la directora Chloé Wallace.
MUJERHOY. Su padre es croata y su madre, serbia. Antes de que naciera, ambos países estuvieron en guerra. ¿Ha pensado en el simbolismo que tiene la paz en su vida?
MIRELA BALIć. De alguna forma, sí. Aunque yo siempre me río porque no represento la palabra paz en absoluto. ¡Soy muy inquieta! ¡No paro! Pero sí, mi herencia es esa guerra tan loca entre pueblos tan cercanos y que, en realidad, ha sucedido hace poco. Me gusta pensar que el amor cruzaba todas las fronteras. Y aquí estoy yo.
¿Tuvieron sus padres que superar escollos para estar juntos?
Habría que preguntárselo a ellos, pero no hubo mucho dolor. Mi madre es serbia, pero mi abuela materna es croata, con lo que la mezcla ya estaba ahí. Mi padre siempre me recuerda que soy tres cuartos partes dálmata.
¿Cómo era llamarse Mirela cuando era pequeña?
Fui a un colegio público de Madrid donde había gente de Chamberí, escoceses, dominicanos… o alicantinos, como mi mejor amiga. No fue extraño.
¿Fue una adolescente rebelde?
Tengo unos padres que me han educado muy bien, pero eso no significa que yo no me saltara un poco las normas, porque necesitaba curiosear y vivir. A veces, hace falta pegársela para saber que ahí no era.
¿Está contenta de haber logrado convertirse en actriz?
Sí, mucho. Hay días que me tengo que pellizcar todavía. Estoy trabajando y me doy cuenta cuando abres el periódico y ves que tan solo lo hace un 7% de la profesión. Le doy diez veces gracias no sé a qué o a quién antes de dormir y continúo agradeciendo siempre todo lo que me rodea, lo que tengo, las oportunidades que me están dando. Sin embargo, me cuesta un poco la letra pequeña, esa que no sabías que venía con el tema de ser actriz: los eventos, las alfombras rojas, la exposición...
¿De qué modo gestiona la fama?
La palabra fama siempre me ha dado rechazo, pero creo que tengo suerte porque soy muy extrovertida y eso considero que es una cualidad que, de alguna manera, la vida me ha dicho: «Toma, te va a venir muy bien». Me gusta hablar con la gente, creo que me desenvuelvo bien. Me encuentro constantemente con personas extrañas. Ayer estuve con personas que no conocía, mañana con más... Pero, eso sí, creo que también toca cuidar tu energía, darse espacios, saber cuándo quedarse en casa y resetear, aunque a mí me encanta escuchar, observar y ver cómo funcionamos. Soy actriz también, supongo, porque tengo una curiosidad por la condición humana.
¿Se pone nerviosa cuando va a hacer un casting?
El reto no es tanto superar los nervios como lo que supone prepararlo. Hay veces que no tengo mucho tiempo ni las herramientas ni toda la información que te gustaría y, entonces, tienes que ir un poco a ciegas y construirte el mundo de tu personaje. Luego, el día de la prueba, voy a jugar y a lanzar mi propuesta.
¿Quién le pone los pies en el suelo?
Mis amigos. Tengo la suerte de tener un grupo de hace 20 años o más que han estado y siempre saben quién es Mirela. Yo pienso que sigo siendo la misma.
¿Cómo cuida la salud mental?
Hace unos años tuve una depresión. Fue una época bastante jodida. A día de hoy, cuando me encuentro viviendo el mejor momento, también voy a terapia. Como estoy sana, fuerte y estable, ahora estoy preparada para abrir cajones, ver fantasmas y no tener miedo porque estoy entera y disponible para para tratarlo y enfrentarme a ello.
¿Ya no le tiene miedo a sus fantasmas?
Siempre dan un poco de pereza. Pero la idea no es ponerlos en un cajón y olvidarte de ellos. Bueno, cada uno que trate su vida como quiera, pero a mí me interesa mucho crecer de la mejor manera posible. Y estar lo más sana posible y dejar de ser mi enemiga.
¿Ha tenido que pagar un peaje alto por su belleza?
No tengo ni idea. A día de hoy me lo pregunto, porque me como mucho la cabeza pensando: ¿A mí en este proyecto me cogieron porque soy un poco exótica, serbia, rubia, con ojos azules o porque han visto algo de mi trabajo? Quiero creer que es una mezcla de ambas cosas. Pero sí que ha sido un poco arma de doble filo, porque siento que por tener cara de lirio o yo no sé muy bien qué cara tengo, me han prejuzgado. Desde pequeña. La gente me ha observado pensando: «Uy, la rubia mala que mira por encima del hombro». Y, luego, cuando me conocían, se daban cuenta de que era un personaje, inocente, normal y graciosa.
¿Ha vivido alguna situación de abuso de poder?
Sí, en uno de los primeros proyectos que hice. Y eso que era bastante cría y podía sucumbir a esas cosas de los principiantes. Pensaba: «Tú calladita y haciendo caso a todo el mundo». Pero me pasó con un director. Se pactó una secuencia íntima de una manera y el día que fui a grabarla se me pedía otra cosa que no estaba firmada por contrato ni nada. El rodaje era fuera de Madrid y encima no estaba mi representante. Dudé, pero resolví la situación por mí misma: solo iba a pasar como se había pactado y punto. Fue muy molesto y tuve que tener varias conversaciones muy incómodas. Podía ver haberme rajado y hacerlo, pero me planté. Ahora me alegro mucho, porque o te proteges o te comen viva. Al final quien acaba en terapia eres tú, no los demás.
Ahora hay coordinadores de intimidad…
Sí, menos mal. Es una figura que ha venido para quedarse y que debería haber existido ya hace mucho tiempo.
Que se lo digan, por ejemplo, a Maribel Verdú, quien ha protagonizado muchos desnudos y es, además, su amiga, ya que hacía de su madre en Élite.
No es lo mismo la industria de hace 20 años que ahora. Y menos mal. En ese sentido se cuida todo muchísimo más.
Además de actuar, tocar el violonchelo y el piano, Mirela canta y, ahora, quiere darle una oportunidad a esa faceta. «Hubo un momento en el que me casqué un poco la voz y me daba mucha pena no tener el mismo registro que tenía antes. Es una herida que escondía. Sin embargo, hoy en día estoy empezando ya a hablar un poco más de ello. Me he recuperado, estuve mucho tiempo con clases de foniatría y demás para recuperar esos nódulos y sanar la voz. Cuando entré en la cola de la Comunidad de Madrid me querían poner de soprano y les convencí de que yo soy más mezzo. Siempre quería cantar con los chicos porque era un registro mucho más natural para mí. Amo cantar y no me gustaría que se quede ahí, en la sombra. Entonces, como que ahora lo estoy recuperando. Además, me rodeo de cantantes y artistas».
De hecho, su novio es DJ Lejía, el productor madrileño más vanguardista del momento, quien siempre preserva su identidad: luce pasamontañas en sus actuaciones y, en el mundo musical, destaca por explorar un sinfín de estilos: electro, breaks, dubstep, drum & bass, hardcore, garage... «Prefiero guardar su anonimato, que es algo a lo que él dedica mucho tiempo. Y, por supuesto, me guardo también cómo nos conocimos y todas esas cosas románticas».
En cambio, ha dicho que su suegra es su gestora.
Es muy buena en ello... y es muy buena madre. Y, como es buena madre, me ayuda y nos tenemos mucho cariño, nos llevamos muy bien. Creo que es la única persona que tiene la paciencia suficiente de explicarme las cosas relacionadas con los números y Hacienda una y mil veces.
¿Qué piensan sus familiares de su éxito?
Mi familia siempre me ha apoyado y están muy orgullosos. Menos mal, porque tengo compañeros que no han vivido lo mismo. Y supongo que a mi madre le calma mucho ver que me sostengo por ahora, porque, cuando vienes de una familia de artistas, conoces lo que es la precariedad y no saber cuándo vas a trabajar es duro.
Creo que su fan número uno es su abuela.
Me otorgaron un premio por Élite en Sarajevo. Ella no estaba allí, pero mi discurso de agradecimiento y alguna entrevista fueron en mi idioma. Me hizo muchísima ilusión que viese algo mío y me entendiera.
Mirela tenía planeado viajar este verano a México una vez terminada la representación de Parejas imperfectas, la obra de teatro dirigida por Bernabé Rico, que explora la discapacidad física, moral y emocional y en la que compartía cartel con Toni Cantó, quien regresaba a los escenarios tras probar suerte en la política. Pero, de lo que la actriz no tenía dudas durante la entrevista era viajar a otro punto de la geografía: la residencia familiar de sus abuelos en la playa de Sveti Stefan (Montenegro), donde ha llegado a pasar tres meses y donde conecta de nuevo con sus raíces, pese a considerarse cien por ciento madrileña.
Y es, en esos momentos de tranquilidad, cuando recuerda la primera vez que le pidieron una fotografía. También sucedió en la Gran Vía, como cuando vio cómo su compañera Ester Expósito había triunfado mundialmente y su rostro copaba todo un edificio de la famosísima calle capitalina. «Eran una madre y su hija. Creo que eran francesas. Me reconocieron y vinieron a mí. 'Oye, disculpa, es que me da mucha vergüenza pedirte esto', me comentó la madre. Y yo, pensando que la foto era para la hija, me acerqué a ella y me soltó: 'No, no, es conmigo'. Mira, qué risa, la niña estaba avergonzada y pensando: 'Cómo me haces pasar por esto, mamá'. Fue un momento bonito, de esos que no te olvidas fácilmente».
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.