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Llega puntual a nuestra cita, acompañada por una niña de 16 años que a todas luces es sangre de su sangre: parecen dos gotas de agua. «Mi hermana, que tiene 13, es sin embargo muy distinta a nosotras dos», nos cuenta luego Caye (así es como la llaman en su círculo íntimo), mientras maquillan a su madre para la sesión de fotos.
La hija mayor de Cayetana Álvarez de Toledo bromea sobre los looks de su progenitora –«¡he conseguido que al fin se ponga pantalones anchos!»– y más tarde se despide con cariño de ella y con muchísima educación del equipo de Mujerhoy. «Mis hijas y yo somos muy piña, nos divertimos mucho juntas», nos desliza Álvarez de Toledo. Así es como presenciamos una faceta inédita, la distendida y maternal, de esta política que nos tiene acostumbrados a su rictus serio y su discurso implacable en las sesiones de control al Gobierno.
MUJERHOY. Me alegra que haya accedido a que le hagamos estilismo para las fotos que acompañan esta entrevista. La mayoría de las políticas españolas suele rechazarlo, por miedo a que se las tache de frívolas.
CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO. Miedo a la condena populista, ¿no? No hay que tener miedo nunca. A nada. La moda, además de una industria, es la manera en la que nos exhibimos ante el mundo, es una manera de representarnos. Yo no soy una experta, pero aprecio la belleza. Ese es otro de los tabúes de la política: la vinculación con la belleza. Siempre digo que hay que intentar cultivar la belleza en las formas y en el fondo.
¿Diría que hoy asistimos al triunfo del feísmo?
Hay una degradación de las formas. Desde la manera de presentarse hasta la de expresarse. A mí me obsesionan las palabras. Mi madre me decía de pequeña: «Cayetana, las formas perfeccionan la verdad». Cuando me expreso en el Parlamento siempre intento cuidar las palabras que utilizo. Eso se puede trasladar también a lo físico. En esto creo que hay un puntito de hipocresía: a todos nos gusta que nos digan que estamos guapos.
El fotógrafo Cecil Beaton sostenía que «el que ignora la moda se ignora a sí mismo».
Yo soy muy clásica al vestirme. Miro una foto mía a los 18 años y llevaba vaqueros negros y camisa blanca, igual que he venido hoy. Sigo muy poco las tendencias y no me gusta disfrazarme. Tiendo a la simplicidad, a la síntesis. Pero eso es perfectamente compatible con apreciar la moda cambiante. Y ya digo que en esto hay mucha hipocresía: hay políticas que hacen demagogia y populismo de izquierdas y sin embargo tienen casi obsesión con la moda, con armarios mucho más extensos que el mío.
¿En quién está pensando?
No voy a decirlo, pero se lo puede imaginar…
Habla de la belleza de las palabras. Se la acusa de ser excesivamente dura con las suyas.
Lo moderado es decir la verdad. La verdad ha desaparecido como valor de la vida pública. Se han sustituido los hechos por opiniones, y entonces la conversación desaparece. Usted y yo podemos tener opiniones radicalmente distintas pero, si estamos de acuerdo en los hechos fácticos, sobre eso empezamos a construir una conversación, que puede llevarnos a una discrepancia civilizada o a un consenso. Si negamos la existencia de la verdad objetiva, no solo no vamos a poder pactar nada, sino que no vamos a poder siquiera discrepar. Cuando la verdad desaparece, la democracia fenece.
Volviendo a la belleza de las palabras, la precisión es clave. En mis discursos nunca busco el atajo, las palabras fofas, flácidas, que son simple espuma… Intento que cada una de mis palabras quiera decir algo y esté sostenida en una verdad, y trato de hilvanarlas en un argumento racional. La razón puede ser emocionante, no hace falta apelar a las vísceras; hoy en día la política se ha vuelto visceral y emocional.
Entonces, ¿por qué le sigue mereciendo la pena dedicarse a ella?
Porque no hay nada más importante que la política. Afecta a todos los aspectos de la vida humana, desde lo más nimio (el trazado de una carretera) hasta lo más drástico (cómo gestionar una pandemia, si ir o no a una guerra). Por eso es tan importante que a la política se dediquen los mejores: los más honestos, los más competentes, los más honrados, los más inteligentes… Necesitamos volver a prestigiar la política. Una vez le preguntaron a Torcuato Fernández–Miranda cómo había sido posible la Transición española. Y él dijo: «Con el corazón sujeto y en su sitio». Así es como se consiguen los grandes consensos políticos.
Pues parece que cada vez estamos más alejados del espíritu de la Transición…
¿Por qué estamos hoy así? Porque hay una política deliberada, de un Gobierno que llega sin una mayoría, para intentar levantar un muro contra la otra mitad. Y la conversación queda arrasada. Yo lo veo en las sesiones de control. Tú le preguntas a un ministro «qué hora es» y él te responde: «Ultra, ultra, facha, facha».
Ha dicho antes que a la política deben dedicarse los mejores. Usted tiene un currículum brillante, con un doctorado por la Universidad de Oxford, pero otras personas –también de su partido, como el caso de Noelia Nuñez– se han dedicado a falsear el suyo.
Para empezar, mentir es intolerable en cualquier ámbito. En cuanto al currículum, Churchill no tenía formación universitaria y fue no solo una de las grandes figuras políticas de la Historia sino también Premio Nobel de Literatura. No hace falta un doctorado para ser un buen político, pero evidentemente hoy en día es preferible haberse formado y haber trabajado en la vida privada antes de acceder a la política. La política debería ser un servicio público temporal; hoy se ha vuelto un oficio arrasado por la mediocridad y la mendacidad.
El pasado mes de julio, Alberto Núñez Feijoo, presidente del Partido Popular, incluyó a Cayetana Álvarez de Toledo en su nuevo Comité Ejecutivo Nacional. Desde esa posición, la madrileña (nació en 1974 en la capital española, aunque también tiene las nacionalidades argentina y francesa) vislumbra un nuevo curso político durante el cual «las cosas se van a poner peor antes de mejorar». Es decir, que la tensión irá in crescendo, según su vaticinio.
«Estamos viviendo un proceso de mutación de democracia plena a democracia fallida. El único objetivo del Gobierno es mantenerse en el poder al precio que sea, y eso nos va a llevar a niveles de tensión inéditos en los últimos 50 años. Esto se producirá a partir de septiembre. Las próximas fases de ese proceso de mutación van a ser la fragmentación del poder judicial (por exigencias de Junts), la liquidación de la solidaridad e igualdad económica y social de los españoles (por el cupo separatista) y, en tercer lugar, una forma de reconocimiento de la nación catalana, es decir la derogación de la nación española», resume.
¿Qué ilusión puede encontrar el votante en el PP actual, cuando la desafección hacia todos los partidos políticos es enorme?
La ilusión de una esperanza para España. La esperanza de una España fuerte, moderna y de calidad. La esperanza de una gran regeneración democrática. La esperanza de unas instituciones despolitizadas. La esperanza de tantos constitucionalistas, en el País Vasco y Cataluña, que se han visto humillados por el nacionalismo. La esperanza de que no va a haber impunidad. Puedo seguir largamente…
¿Y qué papel juegan en todo esto los ciudadanos? En su diario de 1936, Stefan Zweig escribió, refiriéndose a los españoles: «Uno observa asombrado la sabia indolencia de este pueblo, incluso ante una crisis como esta». ¿Usted cree que somos indolentes?
Yo creo que el Gobierno no se atreve a convocar elecciones porque sabe que los españoles castigarán esta degradación, y eso es una señal de esperanza también para los que nos dedicamos a la política. Sánchez sabe que la democracia es sinónimo de su derrota. La relación de los ciudadanos y sus representantes tiene que ser de confianza mutua. Yo confío en los ciudadanos, por eso les trato como adultos; los populistas les tratan como menores de edad: les gratifican los oídos, no les cuentan las verdades incómodas... Yo confío en su inteligencia. Mi responsabilidad como político no exime al ciudadano de la suya. España necesita militantes de la democracia. Eso significa movilización, no estar sentado en tu sofá diciendo «qué mal va todo». El pesimismo es la coartada de los cobardes.
¿Usted es valiente? ¿Considera que la valentía es uno de los rasgos de su personalidad?
Me gustaría que lo fuera. A mis hijas les repito que el valor es una de las cualidades más importantes de la vida. Decía Senillosa que en la vida se puede ser todo menos cobarde. La vida al baño maría no existe, mucho menos en política. Ante la disyuntiva de sumisión o conflicto, es preferible el conflicto.
Ya que menciona a sus hijas: la mayor, Cayetana, me ha contado que durante las cenas en casa suelen hablar de política...
Sí, pobres. (Sonríe). Inevitablemente.
Para ellas no debe de ser fácil tener una madre con tanta exposición pública.
Bueno, seguro que hay mucha gente que lo tiene mucho más difícil. En casa está proscrita la palabra víctima. Si hay algo que no quiero que nunca sientan, ni por asomo, es victimismo. La vie est ondoyante, la vida es ondulante, como decía Montaigne y repetía Pla. Y es verdad, a veces estás arriba, a veces abajo. Lo importante es tener la columna vertebral firme y la cabeza fría. Yo les digo a ellas: «Si te caes, te levantas». Espero que piensen que su madre actuó por convicciones, con la mejor voluntad, y que plantó cara.
En nuestro congreso de liderazgo femenino, Santander WomenNOW, la embajadora de Finlandia en España, Sari Rautio, defendió que si hubiera más mujeres al frente de los gobiernos existirían menos conflictos internacionales. ¿Comparte su punto de vista?
Yo no hago esa distinción por sexos en el mérito, para nada. Desafío que las cualidades tengan sexo, color de piel, raza o religión.
¿No hay diferencias, pues, entre el liderazgo ejercido por un hombre o por una mujer?
No necesariamente. Es verdad que hay más hombres líderes que mujeres. Eso fue durante muchos siglos así porque las mujeres tenían vetado el acceso a los puestos de dirección; hoy no tanto. También tiene que ver con nuestras elecciones voluntarias. Está el famoso síndrome de la vicepresidenta, según el cual muchas mujeres llegan al segundo lugar y no al primero porque toman decisiones sobre la maternidad y el cuidado de los hijos que son prioritarias para nosotras mientras que para los hombres lo son menos, y eso tiene que ver no tanto con la cultura sino con la biología. A mí el feminismo victimista no me gusta. A mis hijas les enseño a ser fuertes y valientes, creo que es el mejor favor que puedo hacerles.
¿Cómo definiría el feminismo que sí le gusta?
El feminismo de las amazonas, que es un término que puso de moda Camille Paglia: las mujeres fuertes, valientes y que no se victimizan. Creo que este feminismo último ha hecho un flaquísimo favor a las mujeres.
¿Tal vez por eso cada vez hay más chicas jóvenes que evitan declararse feministas?
Claro. Y muchos hombres. Se ha producido un efecto péndulo fortísimo. Hay dos opciones: o bien le enseñas a una niña de 14 años que es una víctima de los hombres y del heteropatriarcado y la mantienes entre paños hasta que se dé de bruces con la vida, o bien le das armas. Armas intelectuales, morales, psicológicas... para defenderse y luchar en la selva que es cualquier vida. El segundo camino es en mi opinión el más benéfico para esa niña.
Pero el techo de cristal existe. ¿O es también un concepto victimista?
¿Qué quiere decir, que hay cosas que nosotras no podemos aspirar a ser?
Pregunto si acaso las mujeres no siguen teniendo más dificultades que los hombres para acceder a las posiciones de poder.
Depende de dónde. En Irán, por supuesto que sí. En España las mujeres podemos –gracias a la lucha de muchas otras mujeres antes y al orden democrático liberal– aspirar a todo lo que queramos. Pero en un momento de la vida tenemos que tomar una decisión: si vamos a tener bebés. Hay un instinto biológico que nos lleva a las mamás a querer cuidar a nuestros niños de una determinada manera que no es idéntica a la de los hombres. Y eso hace que nosotras tomemos decisiones respecto a nuestro trabajo que son distintas. Muchas mujeres, puestas a elegir entre ser la número uno en la empresa o tener una vida familiar y laboral más equilibrada, prefieren lo segundo.
Vive en Madrid y fue diputada por Barcelona. ¿Cómo ve la evolución de ambas ciudades?
Barcelona era el centro de la libertad, ahora lo es Madrid. Incluso a nivel iberoamericano: Barcelona era la capital literaria y cultural iberoamericana en los años 70, en la época de Vargas Llosa, García Márquez... Ahora la capital iberoamericana es Madrid. Eso no pasa porque sí, pasa porque el nacionalismo ensimisma, encierra y apaga, mientras que las políticas liberales abren, expanden y atraen.
El año pasado cumplió 50. ¿Ha sufrido algún tipo de crisis al alcanzar esa edad?
No, pero el paso del tiempo impresiona. Impresiona que tus hijos se hayan convertido en adolescentes con criterio, impresionan tus padres –su ausencia o su vejez– e impresiona verse en el espejo, porque tú te sigues sintiendo una niña y sin embargo eres ya muy adulta.
¿Está satisfecha con el camino recorrido?
Sí. En síntesis, sí. Yo nunca he planificado mi vida, todo ha ido sucediendo de manera espontánea, pero, cuando miro atrás, parece como si hubiera habido un guion. Miro esa historia que he escrito y pienso: «No está mal». Me dedico a mi vocación, vivo en un país extraordinario, tengo dos hijas con las que mantengo una estrechísima relación y que son alegres, inteligentes y cariñosas. ¿Qué más puedo pedir? El balance entre lo personal y lo profesional me llena de una felicidad interior tranquila.
CRÉDITOS:
- Maquillaje: Piti Pastor (Ana Prado).
- Asistente de fotografía: Laura Piquero.
- Agradecimientos: Hotel Palace.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.