la conversación

Héctor Abad Faciolince, sobre el día que sobrevivió a un misil ruso en Ucrania: «Yo no quería ir, no soy un héroe»

Hace dos años que sobrevivió a un misil ruso en Ucrania. Tras atravesar un período muy oscuro, el escritor colombiano ha encontrado la luz: se ha casado, ha publicado un nuevo libro y se ha convertido en abuelo.

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. CHUS GARCÍA
Héctor Abad Faciolince, sobre el día que sobrevivió a un misil ruso en Ucrania: «Yo no quería ir, no soy un héroe»
Eduardo Verbo
Eduardo Verbo

El fotógrafo le pide a Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) que se ría, pero, aunque lleve una inevitable sonrisa dibujada en su rostro, el escritor colombiano nos recuerda que su nuevo libro, Ahora y en la hora (Alfaguara), no es una obra feliz. Ni mucho menos. En ella reconstruye los hechos sucedidos en Ucrania el 27 de junio de 2023, cuando un misil ruso con seiscientos kilos de explosivos mató a la poeta Victoria Amélina en su presencia.

Recién operado del corazón, el autor fue invitado a la Feria del Libro de Kiev para presentar la traducción al ucraniano de su obra más conocida, El olvido que seremos, en la que Fernando Trueba se basó para rodar la película del mismo nombre interpretada por Javier Cámara que ganó un Goya en 2021 y donde Faciolince narra el asesinato de su padre, el médico y activista por los derechos humanos Héctor Abad, en 1987, a manos de los paramilitares de Colombia.

«Allí me encontré con unos amigos de mi país: Catalina Gómez, corresponsal, y Sergio Jaramillo, el hombre que hizo la paz con las FARC, con los que presenté también la campaña que se habían inventado, Aguanta Ucrania. Después de una cena, resolvieron que, para ver de verdad la guerra, había que acercarse más hacia la región del Donetsk. Yo no quería ir. No corro riesgos. No soy un héroe. No soy un periodista de guerra. Y dije: 'No, yo quiero volver. Vine a lo que vine'. Sin embargo, ellos me convencieron. Y, en el último momento, Victoria Amélina, la escritora ucraniana, también se nos quiso unir. Ya no me pude echar para atrás y así fue cómo llegamos mucho más cerca del frente».

MUJERHOY. Una noche cualquiera, van a una pizzería de Kramatorsk. Como no oye bien por la derecha, se cambia de lugar para escuchar mejor. Su puesto lo ocupó la poeta fallecida en aquella inesperada tragedia.

HÉCTOR ABAD. La persona muerta debía ser yo. Yo soy un herido de guerra, pero mental. No me siento orgulloso de haber estado ahí. Me siento contento de haber sobrevivido. No voy a ser tan hipócrita como para decir que hubiera preferido morir. Había dos gemelas de 14 años que estaban cenando con su padre. Las dos mueren y el padre sobrevive. En ese caso, es obvio que el padre preferiría ser el fallecido.

Yo no siento lo mismo porque no tengo un vínculo afectivo igual de fuerte con Victoria, pero sí pienso que yo era el más viejo de la mesa y que ya había vivido. Ella tenía un hijo de 11 años y la misma edad de mi hija. Siento muchas cosas. Culpa, no porque yo sea culpable. El culpable es Putin. El culpable es el ejército invasor. El culpable es el comandante que decide tirar un misil con 600 kilos de explosivos en un sitio civil. Ese es el culpable. Y, sin embargo, uno no deja de sentir culpa.

Lo ha pasado realmente mal escribiendo.

Sí, muy mal. Estaba deprimido. Había ido al psiquiatra y tomaba antidepresivos. Me encontraba muy golpeado por esta experiencia de estrés postraumático.

¿Ha sido, al menos, terapéutico?

No, para nada, al contrario, me enfermó mucho más. Me deprimió mucho más haberlo escrito; terminarlo, entregarlo, poder darlo a conocer y que los lectores lo lean... Eso me da un gran descanso, pero no el hecho de escribirlo. Escribirlo fue horrible.

Le impactó la historia de las gemelas que fallecieron porque, pocos meses más tarde, su hija le anunció que esperaba mellizos.

Un día, mi hija vino a mi casa y me lo dijo. Para mí, fue muy extraño y muy bonito. Yo siempre había querido ser abuelo. Nacieron el 29 de diciembre del año pasado y yo tenía que entregar este libro el 31. Sentía como si, de algún modo, aquellas gemelas que tanto me habían obsesionado a lo largo de los meses se hubieran reencarnado secretamente en ellos.

Retrato del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. CHUS GARCÍA

¿Cree en el pensamiento mágico, sobre el que Didion habló en su libro sobre el duelo?

Siempre he sido una persona racional. No creo en el más allá ni en la vida eterna. Yo soy un ateo. Sin embargo, durante la escritura de Ahora y en la hora me ocurrieron cosas muy raras en la mente. Tenía la sensación de que yo había muerto en ese ataque. Ya me había reencontrado con mi hijos y mi esposa, ya había venido a Madrid, donde tengo una guarida pequeña en Lavapiés… En definitiva, la vida seguía, pero no estaba seguro de si estaba vivo o muerto. También pensaba que Victoria Amélina me estaba dictando pedazos de este libro, que me susurraba como su fantasma. Después de esta experiencia tan traumática, hice cosas que no había hecho nunca en la vida, como casarme a los 65 años, la misma edad a la que asesinaron a mi padre.

Una buena noticia entre tanta desolación.

Mi mujer, Alexandra Pareja, y yo vivíamos juntos desde hacía más de 15 años. Recordé mucho que mi madre no había conocido a su padre porque se había muerto cuando tenía tres años en un accidente de tráfico. Ella me dejó en herencia su alianza, que llevaba grabado el nombre de mi abuela, que, curiosamente, se llamaba Victoria.

Usted viajó a Ucrania muy tocado físicamente, porque le habían operado de corazón en 2022. De hecho, comenta que estuvo muerto durante seis meses. ¿Qué recuerda de esa experiencia?

Lo viví así, aunque no necesitaba una experiencia de muerte más. Te bajan la temperatura. Te paran el corazón con una solución de potasio helada. Te colapsan los pulmones. Entonces tú estás frío. No palpitaba. No respiraba y no pensaba, porque tienes sedación profunda por la anestesia. En realidad, durante cinco o seis horas, estás muerto. Pero la sensación que uno tiene después de una operación a corazón abierto como esa es de resurrección. Es como haberse muerto y haber resucitado.

¿Cuántas veces ha resucitado?

Siento que yo vivo muriendo y vuelvo a la vida y que lo único que puedo hacer es escribir sobre experiencias que no he querido y que no he buscado. Obviamente, yo no quería que mataran a mi papá. Y tuve que escribir sobre él. Yo no quería tener una operación a corazón abierto. Yo no quería que me cayera un misil encima en una zona de guerra, en un país que ahora adoro y que defiendo que es Ucrania. Pero allí no soy capaz de volver hasta que no ganen la guerra. Espero que Putin la pierda y que no se salga con la suya.

Cuando tenía 13 años, su hermana mayor, Martha, de 16, falleció. ¿Ahí no se murió usted un poco también?

Ahí se murieron mis padres. Ahí la familia feliz se desbarató. Ocurrió eso que no tiene nombre, que es que los padres se quedan sin hijos. La Federación Española de Familias de Cáncer Infantil ha pedido a la Real Academia Española que acepten una palabra que ellos proponen: huérfilo.

Y, en 1987, cuando usted contaba con 27 años, tuvo que vivir de cerca el asesinato de su padre, cuya vida novela en El olvido que seremos. Él era un activista de los derechos humanos. ¿Se enfadó con él por no calibrar los peligros que tenía significarse de ese modo en la Colombia de hace 40 años?

No, yo siempre he sentido un gran amor por él y una gran admiración. Afortunadamente a él no lo mataron cuando yo era un niño, porque eso hubiera sido inaceptable y devastador para toda mi vida. Pero es que son muy tristes los países que necesitan héroes y mártires. Yo admiro y quiero mucho a esta gente que da su vida por una idea. Creo que son necesarios en ciertos períodos de la historia. Y mi padre fue una gran persona públicamente y una gran persona también en la vida privada. Pero sí, muchas veces mis hermanas y yo hemos pensado que él podía haberse ido como sus amigos: de viejos y en su cama.

A estas alturas, ¿sabe de qué va la vida?

Los filósofos han tratado de responder a esa pregunta desde los tiempos de Sócrates. La vida es un paréntesis de ser entre dos nadas. Mi hija, cuando era niña, lo dijo de un modo muy bonito. «Cuando yo estaba muerta, ¿todavía existía la televisión?». Se deja de ser niño cuando uno se da cuenta de que había mundo antes de que naciera. Y, finalmente, se madura cuando se conoce que habrá mundo después de que nosotros nos muramos. Entonces, la vida va de aprovechar este paréntesis. Lo primero es no hacer daño a los demás, al menos voluntariamente, y vivir plenamente. Y morirse, ojalá de viejos, dejando un buen recuerdo.

¿Cree que hemos venido a perder?

Perder y fracasar es normal, forma parte de la vida. Hay un poeta español llamado Agustín García Calvo, al que ya nadie lee, que empieza uno de sus poemas diciendo: «Enorgullécete de tu fracaso, que sugiere lo limpio de la empresa». Uno no viene a la vida a triunfar, sino a intentar hacer las cosas bien, gane o pierda. El propósito de la vida no es ser el más rico, ser el más guapo, ser el más joven.

¿Cuáles han sido sus victorias?

Mi mayor victoria son mis hijos. Es de lo que más orgulloso me siento. Mi hija es productora de cine. Mi hijo es arquitecto. Son dos buenas personas y felices.

¿De qué modo influyen ellos en la forma de contar la vida?

Ellos son mis críticos más feroces y, al mismo tiempo, más amorosos, porque sé que nunca lo hacen por mal. Mi mujer, Alexandra Pareja, es editora. Yo tengo una pequeña editorial en Colombia que ella dirige.

¿Siempre quiso ser escritor?

Desde los 13 años quise ser poeta. Lo primero que empecé a escribir fue poesía. Tenía 13 años y lo hacía con un amigo que tenía 15. Tres años después, antes de que él cumpliera 18 y cuando yo tenía 16, se suicidó. Entonces yo abandoné la poesía porque pensé que la poesía te llevaba probablemente al suicidio.

¿Cómo se llamaba?

Daniel. Por eso mi hija se llama Daniela.

¿Le gustaría honrar su memoria?

Sí, en octubre cumpliría 70 años. En nuestra pequeña editorial, vamos a publicar una antología de sus poemas. Escribió muchísimos a pesar de su corta vida.

Sus proyectos no recibieron un sí rotundo de las editoriales. ¿Cómo encajó el no?

Todo apuntaba hacia el fracaso total y yo tenía como una extraña confianza en que las cosas iban a salir bien. Yo fui educado por mi mamá y por mi papá en la esperanza de que, en algún momento, hay algún golpe de suerte que uno tiene que ver, aprovechar, atrapar y las cosas cambian. Entonces eso me permitió que el fracaso nunca me derrotara del todo.

¿Cuánto le importa vender libros ahora?

Yo no soy el que vende los libros; yo los escribo. Mi editorial es la que los vende. Más que vender, me gusta mucho tener lectores.

¿Le importa mucho ganar dinero?

Ni lo lo ambiciono como algo fundamental en mi vida ni lo desprecio.

¿Cómo titularía sus memorias?

Tengo mala memoria, así que nunca las voy a escribir. Pero durante tiempo llevé diarios. Y esos diarios se llaman Lo que fue presente, que es una frase de Quevedo.

¿Qué piensa de haber burlado en tantas ocasiones a la muerte?

La muerte me ha pasado zumbando muy de cerca. Mis dos últimos libros los hice por responsabilidad. Ahora quisiera no tener que escribir nunca más un libro por obligación. Me gustaría hacerlo para reírme o hacer reír a los lectores. Yo estaba muy obsesionado con la muerte hasta que nacieron mis nietos. La perspectiva se abre hacia el futuro de un modo mágico y maravilloso. Ahora ellos me obsesionan con la vida.

HORÓSCOPO

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Sagitario

Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.