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Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) no esperaba estar dando entrevistas a estas alturas del año. Quizás, se imaginaba en su apartamento de Chelsea (Londres), donde le encanta encerrarse para leer, escribir y, cuando el tiempo inglés da una tregua, pasear hasta la British Library. Pero la vida le tenía preparado un inesperado premio a una trayectoria mayúscula que este 2025 cumple medio siglo desde su debut.
El Princesa de Asturias de las Letras no ha avisado y, ahora, el señor Mendoza, a pesar de esa supuesta aversión a las conversaciones con periodistas y, todavía peor, las sesiones fotográficas, se ha visto obligado a hablar. Y hablar de todo. Porque, a sus 82 años, parece que no se le ha resistido nada hasta convertirse en leyenda viva de las letras. Bueno, sí, según él, bailar como Fred Astaire.
El escritor, conocido por un finísimo sentido del humor, está a tiempo de ensayar unos pasos con los que celebrar el galardón que recibirá el próximo 24 de octubre de manos de Leonor de Borbón en el Teatro Campoamor de Oviedo en una emotiva ceremonia.
Mujerhoy. Le pilló la noticia en plena visita al médico…
EDUARDO MENDOZA. Vi que entraban llamadas y, como me habían dicho que era finalista, le comenté al doctor: «Perdone, tengo que contestar». Al colgar, le comuniqué que me lo habían dado, me felicitó, se puso contento y seguimos con lo nuestro.
¿Le ha sorprendido?
Sí. Tengo muchos más premios de los que me esperaba y, seguramente, de los que me merezco. Este es de otra galaxia, porque tiene la cosa académica, pero también lo festivo y popular.
Cuando, en 2016, ganó el Cervantes, se acordó de su agente literaria, la histórica Carmen Balcells. ¿Y en esta ocasión?
Bueno, la verdad es que ya no he pensado en nadie, porque me queda poca gente. Ya es hora de pensar en mí mismo. Recordé a los que han formado parte de mi camino: «Mira, fíjate, aquí estás todavía».
Y hacia Rosa Novell, su mujer, fallecida en 2015, ¿ha tenido alguna reflexión?
Claro, por supuesto. Y también pensé que mis hijos se iban a reír mucho de mí.
¿Por qué motivo?
Ellos están para recordar a los padres que no son tan importantes.
¿Cuál es el papel que la Monarquía debe cumplir en el siglo XXI?
Creo que, en estos momentos, es puramente simbólica, aunque tiene una función muy importante, que es la de la representatividad. Además, cuenta con prestigio, son figuras mediáticas y su trabajo consiste en dar realce a ceremonias para que los políticos se dediquen al trabajo mucho más árido de la gestión del día a día.
Usted conoce a los Reyes. ¿Cómo son de cerca?
Sí, he coincidido con ellos. Son personas muy cordiales.
Doña Letizia es una gran lectora, ¿se ha declarado fan suya?
No, es una persona a quien le gusta hablar de literatura y discutir. Tiene criterio y le interesa más el debate que la adulación.
Algunos de sus reconocimientos han llegado de instituciones de derechas y de izquierdas, ¿cuál es el secreto para que le admiren desde los espectros más variados posibles?
Al margen de las ideologías, todo el mundo es un lector y aprecia los libros en función, por ejemplo, de cómo uno va al cine. No hay unas películas para la derecha y otras para la izquierda. Algunas sí son muy marcadas, pero normalmente no. Y mis novelas las lee cualquiera. Y al que le gusta, le gusta; al que no, no. Yo he tenido conversaciones con políticos de todos los colores. Mientras se respete el juego diplomático, a mí me parece todo bien.
El jurado de los Princesa de Asturias le ha descrito como «un proveedor de felicidad». ¿Existe un lenguaje de la felicidad?
Tendríamos que definirla. Y no es la felicidad absoluta, que es algo a lo que aspira la gente joven y es un poco ingenua.
¿Y qué es la felicidad, señor Mendoza?
A veces, es una cervecita en la playa. Otras, una charla con un amigo, una llamada de teléfono o la alegría de volver a casa después de un viaje.
¿Cuáles son las palabras prohibidas en ese idioma gozoso?
La envidia, el pensar que me merezco más de lo que tengo.
Entonces, ¿es usted feliz?
Sí, sí. Quizás parezco tonto, pero yo me considero feliz. Dentro de media hora, no lo sé.
¿Cómo descubrió su voz literaria?
Escribiendo. Primero se empieza copiando lo que a uno le gusta y, luego, haciendo pruebas, cometiendo errores. Y, al final, se acaba descubriendo que hay un lenguaje que permite seguir adelante, que no tiene que estar todo el tiempo repostando combustible, sino que ese combustible está ya ahí. Eso no quiere decir que salga sin esfuerzo. En ocasiones, hay que sudar la camiseta, pero uno se da cuenta de que juega a lo que sabe hacer.
¿Nunca se ha planteado escribir una novela en catalán, que es su lengua materna?
Sí, lo pensé, pero vi que era un esfuerzo excesivo, que ya había gente que lo hacía muy bien y que no tenía por qué meterme yo en una complicación.
Su padre no le animaba a ser escritor. ¿Se equivocó?
Él decía: «No te metas en esto, porque vas a tener que ganarte la vida. Y, escribiendo, no se gana la vida nadie. Tú búscate un trabajo». Quizás, si me hubiera dicho «adelante», me habría creado unas expectativas que nunca tuve.
Se cumplen 50 años de La verdad del caso Savolta, su primera novela. ¿Fue también su primera obra?
Iba escribiendo teatro, cuentos y, antes de ese libro, terminé una novela corta de humor y la llevé a algunas editoriales. Afortunadamente, no me la publicaron, porque era una cosa muy tosca. Un día, la encontré y la destruí.
¡Es usted un kamikaze!
La mayoría de los libros que he escrito han ido al contenedor de papel, porque soy muy cívico. Y otros, a la hoguera. Hay alguno que está por ahí suelto, pero tiene los días contados.
¿Qué queda del niño que usaba la pluma paterna?
La sigo usando. Ese niño sigue ahí en el fondo y en la forma. Nunca he renunciado a los recuerdos infantiles ni a los cómics, los tebeos... Eso fue lo que me formó mi primera imaginación y es una deuda que guardo.
Le gustaba atar al radiador a su única hermana, Cristina, para contarle historias... Un poco sádico.
Lo recuerda ella siempre y está basado en hechos reales. Yo jugaba con una amigo a los indios y vaqueros y la interceptábamos, en efecto. Pero es un hecho aislado.
¿Le sigue divirtiendo escribir o la voz literaria también se ve afectada por la decadencia del cuerpo?
Las dos cosas. Me divierte, pero me cansa más. Igual que me sigue gustando ir a la playa, pero ya no llego tan lejos nadando.
Tiene 83 años y, que se sepa, ninguna gotera.
No, disculpe, tengo 82. A estas edades, uno más es muy importante. Y no tengo goteras sino chorros.
¿Existen las musas?
Yo creo que sí. Uno está delante de una cosa que debe resolver y no sale y, de repente, aparece una idea. Todos sabemos que son neuronas que corren por los circuitos. Imaginarnos que son unos seres que vienen con un velo y tocando el arpa es más bonito.
¿Qué está escribiendo ahora?
¿Cómo lo voy a hacer si estoy todo el día contestando preguntas?
Hace un tiempo anunció su retirada, pero luego siguió.
Ahora mejor no me pronuncio. Antes dije que no y era que sí... y ahora, a lo mejor, digo que sí y es que no.
Pero será que sí, ¿no?
Seguramente no resistiré esta tentación.
Estudió Derecho en Barcelona y luego se mudó a Londres, donde le pilló la época del Swinging London, Los Beatles…
Ellos ignoraban mi existencia, pero yo experimenté la vida de los estudiantes extranjeros. Era muy divertida. A esa edad, en cualquier sitio lo habría pasado bien.
Ha vuelto a Londres y pasa largas temporadas en su apartamento de Chelsea. ¿Qué es lo que más le gusta hacer allí?
Estar en casa, es uno de los beneficios del clima inglés.
Después de Londres, Barcelona vivía su revolución con la gauche divine bailando en Bocaccio... ¿Participó?
El Swinging London motivó la gauche divine. En Londres tenían sexo, drogas y rock and roll. Aquí, solo rock and roll. Con lo demás, cada uno se apañaba como podía, pero mal, ya se lo digo.
Más tarde, se marchó a Nueva York para ser traductor de la ONU. ¿Qué le pareció aquella ciudad?
Siempre ha sido peligrosa y particularmente violenta. Era una época de crisis económica, con lo cual la delincuencia estaba más motivada. Al mismo tiempo, era una ciudad brillantísima, ya que se encontraba en un momento creativo en el que le arrebataba la capitalidad artística y cultural a París.
¿Estuvo en el Studio 54?
Podría haber entrado, pero nunca tuve curiosidad. Mejor dicho, nunca lo vi con simpatía.
Fue intérprete entre Felipe González y Ronald Reagan en el Despacho Oval de la Casa Blanca.
Felipe González no hablaba inglés sino francés y alemán. Fue una conversación de alto nivel, de la que no voy a contar nada.
¿Era top secret?
Bueno, top no, pero secret, sí.
La suya ha sido una vida dedicada a la literatura. ¿Diría que en su día eligió el camino correcto?
Sí, claro. Elegí la mejor profesión del mundo siempre que te dé para vivir, porque tiene todas las ventajas: absoluta libertad, uno es dueño de sí mismo...
Le ha ido muy bien. De hecho, le han traducido hasta en Polonia, donde es un personaje.
En Polonia me tradujeron enseguida. Pero también lo han hecho a idiomas que ni siquiera sabía que existían. Eso tiene un mérito relativo. Hoy en día, se traduce mucho y hay mucha circulación y curiosidad. Una de las razones es porque el costo de fabricación del libro es muy bajo. ¡Hay muchos! Con lo cual decir que te han traducido al húngaro no tiene ningún mérito. O al hindi, pues tampoco. O al tibetano...
El tibetano quizá un poco más.
Un poquito más que el francés pero, bueno, tampoco tanto.
¿Se arrepiente de algo?
Sí, de muchas cosas. El que no lo hace es un ególatra insoportable.
Y, perdone si es cursi, ¿ha alcanzado los sueños que pudo tener?
No, no, ni fui soñador ni soy nostálgico. La verdad es que nunca pensé que tendría tanta suerte como la que he tenido. Eso sí, hablar de sueños es otra cosa.
¿De verdad no tiene ningún sueño añorado?
Me habría gustado bailar como Fred Astaire.
¿Lo intenta?
No, no. A mí edad, ni Fred Astaire lo intentaba.
Más cursi todavía. ¿Cómo le gustaría ser recordado?
Me da lo mismo. Si me recuerdan, bien; si no, también.
Total, no se va a enterar.
¡Efectivamente!
¿Qué es la muerte para alguien tan optimista como usted?
Pues lo mismo que para usted.
Una putada.
Una putada, sí. Una putada.
¿Le gustan los finales felices?
Mire, no me gustan los finales. Prefiero el continuará.
A veces no es posible.
No, pero entonces hay que acabar y ser feliz. Como vamos hacer ahora con esta entrevista.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.