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Isabel Allende: «La muerte no me da rabia, lo que me da rabia es Trump»

La gran dama de la literatura latinoamericana, que participará en Santander WomenNOW, presenta su nueva novela. Hablamos con ella de todo: del amor romántico a los 82 años, los recuerdos de toda una vida y lo que significa resistir en la América de Donald Trump.

La escritora chilena Isabel Allende. Max Farago / Trunk Archive.
Isabel Allende: «La muerte no me da rabia, lo que me da rabia es Trump»
Ixone Díaz Landaluce
Ixone Díaz Landaluce

Rodeada de las 24.000 cartas que intercambió con su madre, el pasado 8 de enero, el día del año que siempre elige para iniciar un nuevo libro, Isabel Allende (Lima, 1942) empezó a escribir sus memorias en su oficina de Sausalito, cerca de San Francisco, donde reside desde 1988. Su próxima obra será una biografía acotada en el tiempo. No hablará ni del golpe militar contra Salvador Allende, ni del exilio, ni de su carrera como periodista o dramaturga; ni siquiera de su inquebrantable compromiso feminista. Tampoco de la muerte de su hija, para eso ya escribió Paula, o de cómo desde que debutó con La casa de los espíritus se ha convertido en la escritora más leída del mundo en español.

Isabel Allende, famosa por filtrar detalles autobiográficos en sus novelas, contará cómo decidió divorciarse de su marido de los últimos 29 años después de cumplir los 70 para, poco después, casarse de nuevo con un abogado neoyorquino que se enamoró de ella escuchándola en la radio. «La historia de un amor que termina y otro que empieza a los 40 años no tiene interés, le pasa a todo el mundo. Pero a los 76 es distinto. Acabo de empezar y no está siendo fácil. Me pregunto: ¿para qué lo hago? Yo no escribo para mí, sino para mis lectoras. ¿A quién le importa esto?», dice sin atisbo de falsa modestia en conversación por Zoom.

Allende, que se maquilla, se viste como para salir a cenar y se calza los tacones para ponerse a escribir cada mañana, es la entrevistada soñada. Incluso con un océano y un continente entero de por medio. Escucharla hablar de la actualidad, recordar episodios de una extraordinaria vida o reflexionar sobre la muerte resulta hipnótico. Acaba de publicar su última novela, Mi nombre es Emilia del Valle, un episodio más en la legendaria saga Del Valle, con una protagonista que, como ella misma, tiene su motor vital en la pasión por contar historias y la determinación de ser una mujer independiente. Por encima de todo lo demás.

Mujerhoy. Un padre ausente, una madre fuerte, un padrastro entregado, la pasión por el periodismo... Emilia del Valle tiene mucho de usted, ¿no?

ISABEL ALLENDE No fue algo consciente, pero otras personas me lo han comentado. Las novelas se gestan como un puzzle: las piezas están sueltas y tú lo vas armando. Mi idea era contar un episodio de la historia de Chile: la guerra civil de 1891. La figura del presidente Balmaceda se parece mucho a la de Allende: un tipo que trató de revolucionar muchas cosas y que se echó encima a los conservadores. Él tuvo que elegir entre el exilio y la muerte y, como Allende, elige morir. Me puse a pensar quién iba a contar esa historia. Quería que fuera americano, pero también mujer. Tenía que inventar un personaje con conexiones con Chile y así fueron surgiendo el padre, la monja, el padrastro...

Emilia es feminista cuando ese concepto aún no existe. A usted le pasó igual en su familia. ¿De dónde nace esa determinación?

Lo fundamental es darse cuenta, observar. Yo veía a mi madre: dependiente, sin dinero, con tres hijos pequeños y sin marido, en una sociedad que la culpaba de todo lo que le había sucedido. Verla tan desvalida me hizo no querer ser así desde muy pequeña. Yo quería ser fuerte, independiente, tener plata, auto... Todas las cosas que mis tíos y mi abuelo tenían y mi mamá, no.

«No supe quién soy hasta que las circunstancias me pusieron a prueba», dice su protagonista. ¿Cuál fue ese momento para usted?

Primero, el golpe militar y el exilio, claro. Y después, por supuesto, la muerte de mi hija. Después de eso, todo lo demás, los divorcios y esas cosas, no importan nada. Son pelos de la cola.

De una manera u otra, la política siempre ha formado parte de su vida. ¿Cómo está viviendo un momento tan convulso como el actual?

Mi plan es quedarme aquí mientras pueda, aunque si las cosas se ponen muy negras, me tendré que ir. Pero tengo 83 años y volver a empezar de cero es muy difícil: mi hijos y mis nietos están aquí, mi fundación, mi marido no habla español. ¡Imagínate cargar con un gringo de 83 años en Chile! Sé lo que puede pasar porque ya lo viví. Pero ahora me pilla más vieja y con más recursos.

Se refiere al golpe militar de 1973 contra Salvador Allende...

Claro. Yo tenía 30 años, no tenía un peso ni entendía nada de lo que estaba pasando. Nos fuimos con la idea de volver en un par de meses. Ahora, mi situación es diferente. Mi fundación trabaja ayudando a inmigrantes en la frontera. Tratamos de ayudar, pero es muy difícil. Estoy rodeada de gente indocumentada o con documentos provisionales: los jardineros de mi casa, la señora que limpia, las peluqueras... Todo el mundo está muy asustado.

Algunos estados han prohibido sus libros. ¿Qué dice eso de la democracia en EE.UU.?

¡Gracias a Dios que están prohibidos! Es un honor. Así los leerán más. Muchas cosas en esta democracia son un desastre. La mitad de la población está armada como para ir a la guerra. Hay estados en los que puedes llevarlas en el bolsillo, en lugares públicos, en misa... Además, es un país que lucha contra un pasado extremadamente racista. Siempre hay un chivo expiatorio: los nazis tuvieron a los judíos y ahora, muchos países europeos y Estados Unidos tienen a los inmigrantes.

Después de cuatro décadas siendo un fenómeno literario, ¿dónde encuentra la motivación para ponerse a escribir una nueva novela cada 8 de enero?

Entre irme a Dubai de viaje de lujo y escribir 10 horas seguidas, siempre escogería lo segundo. ¡Me encanta! No necesito una motivación porque me entretiene investigar, escribir, corregir... Lo único que no me gusta de mi trabajo es la vida pública.

La escritora acaba de presentar su último libro: Mi nombre es Emilia del Valle. Max Farago / Trunk Archive.

Vender tantos libros como ha vendido usted, ¿penaliza en algún aspecto?

Claro, te penaliza con los críticos y con los colegas, que se mueren de rabia.

¿Y cómo ha vivido eso?

De lejos. Yo no pertenezco a ningún grupo. Muchos escritores son como un club, sobre todo los hombres: se apoyan para los premios o los puestos en la universidad, se recomiendan los libros... Yo vivo aislada en un país anglosajón y escribo en español. No tengo contacto con nadie, tampoco con las mujeres, pero no me siento excluida porque yo misma me he excluido. Vivo en este sitio que ves aquí [señala su despacho]. Aquí pasa todo. A veces es duro. Y el esfuerzo físico cada vez es más grande: escribo casi de pie, tengo artritis... Pero sigo teniendo imaginación y no he perdido la capacidad de atención y de concentración. El cuerpo se va agotando, pero la mente no.

Por cierto, ¿le preocupan las guerras entre feministas?

Eso pasa en todas las revoluciones y el feminismo también lo es. Se pelean entre sí peor de lo que lo hacen con el enemigo común. Yo he sido feminista activa desde hace 65 años y he visto retrocesos y peleas muchas veces. Es inevitable.

¿Y qué opina de la cultura de la cancelación?

¡Me carga muchísimo! Es bueno saber que fulano de tal violó a una mujer, pero eso no elimina su talento ni su contribución a los valores de la humanidad. ¿Vamos a quemar todos los cuadros de Picasso porque era un desgraciado? No. Además, ¿por qué hacerlo solo con el arte? La cancelación es censura y me molesta en todos los ámbitos.

El amor romántico es una constante en su vida y su obra. Se divorció cumplidos los 70 y se casó de nuevo a los 76. ¿Qué ha descubierto del amor en esta etapa?

Con Willie [Gordon] lo que faltaba era cariño. A esa edad no pides pasión sexual ni compañía intelectual, sino amabilidad, cariño... Y eso es lo que quiero y tengo con Roger [Cukras]. La primera vez que me casé tenía 19 años. Una mocosa. Solo quería tener niños e inmediatamente me quedé embarazada de Paula. Luego, empieza la inquietud terrible de querer hacer más cosas con tu vida. Entonces, empecé con el periodismo, el feminismo, el teatro... y el marido se fue quedando atrás, pero estuve con él 29 años. Las relaciones me duran mucho, pero cuando digo basta es porque llegué al límite. Con Roger no creo que lo alcance. ¡Estamos tan viejos que nos moriremos antes! [Risas].

Hablando de la edad, ¿qué es lo mejor de tener 82 años?

Una libertad tremenda. Ya no tengo cargas familiares: terminé de cuidar a mis padres, pagar la educación de mis nietos y mantener a medio mundo. Solo tengo que ocuparme de mí y de mi marido. Además, no me importa nada lo que la gente piense de mí. Y, luego, aprendes algo muy importante: a soltar las cosas. Al final de la vida, te das cuenta de que solo tienes el amor que das y el que recibes. Todo lo demás no importa porque no te lo puedes llevar al cementerio.

¿Y qué es lo más difícil de soltar?

Los afectos. Tengo tres nietos a los que adoro, pero viven en otros estados, tienen sus propias vidas y creo que ni se acuerdan de que tienen una abuela. En vez de ofenderme y perseguirlos, tengo que soltarlos y esperar. Si vuelven, serán bienvenidos. Si no, ¿qué le vamos a hacer? Cuando me divorcié de Willie llevábamos 28 años juntos. Los primeros 20 fueron conflictivos, pero los últimos ocho fueron pésimos. En mi memoria, creía que cuando me separé, cerré la puerta y me fui. Pero estoy leyendo las cartas que le escribí a mi mamá en esa época y no fue así. Estábamos divorciados, él vivía en otra casa y yo todavía cocinaba y le llevaba la comida. ¡Mira la huevona! [Risas].

Cuando hace balance, ¿qué diría que ha sido lo mejor de ser Isabel Allende?

Me ha pasado de todo: bueno y malo; éxito total y fracaso absoluto; dolor tremendo y mucho amor. Ha sido una vida de contrastes y de sentir que hago cosas importantes. He sufrido pérdidas, muertes, dolor y exilio, pero ha sido una vida interesante. ¿Lo mejor en este momento? En los últimos años he adquirido una gran paz interior. Creo que es la certeza de que te vas a morir. A esta edad, te das cuenta de que es una realidad próxima, de que no eres nadie y nada importa. Y lejos de ser un pensamiento deprimente, es muy liberador. Pero no se lo puedo decir a mi marido. ¡No quiere ni oírlo! A veces le despierto en mitad de la noche y le planteo alguna cosa horrorosa. «Roger, ¿tú sabes que hay gente que cree que la Tierra es plana?». «¿Y qué puedo hacer yo?», me contesta él [Risas]. También hablo mucho con mi hijo...

¿Y de qué hablan?

Le digo: «Si me ves demente, ayúdame a morir». Y él me dice: «¿Tú me ayudarías a mí?». Y yo le contesto que sí. Tenemos una simbiosis total. Es una relación muy bonita que yo nunca tuve con mi mamá.

Entonces, ¿no le da rabia la idea de la muerte?

¡No! Lo que me da rabia es Trump. O Elon Musk. Calculo si mi perra se morirá antes que yo, pero no me produce ninguna angustia, sino una gran sensación de libertad. Tampoco tengo apego por lo material. Solo me importan las cartas de mi madre. ¿Qué más dan las fotografías? Nadie sabrá quiénes son esas personas dentro de 20 años.

Bueno, usted es Isabel Allende.

Yo también me perderé en el olvido. ¿Cuántas personas trascienden? Tal vez tus nietos te recuerden, pero después... Es la ley natural de la vida.

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Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.