entrevista
Crear una cuenta
Iniciar sesiónentrevista
Ocho adolescentes, cuatro a cada lado, rodean a Maggie O'Farrell (Irlanda del Norte, 1972) sobre el escenario de un vetusto salón de actos abarrotado de quinceañeros. Cada uno con un micrófono y una lista de preguntas en la mano. Simpática y expansiva, se nota que la autora irlandesa está en su salsa compartiendo curiosidades sobre su proceso creativo con los mismos estudiantes de Secundaria que le han concedido el Premio San Clemente por su novela El retrato de casada (2022). «Solo por eso, ya vale cinco veces más que cualquier otro premio», confiesa después en el precioso despacho de la directora del Instituto Rosalía de Castro de Santiago de Compostela, donde está pasando unos días para recoger la distinción y, de paso, conocer la ciudad.
Inmersa ya en su próxima novela –«Solo diré que se desarrolla en la Irlanda del siglo XIX»–, este será un año intenso para ella. Aunque no hay trailer ni fecha de estreno, su obra más famosa, Hamnet, está llamada a convertirse en una de las películas del año. Dirigida por Chloé Zhao y protagonizada por Paul Mescal, la historia ficcionada de la familia de William Shakespeare ya es favorita en las quinielas más madrugadoras de los Óscar 2026. O'Farrell, sin embargo, vive ajena al ruido. Y absolutamente desconectada de Hollywood. Su cabeza está en el quinto borrador de su nueva novela, en el deadline que acecha, en la ajetreada vida doméstica y en las flores de su jardín.
MUJERHOY. De los adolescentes se habla, a menudo, en términos bastante despectivos y paternalistas. ¿Somos injustos con los más jóvenes?
Sí, y es horrible. Yo les digo a mis adolescentes, tengo uno en casa y muy pronto serán dos, que son estupendos. ¡Necesitan oírlo! Hay cierta cultura que insiste en decirles que son cascarrabias y difíciles. ¡Imagínate que dijeran lo mismo de la gente de 30 o 40 años! Claro que pueden ser bordes, pero también son divertidísimos, sus cerebros están en plena expansión y tienen ideas increíbles sobre la música, la moda o la cultura. Están empezando a asomarse al mundo y se alejan. Necesitan crecer y, en cierta manera, deshacerse de ti. Y eso está bien.
Se les acusa, sobre todo, de estar todo el día pegados a una pantalla...
Criticarles por eso es no entender nada. Han heredado un mundo creado por nuestra generación y una tecnología a la que ahora son adictos y frente a la que no tienen inmunidad. Nosotros recordamos las ventajas del mundo analógico, pero ellos no las conocen y no es culpa suya, sino de esa gente tan inteligente que crea los algoritmos que les enganchan. Lo que tenemos que hacer es protegerles de la monetización de sus cerebros. Me resulta terrorífico. Es como cuando, en los años 70, la gente fumaba alrededor de los bebés. Ahora, lo miramos con horror. Dentro de 20 años pensaremos en esta época de la misma manera.
Y a los que tiene en casa, ¿les interesa lo que hace su madre, la gran estrella de la literatura?
Son todos grandes lectores, pero no leen mis libros. Y no pasa nada, prefiero ser solo su madre. Cuando era pequeño, mi hijo mayor solía coger mis libros, los abría por cualquier página y los leía en alto usando un tono de voz cómico para burlarse de mí. Hasta que un día, cogió un libro y empezó a leer una escena de sexo. ¡No volvió a hacerlo! Fue muy divertido.
Por cierto, ¿qué tipo de adolescente fue usted?
Una muy sombría. Pasé esos años en un pequeño pueblo costero y lo odiaba. Quería vivir en la gran ciudad. Leía mucho y, aunque mis padres hubieran preferido un trabajo bien pagado, seguro y con jubilación garantizada, yo solo quería estudiar Literatura. Después, trabajé como periodista y solo escribía los fines de semanas o por las noches. Hasta que no tuve a mi primer hijo no dejé los otros trabajos. Incluso entonces me parecía un plan precario y no me percibía a mí misma como escritora. Solo pensaba: «Voy a cuidar a mi bebé mientras escribo unos libros». Creo que, en cierta forma, lo sigo viendo así.
Vivimos un momento político convulso. ¿Qué es lo que más le inquieta de lo que ve en las noticias o lee en los periódicos últimamente?
He tenido que desconectar la radio del despertador. Ahora, me levanto con música. Leo los periódicos, pero no quiero escuchar noticias a las siete de la mañana y notar cómo me sube la tensión. Es todo terrorífico: la gente que está al mando, las guerras... Da mucho miedo y es difícil de metabolizar.
En medio de ese paisaje, ¿qué función social cree que cumple la novela?
Es la forma en la que los seres humanos volvemos a nuestros orígenes, a lo que nos diferencia del resto de las especies: un lenguaje que nos permite comunicarnos, formar grupos sociales y aferrarnos a nuestra historia. Para mí, la literatura siempre ha sido como un mapa de carreteras que nos permite ver dónde hemos estado, adónde vamos y qué opciones tenemos ahora.
¿Y qué es para usted ser escritora?
Una pasión. Soy súper afortunada de poder ganarme la vida así. No entiendo a la gente que se queja. Me dan ganas de decirles: «Vete a hacer un turno de noche en Urgencias y cuéntame que estar en casa, en pijama y hablando con tus amigos imaginarios es difícil». Escribir, además, te permite aprender muchas cosas. Y yo soy muy nerd. Cuando daba clases de escritura, escuché a alguien decir que solo deberías escribir novelas sobre lo que sabes. Para mí, es al revés: escribe sobre lo que no sabes porque es mucho más interesante.
La escritora María Oruña ha contado que hay autores que ya usan la IA para crear tramas y que, encima, se jactan de ello. ¿Qué le parece?
Yo no tengo ningún deseo de leer una novela generada por Inteligencia Artificial, pero, ¿quién sabe? Quizá un día lo haga... Sí me preocupa que la IA se alimente del trabajo de los creadores. En el Reino Unido, se está intentando promover una ley de copyright para evitarlo. No se puede coger el trabajo de los artistas y dárselo a una máquina. De todos modos, no estoy segura de que la IA pueda reemplazar a un cerebro humano. No es lo mismo generar que crear. La creación viene del cerebro de una persona, de su experiencia e imaginación. Generar es diferente: consiste en procesar y suministrar.
Adaptar una novela propia suele ser un asunto delicado para un escritor. ¿Cómo ha sido el proceso de coescribir el guion de Hamnet?
Ha sido una experiencia maravillosa. Tienes que adentrarte en ella sabiendo que no puede ser una réplica exacta del libro. Primero, hay que destilarla hasta sus huesos y convertir todas las emociones y pensamientos del libro en diálogos. Luego asistí a cómo Chloé (Zhao) la construía de nuevo en el rodaje con los actores, el vestuario, las escenas, las miradas... Es fascinante.
Tal y como contó en sus memorias (Sigo aquí), sufrió una encefalitis con ocho años, tuvo que superar un tartamudeo severo y ha vivido 17 experiencias cercanas a la muerte. ¿Cómo marca una biografía como esa?
Mi vida transcurre en mi casa con mis hijos y mis gatos, y llevo casada con el mismo hombre desde hace 25 años. ¡No es que viva el límite! Pero es cierto que ser consciente de tu propia mortalidad desde pequeña te marca. Comprendes la fragilidad de la vida. Eso podría haberme convertido en una persona muy precavida y prudente, pero fue justo al revés. Empecé a pensar: «Estamos todos tan cerca de la muerte que voy asegurarme de vivir a tope».
Ha escrito libros muy diversos: desde autobiografías a novelas históricas. ¿Hay algo que los conecte a todos?
No me gusta examinar mi trabajo. Es como mirar directamente al sol: puede cegarte. Es la misma razón por la que no leo las críticas: no es que me dé miedo lo que digan, es que no quiero tener que explicarme a mí misma. No creo que sea bueno ser tan consciente de tu obra. Cuando te sientes a escribir, puedes empezar a oír esas voces en lugar de las de tus personajes.
Contaba que va por el quinto borrador de su próxima novela. ¿Le cuesta poner el punto final?
Para mí, terminar un libro es casi como un luto. Es muy duro. No quiero dejarlo marchar porque ese momento en el que solo somos el libro y yo en mi estudio es la parte que más me gusta. Entonces, mi marido, mi editor o mi agente me dicen: «Ya basta. Nos lo llevamos». Siempre hay un párrafo o un adjetivo que no te convence, pero tienes que decir: «He hecho todo lo que he podido y está cerca de lo que quería que fuera».
Su marido, el escritor William Sutcliffe, es el primero en leer sus manuscritos. Y dice que es implacable. ¿Hasta el punto de herir sus sentimientos?
No, porque estamos muy acostumbrados. No quiero darle mi manuscrito a alguien que me diga que es maravilloso. Puede ser agradable escucharlo, pero no me sirve de nada. Confío mucho en su opinión cuando me dice: «Esta parte funciona, esta otra es una basura, en esta no se entiende lo que estás contando...» Creo que es peor para él: «¡A ver lo que me encuentro y cómo se lo digo!» [Risas].
El lado oscuro de vender tanto son las expectativas. ¿Nota esa presión?
Se me da bien aislarme. Ni leo críticas ni estoy en las redes sociales. Tengo la suerte de poder fingir que el mundo exterior no existe. Si estás pensando en lo que los lectores o tu editor querría, es difícil escribir un buen libro. Yo nunca lo he hecho así y no creo que pudiera. La respuesta, en mi caso, siempre está en el interior. Tiene que ser el tipo de historia que arde, que estalla, dentro de ti. Ese siempre es el libro correcto. La idea de escribir con un lector imaginario mirando por encima de tu hombro me parece terrible.
No le gusta hablar de su proceso creativo. ¿Es importante preservar el misterio?
Es que no tengo rutinas ni rituales. Sé que hay escritores que planifican todo de manera meticulosa, pero para mí es justo al contrario: planifico sobre la marcha. Me desconcierta cuando alguien explica que sale a correr por la mañana, luego se sienta a escribir y cuando tiene mil palabras para hasta el día siguiente. Para mí, cada libro es diferente y requiere métodos distintos. Mi único ritual es desconectar internet: no atiendo el email ni las apps y no contesto el teléfono. Tengo que estar incomunicada. Luego, en todos los libros hay un muro de ladrillos y no sirve de nada quedarse ahí tirándote de los pelos. En esos momentos, me ayuda salir a andar. Para cuando vuelvas, probablemente se habrá resuelto solo.
Más allá de escribir, ¿qué le da más satisfacciones en este momento?
Me encanta nadar, cocinar, tengo un jardín en el que planto flores y hierbas aromáticas, aunque todavía no he logrado cosechar verduras. Pero lo mejor son mis hijos. Para mí, son los seres humanos más interesantes que han pisado la faz de la Tierra. Haber visto cómo aprendieron a andar, leer o escribir y cómo vivieron esa etapa maravillosa en la que creían en la magia y ponían una roca sobre el radiador convencidos de que de allí saldrá un dragón es increíble. Observar cómo se desarrolla la historia de su vida me resulta fascinante.
¿Un novelista tiene que pensar que su mejor libro está por llegar para seguir escribiendo?
Tienes que sentir que hay algo pendiente. Si pensara que uno de mis libros es perfecto, dejaría de escribir. Es el sentimiento de insatisfacción lo que te hace continuar. Además, con todos los libros aprendes algo. Nunca querría llegar al punto de pensar: «Ya está, lo he conseguido. Es mi mejor obra».
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.